El 15 de agosto, la Iglesia celebra la Asunción de la Virgen María, misterio que no es solo un privilegio personal, sino un anticipo de lo que esperamos vivir todos los creyentes: la victoria de la vida sobre la muerte, de la gracia sobre el pecado, del amor sobre todo poder del mal.
En el Apocalipsis, San Juan describe una “mujer vestida del sol, con la luna por pedestal y coronada con doce estrellas”. Esta figura portentosa, en lucha contra el dragón, ha sido interpretada como símbolo de la Iglesia, pero también —en la tradición mariana— como imagen de la Virgen, Madre del Mesías, protegida por Dios, perseguida por el mal y finalmente glorificada. En María vemos cumplida la promesa: la humanidad redimida y plenamente unida a Dios.
El salmo de este día presenta a la Reina junto al Rey, enjoyada y radiante. Es un canto nupcial que, aplicado a María, la proclama Reina del cielo y Madre del Rey del universo. Ella escuchó, creyó y se entregó: por eso es exaltada. La victoria de María es la victoria de Dios, y en su triunfo se nos ofrece un espejo de nuestra vocación eterna.
San Pablo, en la primera carta a los Corintios, recuerda que Cristo resucitado es “primicia de todos los que han muerto”. Por Él, todos volveremos a la vida. Y María, la más unida a Cristo, participa ya de esa gloria. Su Asunción no es un caso aislado, sino una anticipación: en ella se cumple lo que se nos promete a todos los que somos de Cristo.
El Evangelio nos lleva a la Visitación: María, portadora del Salvador, acude con prontitud a servir a su prima Isabel. Allí proclama el Magníficat, canto humilde y jubiloso que exalta al Dios que derriba a los poderosos y enaltece a los humildes. La Asunción es fruto de esa fe y humildad: quien vive centrado en Dios termina por compartir su vida y su gloria.
San Bernardo lo expresó con poesía: “Hoy sube al cielo la Virgen llena de gloria, y colma de gozo a los ciudadanos celestes. ¡Qué regalo más hermoso envía hoy nuestra tierra al cielo!”.
En María contemplamos nuestro destino final: lo que en nosotros es esperanza, en ella es ya plenitud. Hoy, su Asunción nos invita a mirar hacia arriba, no como evasión, sino como certeza: la victoria final es posible, y ya brilla en una Mujer.
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