En pleno 2025, cuando la humanidad ha logrado avances como la inteligencia artificial generalizada, la edición genética de precisión y misiones tripuladas a Marte, resulta paradójico que movimientos como el terraplanismo, el negacionismo climático o el rechazo a las vacunas sigan ganando adeptos. Estas corrientes, aunque minoritarias, no son marginales: según un estudio de Science Advances, alrededor del 10% de la población en países occidentales simpatiza con al menos una teoría anticientífica, como la forma de la Tierra o la eficacia de las vacunas, entre otras. ¿Cómo se explica esta resistencia al conocimiento verificable en una era dominada por la tecnología y el acceso a la información?

Raíces de la desconfianza: psicología y fracturas sociales La desconfianza en instituciones es un factor clave. Un estudio de la Universidad de Cambridge reveló que quienes muestran escepticismo hacia gobiernos o medios son más propensos a adoptar narrativas alternativas, incluso sin evidencia. El sesgo de confirmación —buscar información que valide creencias previas— se potencia con algoritmos de redes sociales. Investigaciones de Nature (2023) demostraron que plataformas como YouTube recomiendan contenido conspirativo 70% más rápido que información científica.
El terraplanismo, aunque marginal, ejemplifica esta dinámica. Según una encuesta de YouGov, solo el 2% de los estadounidenses cree que la Tierra es plana, pero un 8% duda de su forma esférica. Estos grupos, aunque pequeños, son vocalmente activos.
Redes sociales: el megáfono de la desinformación Las plataformas digitales son vectores clave. Un reciente informe de First Draft halló que el 60% del contenido anticientífico en TikTok y Facebook usa formatos emocionales (memes, videos cortos) para simplificar temas complejos. Por ejemplo, las vacunas de ARN mensajero, con un 95% de eficacia contra el COVID-19 según la OMS, fueron desacreditadas con eslóganes como “No somos conejillos de Indias”.
El negacionismo climático, aunque en declive, persiste. Según el Pew Research Center (2023), el 14% de adultos en EE.UU. niega que el cambio climático esté ligado a actividades humanas. En la UE, el Eurobarómetro situaba la cifra en 7%.
Algunas consecuencias El coste de estas teorías es tangible. La OMS informó que en 2023 que la cobertura global de vacunación contra el sarampión cayó al 81% (frente al 86% en 2019), en parte por movimientos antivacunas. Esto llegó a provocar brotes en países como Reino Unido, donde los casos superaron los 1.400 (más del doble que el año anterior).
Educación y regulación: dos frentes de batalla Para contrarrestar la desinformación, gobiernos y organizaciones actúan en dos vías. La Unión Europea implementó recientemente una versión reforzada del Código de Prácticas sobre Desinformación, que exige a plataformas como Meta y X (Twitter) eliminar contenido pseudocientífico peligroso.
En paralelo, proyectos educativos buscan fortalecer el pensamiento crítico. Por ejemplo, Corea del Sur incluyó un módulo obligatorio sobre alfabetización digital en sus escuelas, enseñando a estudiantes a identificar las fuentes fiables.
Un desafío colectivo Las teorías anticientíficas no desaparecerán por decreto. Su persistencia refleja brechas sociales (desigualdad, falta de acceso a educación de calidad) y psicológicas (necesidad de pertenencia o control). Combatirlas exige no solo desmentir falsedades, sino reconstruir la confianza en la ciencia como herramienta de progreso.
Como escribió Carl Sagan: "Vivimos en una sociedad exquisitamente dependiente de la ciencia y la tecnología, en la que casi nadie sabe nada sobre ciencia y tecnología". En 2025, esa paradoja sigue vigente.
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