Ante la polémica surgida en los últimos meses y semanas, en relación con la reducción del tiempo de trabajo semanal a 37,5 horas, en vez de 40, me parece necesario matizar bastantes cuestiones. Es una necesidad que las jornadas laborales de los trabajadores sean más reducidas, por muchas razones. Aunque existe una resistencia, por parte de un sector del empresariado español, por la subida de costes laborales, esto no quiere decir que sea una medida política irracional. Al contrario, se trata de aprobar este proyecto de ley en el Parlamento español. Decir que la reducción de jornada costará 23.000 millones de euros es utilizar una retórica falsa y que crea pánico. Cabe preguntarse ¿qué coste económico y psicológico tiene la infelicidad crónica de millones de trabajadores agotados? y ¿cuál es el daño económico de la salud mental deteriorada para la sanidad española? Son grandes preguntas que tienen una contestación clara: un coste muy superior a los 23.000 millones de euros. Además, la filosofía económica crítica desde Polanyi hasta Sen argumenta y recuerda, que el mercado no es una esfera autónoma regida por leyes naturales, sino que es un orden moral y legal construido.
A todo esto, se añade el hecho incontestable de que la tecnología ha aumentado la productividad en las últimas décadas, de un modo muy considerable. ¿Por qué se sigue trabajando lo mismo o más que hace 40 años? La respuesta es sencilla, porque el sistema económico se basa en acumular capital, sin importar nada más, y es necesario y obligado redistribuir bienestar. Si un cierto número de empresas en nuestro país, no son capaces de ganar suficiente dinero, con trabajadores con un horario semanal de 37,5 horas, es que no son rentables ni competitivas, porque hay otras muchas en España que si lo son, y esta es la auténtica prueba de que es posible. Lo que no puede ser es, que se base el mantenimiento económico de las empresas en las jornadas laborales de los trabajadores, algo que ocurre con mucha frecuencia.
Y si una empresa no puede sobrevivir con sus empleados trabajando 37,5 horas a la semana, hay que preguntarse si es sostenible, o si su modelo de trabajo está basado en la explotación estructural de sus empleados. Forma parte de la cultura empresarial desde hace decenios. El suficiente tiempo libre es un derecho de todos los ciudadanos, no es un capricho. Muchos países han ensayado con éxito, formas de reducir la jornada. En Islandia, por ejemplo, han realizado un ensayo masivo con más de 2.500 trabajadores, en jornadas de 35 o 36 horas semanales sin reducción salarial y el resultado es misma productividad o incluso mayor y una mejora de la conciliación y de la salud.
Además, el 86% de la población de Islandia ha optado por trabajar menos. En Reino Unido ya 70 empresas optaron por probar la semana de 4 días durante seis meses, y el 92% decidieron mantener el modelo. Se logró mejor salud mental y se mantuvo el nivel de productividad, con retención del talento. Existe un derecho constitucional al tiempo libre. El derecho al tiempo libre suficiente debe estar garantizado. El ocio no es un lujo, es una necesidad humana y también un derecho. Como escribió Nietzsche, sin tiempo para el ocio creativo, no hay civilización sino servidumbre. El tiempo no debe ser mercancía. A mi juicio, el tiempo de trabajo máximo debería ser de 6 horas diarias durante cuatro días a la semana, de esta forma quedan tres días libres que pueden ser empleados para el ocio, viajes, etc. Además, de este modo cada trabajador dispondría de más tiempo libre cada día, generalmente por las tardes para la realización de actividades creativas y de ocio. Con este modelo laboral, se podrían crear más puestos de trabajo de calidad, y con buenas remuneraciones.
Habría más trabajo para los jóvenes. No es algo imposible de lograr, ya Tomás Moro en su libro Utopía proponía la jornada de seis horas diarias de trabajo, en el primer tercio del siglo XVI.
Se pueden poner en la palestra pública las siguientes preguntas éticas: ¿Qué derecho tiene la sociedad sobre nuestro tiempo?, ¿Qué tiempo necesitamos para vivir una vida que merezca ser vivida?, ¿Cómo podemos distribuir el tiempo entre trabajo, ocio, cuidados, descanso, pensamiento, creatividad y relaciones? Son grandes interrogantes, que ponen el foco en lo deseable de contestarlas con valentía y coraje. Solo tenemos una vida y tenemos el derecho a perseguir nuestros sueños o proyectos y metas. Es la búsqueda del bienestar o eudaimonía, como escribió Aristóteles.
La autorrealización o florecimiento de nuestras potencialidades y posibilidades, según el planteamiento de la ética aristotélica. Como decía el filósofo estoico de origen hispano Séneca en su tratado moral De la brevedad de la vida, los seres humanos “viven como si fueran a vivir para siempre” y comentaba que el tiempo se les escapa. Con la IA y la automatización cada vez mayor de numerosos trabajos, la tendencia debe ser la de reducir el tiempo de trabajo.
Entre los judíos norteamericanos, donde su comunidad ha sido «preservada de los horrores de lo que sucedió en Europa», el Holocausto se estudia y se conmemora con fervor. Cabe señalar, por ejemplo, que Washington es el lugar de un museo colosal dedicado al Holocausto. Así, el Holocausto ha sido utilizado para “justificar muchos acontecimientos políticos” contemporáneos.
Hoy quiero invitarlos a reflexionar en torno a un fenómeno recurrente en las democracias occidentales, a saber, la ilusión de una política decadente que ha logrado con éxito que ningún voto rompa ninguna cadena. La creencia inquebrantable en el sufragio como catalizador de un cambio profundo define una de las grandes ficciones perversas de nuestro tiempo.
Tras la retirada de Estados Unidos y la OTAN y el cese del apoyo al gobierno republicano, los talibanes tomaron el poder en Afganistán con poca resistencia y prácticamente sin combates. Actualmente, países de la región como Rusia, China, Irán y los estados de Asia Central han establecido relaciones activas y multilaterales con los talibanes.