Cuando Donald J. Trump regresó a la contienda electoral con la promesa de endurecer su política comercial, pocos anticiparon la magnitud del nuevo paquete arancelario que marcaría su segundo mandato como un episodio económico lamentable y sin precedentes. En abril de 2025, el gobierno estadounidense impuso una batería de aranceles que elevó el promedio impositivo sobre importaciones a un alarmante 20.6%, el nivel más alto desde la era Taft en 1910. Con ello, Trump consolidó una narrativa basada en el nacionalismo económico, pero que oculta una realidad insoslayable: los aranceles no hacen a América grande, la encarecen, la aíslan, recrudecen las diferencias sociales entre clases y la empobrecen.
Un proteccionismo de dimensiones históricas
Según Investopedia (2025), la nueva oleada de aranceles incluye aumentos del 30% a productos mexicanos, 35% a bienes canadienses y hasta un 50% sobre metales como el cobre, afectando directamente cadenas de suministro fundamentales. El promedio tarifario aplicado por EE. UU. alcanzó su máximo en más de un siglo, superando incluso los niveles de la Guerra Fría.
Esta política arancelaria no solo afecta a los países exportadores, sino que redirige el impacto al corazón de la economía doméstica: el consumidor estadounidense. El objetivo declarado de reducir el déficit comercial y proteger la industria nacional se desvanece cuando se observa el efecto real de los aranceles sobre los precios, el empleo y el crecimiento.
Inflación, consumo y desigualdad
El Congressional Budget Office (CBO) ha estimado que los aranceles de 2025 podrían aumentar la inflación anual entre 0.4 y 0.6 puntos porcentuales. Traducido en términos cotidianos, el hogar medio estadounidense pagará entre 1600$ y 3800$ adicionales al año, debido al encarecimiento de bienes importados y componentes de producción (AP News, 2025).
Empresas como Walmart y Target ya han anunciado subidas de precios, mientras que sectores como la automoción, la tecnología y la agroindustria han advertido de efectos adversos en cadena. A diferencia de lo que prometía la retórica proteccionista, no son las élites globalistas quienes absorben el coste de la guerra comercial, sino las familias trabajadoras y las pequeñas empresas.
El espejismo del empleo industrial
Uno de los argumentos más repetidos por Trump es que los aranceles restauran empleos industriales perdidos. En realidad, el Federal Reserve Bank of San Francisco ha documentado que, si bien algunos sectores manufactureros se han beneficiado en el corto plazo, el efecto agregado en el empleo ha sido negativo. En un informe publicado en julio de 2025, el banco regional afirma que la renta real en EE.UU. se reducirá un 0.4%, y el empleo neto caerá un 0.2% en los próximos cuatro años, debido a la contracción en sectores dependientes de insumos importados.
De manera más drástica, el Penn Wharton Budget Model estima que los aranceles actuales podrían suponer una pérdida del 6% del PIB a largo plazo, una disminución del 5% en los salarios reales, y un impacto vitalicio de 22000$ por familia. Estas cifras no provienen de rivales ideológicos, sino de centros de análisis económico con reputación académica intachable.
Riesgo de recesión y consecuencias globales
El economista Torsten Sløk, de Apollo Global Management, advirtió en abril de 2025 sobre un 90% de probabilidad de recesión derivada de los aranceles. JPMorgan Chase estimó que el nuevo paquete equivale a una subida de impuestos de 660000 millones de dólares, una carga que afecta a todas las capas de la economía.
El impacto trasciende las fronteras estadounidenses. La OECD revisó a la baja sus proyecciones de crecimiento global a 3.1% en 2025 y 3.0% en 2026, señalando que la fragmentación del comercio internacional debilita la inversión, ralentiza la innovación y aumenta la incertidumbre para los mercados emergentes.
Wall Street tampoco respondió con entusiasmo. El índice S&P 500 cayó un 15% en los días posteriores a los anuncios, y se calcula una pérdida de 2.5 billones de dólares en valor bursátil global desde el 2 de abril. La volatilidad se ha convertido en el signo distintivo de una economía regida por decretos improvisados y discursos electoralistas.
La fragilidad jurídica del proyecto
El golpe más inesperado llegó desde el frente judicial. En mayo de 2025, la Corte de Comercio Internacional de EE.UU. declaró inconstitucional parte del paquete arancelario, al considerar que violaba los límites de la International Emergency Economic Powers Act (IEEPA). Esta sentencia abre una grieta legal significativa y plantea dudas sobre la viabilidad de seguir utilizando los aranceles como instrumento de política exterior sin supervisión del Congreso.
Una apuesta que divide más de lo que construye
Más allá de sus efectos económicos, la política arancelaria de Trump ha deteriorado las relaciones internacionales, erosionado la cooperación multilateral y reinstaurado lógicas de confrontación propias del siglo XIX. Los países afectados —incluidos aliados históricos como Alemania, Corea del Sur y México— han respondido con represalias y tratados alternativos que excluyen a EE.UU., debilitando su influencia global.
El enfoque aislacionista no ha generado una América más fuerte, sino más cara, más volátil y desconectada del mundo. Lejos de resolver los desequilibrios estructurales del comercio internacional, los ha profundizado.
Conclusión: más muros que puentes
Donald Trump prometió proteger a los trabajadores estadounidenses. Pero los datos apuntan a un desenlace distinto: precios más altos, crecimiento más lento, empleos en peligro y una economía más vulnerable ante las turbulencias globales. En nombre del proteccionismo, ha consolidado una arquitectura económica que castiga al consumidor, debilita la inversión y amenaza con una nueva recesión.
El legado arancelario de Trump será recordado no por sus supuestos logros, sino por su incapacidad de construir puentes en un mundo que exige interdependencia, inteligencia colectiva y cooperación. Las guerras comerciales no se ganan. Se sufren.
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