Comencemos este análisis con una pregunta aparentemente simple pero crucial: ¿reconoció Rusia a los talibanes en consulta con China y otras grandes potencias? Si la respuesta es afirmativa, entonces se habría formado un consenso regional e internacional sobre el nuevo orden en un Afganistán controlado por los talibanes. Pero si la respuesta es negativa, surge una cuestión clave: ¿Hasta dónde está dispuesta Rusia a asumir los riesgos de esta medida tan arriesgada y trascendental?
De los distintos análisis y opiniones sobre esta inesperada decisión rusa se desprende que Moscú probablemente reconoció a los talibanes sin una consulta formal y real con China u otras potencias, aunque con una coordinación implícita y algún intercambio limitado de información. Esta decisión responde a intereses de seguridad y geopolíticos de Rusia, aunque pueda entrar en conflicto con los intereses vitales o implícitos de otros actores regionales y globales. Sin embargo, Moscú ha aceptado el riesgo y se ha embarcado en un compromiso decisivo respecto al futuro de Afganistán.
Aunque Rusia y China coinciden en su voluntad de expulsar a EE.UU. de la región, formar alianzas reactivas y diseñar iniciativas diplomáticas regionales, Moscú ha demostrado que a veces actúa en solitario en momentos críticos. Afganistán siempre ha sido un terreno disputado, y Rusia no es el único actor con capacidad para actuar sin obstáculos. Cada paso de Rusia—o de cualquier otra potencia—responde a un cálculo cuidadoso de riesgos, defensa preventiva y capacidad de reacción.
China, en respuesta a esta decisión rusa, ha optado por un silencio calculado y prudente, evitando costes directos y aprovechando la oportunidad para evaluar las reacciones y preparar posibles acciones futuras. Este enfoque cauteloso es característico no solo de la diplomacia china, sino también de su expansión económica, seguridad y proyección geopolítica.
No existe un consenso real ni una profunda convergencia ideológica entre Rusia, China e Irán respecto al nuevo orden mundial. Su cooperación se basa más en la necesidad de afrontar desafíos comunes que en una alianza estratégica o ideológica duradera. El reconocimiento de los talibanes por parte de Rusia es ahora una prueba clave para que otros países evalúen reacciones, riesgos y oportunidades.
Rusia tomó esta medida según sus propios cálculos internos y no espera un apoyo inmediato de China ni de otros socios. En este juego de alto riesgo, Moscú está sola y dispuesta a pagar el precio. Esta acción envía un claro mensaje geopolítico a Occidente: «Podemos rediseñar el orden diplomático regional sin el consentimiento o participación de EE.UU».
Detrás de esta decisión puede haber objetivos de inteligencia y seguridad: infiltrarse en la estructura talibán, gestionar las amenazas terroristas y contrarrestar los esfuerzos enemigos para debilitar la posición regional de Moscú. Sin embargo, el peligro de repetir errores históricos y caer en el pantano afgano sigue muy presente.
Al final, esta acción puede brindar oportunidades a los socios de Rusia como China e Irán para maniobrar diplomática y estratégicamente sin asumir los costes principales. Así, la idea de un consenso regional sobre los talibanes se diluye y el multilateralismo del bloque oriental muestra un rostro cada vez más fragmentado y guiado por intereses.
Rusia ha actuado sola, sin una consulta genuina con China, Irán, India o Occidente, confiando en la inteligencia de campo y en sus evaluaciones para ampliar su influencia en Afganistán y enviar un mensaje claro a sus rivales: está lista para pagar el precio de esta apuesta.
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