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Ansiedad: correr, sí… pero no todo el día

Muchas personas viven como gacelas permanentes: siempre en guardia, tensas, agitadas, con la sensación de que algo malo está a punto de ocurrir
Llucià Pou Sabaté
miércoles, 2 de julio de 2025, 11:46 h (CET)

Cada mañana en África, una gacela se despierta sabiendo que tiene que correr más rápido que el león más veloz si quiere seguir viva. Y cada mañana, un león se despierta sabiendo que tiene que correr más rápido que la gacela más lenta si quiere comer. Da igual si eres león o gacela: cuando amanece, más te vale empezar a correr.


Esta conocida metáfora describe a la perfección el origen evolutivo de la ansiedad: correr para sobrevivir. La ansiedad, en realidad, no es nuestro enemigo. Es nuestro sistema de alarma, un mecanismo milenario que preparaba a nuestros ancestros para luchar o huir ante un peligro real.


Hoy, sin embargo, el mundo ha cambiado. No hay leones acechando en cada esquina, ni selvas que cruzar para encontrar agua. Pero muchas personas viven como gacelas permanentes: siempre en guardia, tensas, agitadas, con la sensación de que algo malo está a punto de ocurrir.


El precio de vivir corriendo


La ansiedad surge como respuesta emocional ante retos, cambios o incertidumbre. En dosis normales, es útil: nos mantiene alerta, enfocados y preparados para la acción. Pero en exceso, puede convertirse en una cárcel invisible.


Cuando la ansiedad se vuelve crónica, el cuerpo y la mente pagan un alto precio:


taquicardia

tensión muscular

respiración acelerada

insomnio

problemas digestivos

ataques de pánico


No es debilidad. Es saturación. El problema no es correr… sino correr todo el día sin saber por qué, o no poder parar.


Vivimos en una sociedad acelerada, donde el tiempo nunca alcanza y las exigencias parecen infinitas. Y nuestro cerebro, programado para la supervivencia, no siempre distingue entre un león real y una amenaza imaginada, como un correo urgente o el miedo al qué dirán.


No todo es urgente


La clave para gestionar la ansiedad no está en negarla ni en reprimirla. Está en aprender a regularla. Porque sí: hay días para correr. Pero también hay días para detenerse, beber agua, mirar el cielo y dejar que el corazón descanse.


Tres claves sencillas para empezar:


- Identifica tu león. Pregúntate: ¿qué me activa cada mañana? ¿Es un peligro real o es solo mi interpretación?

- Recupera el control del cuerpo. Practica una pausa consciente: respira profundo, estírate, siente el presente. El cuerpo no distingue entre una amenaza imaginada y un momento de calma. Hay que enseñarle la diferencia.

- No seas gacela crónica. Entrena tu mente para recordar que no todo es urgente, ni todo depende de ti.


La ansiedad puede formar parte de nuestra vida, pero no debería gobernarla. A veces, la mayor valentía no está en correr… sino en saber parar.

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La ansiedad es una emoción básica que ha acompañado al ser humano a lo largo de su evolución. Desde un punto de vista adaptativo, la ansiedad ha sido una verdadera aliada para la supervivencia. Gracias a ella, nuestros antepasados podían anticiparse al peligro, activar sus recursos para luchar o huir, y protegerse de amenazas inminentes.

Es difícil conservar las relaciones de amistad que iniciamos al principio de nuestra juventud porque los pilares que hicieron que eso se creara van modificándose con el tiempo o directamente, se derrumban por completo. A veces, porque aparecen nuevas personas que nos generan más interés y puntos en común, y otras porque por ley de vida, todo se puede distanciar.

Cada mañana en África, una gacela se despierta sabiendo que tiene que correr más rápido que el león más veloz si quiere seguir viva. Y cada mañana, un león se despierta sabiendo que tiene que correr más rápido que la gacela más lenta si quiere comer. Da igual si eres león o gacela: cuando amanece, más te vale empezar a correr.

 
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