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Sabiduría light y capitalismo espiritual: la colonización de la trascendencia

En estos tiempos críticos y complejos, preservar la espiritualidad como espacio de resistencia se convierte en uno de los gestos más subversivos de nuestro tiempo
Diego Lo Destro
lunes, 7 de julio de 2025, 10:25 h (CET)

Schopenhauer decía que el ser humano es un animal metafísico, condenado a interrogarse por el sentido de su existencia. Incluso en medio de la rutina, la prisa y el cansancio, late en lo más hondo la pregunta por aquello que trasciende lo inmediato. Esa sed de sentido es la que nos empuja a buscar algo más allá —de aquí el sentido de la preposición meta en la palabra metafísica— de la mera supervivencia, a indagar en lo profundo, a vincularnos con lo sagrado, con lo inabarcable, con aquello que rebasa la lógica de la utilidad y del cálculo. Es un hambre de infinito, de algo que está más allá de los sentidos, de lo visible, de lo sensorial, y que, sin embargo, nos impulsa a buscarlo. En los tiempos que corren, esta pregunta por el sentido se vuelve más imperiosa que nunca.


Vivimos en una época marcada por guerras, crisis económicas, desastres ecológicos y una incertidumbre que resquebraja las estructuras que antes sostenían nuestras certezas. El futuro se vuelve opaco, la estabilidad se disuelve y, en medio de este paisaje de precariedad y desconcierto, la necesidad de trascendencia se intensifica. No es un fenómeno nuevo: cada vez que la historia se ha visto sacudida por el caos, los seres humanos han vuelto la mirada hacia lo sagrado, buscando en rituales, prácticas espirituales, meditaciones y palabras de consuelo una respuesta al sinsentido de su tiempo. Buscamos, aunque sea por un instante, la sensación de conexión con algo mayor, algo que nos permita resistir y encontrar un hilo de sentido en medio de la oscuridad. Sin embargo, esta necesidad humana tan profunda no ha pasado desapercibida para la maquinaria del capital, que ha aprendido a transformar incluso nuestra sed de sentido en una oportunidad de mercado, empaquetando nuestra búsqueda de trascendencia como un producto más en el escaparate del consumo.


En La era del vacío, Gilles Lipovetsky diagnostica el pasaje de una época marcada por la disciplina y el sacrificio a una de “sabiduría light”, donde “la felicidad se convierte en un derecho” y la espiritualidad se trivializa en “técnicas de gestión de sí mismo” que prometen plenitud sin exigencia, sin demora y sin verdadera transformación. La sabiduría se vuelve liviana, se consume en cápsulas de mindfulness de diez minutos y en apps de calma para poder seguir produciendo mientras se cree haber alcanzado la serenidad. Lo que antaño implicaba transformación, disciplina, ascesis, demora y silencio, se ha transformado en wellness de consumo rápido. La espiritualidad se ofrece en forma de yoga, meditación, retiros exprés y biohacking espiritual, como bálsamos para la ansiedad contemporánea, prometiendo calma mientras perpetúan la lógica de la productividad y el rendimiento. Así, la industria del bienestar se convierte en un engranaje más del sistema que busca perpetuar la adaptabilidad del sujeto a las exigencias de un mundo que lo fragmenta y lo somete.


En este proceso, la espiritualidad deja de ser un espacio de confrontación con el sinsentido y se transforma en dispositivo biopolítico, modulando cuerpos, deseos y emociones para mantener sujetos dóciles y funcionales. Nietzsche, en La genealogía de la moral, explicó con lucidez cómo el poder aprendió a gestionar la agresividad humana introyectándola, transformándola en culpa y en autocontrol, produciendo individuos tranquilos y obedientes mientras son expoliados. De modo análogo, la espiritualidad light captura nuestra inquietud y nuestra potencia vital, transformándolas en “paquetes de calma” y “retiros de bienestar” que neutralizan la insatisfacción estructural, convirtiendo la energía del deseo de trascendencia en recurso explotable.


Lo que se presenta como “camino hacia adentro” se transforma en un itinerario de consumo perfectamente compatible con la agenda productiva. Las prácticas de meditación y mindfulness corporativo se convierten en anestesia emocional que permite continuar rindiendo mientras se suavizan las aristas del malestar sin interrogar su origen. Se nos invita a soltar, a aceptar, a agradecer, pero no a interpelar el sistema que genera el estrés y la precariedad, ni a enfrentar las estructuras que producen la fragmentación y la soledad. Así, la espiritualidad light se erige como el suplemento perfecto de una época de consumo, funcionando como herramienta de adaptación emocional al orden establecido. Lo que podría ser un proceso de transformación se convierte en un calmante que desactiva la rebeldía y la incomodidad necesarias para la verdadera pregunta por el sentido.


Frente a esta captura, no se trata de rechazar la espiritualidad, sino de recuperar su potencia crítica, política y transformadora. De reinstalar su función de interpelar al sujeto y a las estructuras que lo atraviesan, de recordarnos que el camino espiritual implica demora, incomodidad, vacío y silencio, y que la búsqueda de sentido es incompatible con la lógica del consumo compulsivo. En estos tiempos críticos y complejos, preservar la espiritualidad como espacio de resistencia se convierte en uno de los gestos más subversivos de nuestro tiempo. No para calmarnos y permitirnos seguir rindiendo, sino para despertarnos a la necesidad de habitar nuestra existencia con conciencia, con plenitud, con la disposición a soportar el vacío y a sostener la pregunta que incomoda. 

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