Andréi Bélousov, ministro de Defensa de Rusia, advirtió durante la reunión de los ministros de Defensa de los países miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que las amenazas de seguridad provenientes de Afganistán siguen vigentes y que continúa el traslado de combatientes extremistas desde Siria hacia Afganistán. Sin embargo, el propio comportamiento de Rusia frente a esta amenaza ha sido todo menos transparente o coherente.
Moscú mantiene relaciones políticas con el movimiento Talibán, ha aceptado a su representante diplomático en Moscú, ha eliminado al Talibán de la lista oficial de organizaciones terroristas, y su embajada en Kabul es una de las más activas entre las misiones extranjeras en Afganistán. Entonces, surge la pregunta clave: ¿cuál de estas narrativas debemos tomar en serio? ¿Las advertencias rusas sobre el terrorismo en Afganistán, o su colaboración abierta con los talibanes?
El uso instrumental de las amenazas de seguridad
Un análisis más profundo revela que Rusia no ve las amenazas provenientes de Afganistán únicamente como un peligro real, sino también como una herramienta para avanzar sus intereses geopolíticos en Asia Central. La declaración de Bélousov sobre el traslado de combatientes desde Siria a Afganistán se asemeja más a una narrativa construida intencionalmente que a un informe objetivo de inteligencia.
Moscú busca crear un ambiente psicológico de "amenaza constante desde el sur" en los países de Asia Central, obligándolos así a una mayor dependencia en materia de seguridad hacia Rusia. Se trata, en esencia, de un proyecto para restaurar el viejo orden de seguridad soviético, con Moscú como centro decisorio.
Contrarrestar los círculos de influencia geopolítica
Rusia se enfrenta a tres frentes de presión geopolítica en su zona de influencia:
1. El eje occidental: la expansión de la OTAN y el conflicto con Ucrania, que empuja a Moscú a romper el cerco occidental. 2. El eje chino: la creciente influencia económica y estratégica de China en Asia Central, que preocupa a Rusia por su carácter potencialmente hegemónico. 3. El eje turco: la reactivación del pan-turquismo en Asia Central y el Cáucaso, mediante lazos lingüísticos y culturales, representa una competencia directa a la presencia rusa.
Ante esta situación, Rusia recurre a las amenazas desde Afganistán como un mecanismo de equilibrio geopolítico para frenar la penetración de sus rivales.
¿Una amenaza real o una justificación construida?
Es cierto que Afganistán, tras la llegada al poder del Talibán, se ha convertido en refugio para combatientes de múltiples nacionalidades. Sin embargo, los datos disponibles indican que estos grupos no han mostrado capacidad operativa significativa en las fronteras de Asia Central o el Cáucaso.
Por ello, la narrativa rusa parece más un instrumento para justificar una mayor presencia militar y una arquitectura de seguridad subordinada a Moscú, que una alerta fundamentada.
En este contexto, Rusia logra dos objetivos:
1. Convencer a los gobiernos de Asia Central para aceptar un marco de seguridad liderado por Moscú. 2. Generar una distracción estratégica, evitando que estos países se alineen con China, Turquía o la OTAN.
Una doble jugada con el Talibán
Mientras que el Talibán es responsable de gran parte del colapso del sistema de seguridad en Afganistán, Rusia lo presenta como amenaza en un discurso y como socio estratégico en otro. Esta contradicción se resume en:
“El Talibán es una amenaza útil: hay que temerlo y utilizarlo al mismo tiempo”.
Moscú coopera con el Talibán no para eliminar la amenaza, sino para controlarla, usarla como moneda de cambio, y avanzar su agenda en la región.
Conclusión estratégica
Rusia está desplegando una estrategia multicapa de seguridad e inteligencia en torno a Afganistán. El traslado —real o ficticio— de combatientes desde Medio Oriente le permite fortalecer su posición frente a China, Turquía y la OTAN.
Si la amenaza es real, implica una red transnacional respaldada por Estados; si es ficticia, constituye una excusa para reforzar su influencia militar y política.
En ambos escenarios, quien gana es Rusia. Y este es precisamente el rostro más peligroso del nuevo juego de poder de Moscú: un juego que no solo afecta a Afganistán, sino que reconfigura el equilibrio en Asia Central, el Cáucaso, e incluso la arquitectura del poder global.
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