“Botellas rotas/Interruptores rotos/Vajillas rotas/Piezas rotas/Las calles están llenas de corazones rotos/Palabras rotas que nunca tuvieron intención de ser pronunciadas” (Bob Dylan, cantante). A este rosario de cosas rotas yo le añadiría: “Matrimonios rotos”. ¡Se dan tantos matrimonios que terminan como el rosario de la aurora, que se tiran los platos a la cabeza!
La manera más carnal de querer resolver el antagonismo entre hombres y mujeres es el enfrentamiento permanente. Un interminable intercambio de mutuas acusaciones que lleva a un enroscamiento con el desenlace final de la rotura conyugal.
Josep Lluís Rovira, en su escrito: “Machismo y feminismo”, expone: “Antes que nada, la violencia de género es absolutamente intolerable, como cualquier tipo de violencia, incluyendo el asedio sexual. El machismo como signo de superioridad del hombre sobre la mujer es totalmente inaceptable. De hecho, los ismos no son buenos en nada y tienden al fanatismo”. De hecho, el antagonismo enquistado entre hombres y mujeres se debe a un mal planteamiento. Si no fuese por la mutua atracción sexual, los hombres y las mujeres pasarían los unos al lado de las otras sin inmutarse. Pero la cosa no es así. El sexo existe y como no es del mismo signo se atraen mutuamente. El barullo que produce el enfrentamiento entre machismo y feminismo no existiría si no fuese la realidad del pecado que ha trastornado lo que Dios había hecho muy bueno (Génesis 1: 31).
Si los protagonistas del conflicto que comentamos desean terminar con él de una vez por todas tienen que desterrar los prejuicios y creer que Dios existe y que no desea el mal de los hombres sino su bien. Las relaciones tóxicas entre sexos se deben al pecado de Adán por haber comido el fruto del árbol prohibido. El resultado de dicha transgresión fue que la excelente relación existente entre Adán y Eva se convirtió en tóxica. Cuando Dios le pregunta a Adán: “¿Qué has hecho?”, no reconoce su culpabilidad y acusa a Eva de lo que él había hecho: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y yo comí” (Génesis 3: 12). La toxicidad de las relaciones existente entre Adán y Eva la han heredado sus descendientes. La toxicidad de las relaciones existente en las relaciones conyugales pone de manifiesto la falsedad de la teoría evolucionista que enseña que el homo sapiens apareció en distintos lugares sin tener entre ellos ninguna conexión.
La respuesta a la pregunta: “¿Cuál es el primer mandamiento de todos?” que un escriba le hace a Jesús, la respuesta que recibe tiene dos caras. La primera es: “El primer mandamiento de todos es: Oye Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento”. Fíjese el lector que Jesús afirma: “El Señor nuestro Dios, el Señor uno es”. ¿Quién este Dios que es Uno? En el contexto de las Sagradas Escrituras cristianas solo puede serlo el Padre de nuestro Señor Jesucristo. El resto de los dioses que son de fabricación humana son de origen satánico que no desea que los hombres gocen del favor de Dios que los ha creado. Dios que es el Invisible se le empequeñece cuando se le convierte en una imagen de talla.
¿Qué tenemos que hacer con este Dios que es Uno? Jesús no nos deja en la ignorancia: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento” (v. 30). Dios exige una rendición incondicional a Él que no quita que “el segundo sea semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos” (v. 31). Un doctor de la Ley quiso pararle una trampa a Jesús al preguntarle: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (Lucas 10: 25). Jesús le responde citándole el Gran Mandamiento (v. 27). El interlocutor pretende salirse por la tangente cuando le pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” (v. 29). La respuesta que recibe de Jesús es la parábola que se conoce como “El buen samaritano”. Si el lector mantiene una relación tóxica con su conyugue y le pregunta a Jesús. “¿Quién es mi prójimo? Bien seguro que no lo enviará a ayudar a un extraño. Seguro que le dirá: “Ama a tu cónyuge como a ti mismo”. Si el amor a Dios sobre todas las cosas y se ama al conyugue como a uno mismo se instala en un matrimonio que mantiene relaciones tóxicas será, su salvación porque las aguas turbulentas que amenazan con hundir la barca se tranquilizarán y la embarcación navegará tranquilamente hacia la orilla.
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