En las novelas podemos llegar a entender las acciones por las que el más vil de los asesinos cometió sus crímenes, y dejarle abierta una puerta al menos a su, digamos, salvación espiritual, porque hay páginas y tiempo para explicarlo. Pero me da la impresión de que la fugacidad y brevedad de la información de la vida real, de cómo nos llega, de cómo lo hace en un minuto, ya es antiguo y nos está creando una visión del mundo insensible que necesita encasillar en malos y buenos absolutos rápidamente, sin dedicar un segundo a tratar de entender por qué esas personas son como son y hacen lo que hacen.
Y lo malo es que ese tipo de información nos convierte en cómplices, en pequeños jueces implacables que expanden, con sus conversaciones y declaraciones, la maldad de cualquier protagonista sin habernos molestado en indagar sus causas, circunstancias, contextos y motivaciones.
Tenemos deberes: dedicar tiempo a las opiniones que vertemos públicamente.
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