Una visión más actual y real, propia de los tiempos que vivimos ahora en la educación, aparece con todo su realismo en el relato “Termina primero”, incluido en el volumen de Javier Sáez de Ibarra (1961), titulado Bulevar, publicado en 2013, recopilación de textos con tintes chejovianos, como el mismo autor reconoce. Autor fundamente dedicado a la narrativa breve, cuenta con importantes premios en este género, en el que se incluyen, además del citado, ha publicado los siguientes volúmenes: El lector de Spinoza (2004); Propuesta imposible (2008); Mirar al agua. Cuentos plásticos (2009); Bulevar. (2013); Fantasía lumpen (2017) y Un réquiem europeo (2024). La historia del relato, titulado “Termina primero”, se enmarca en un aula, en el momento de la realización de examen de Lengua y Literatura. Durante su elaboración, Esther, una alumna, se autolesiona como prueba de amor por un compañero, Yoni, que ya dejó embarazada a otra alumna en el curso anterior. Durante dicha prueba escrita, la chica había insistido en terminar su examen rápidamente ante la negativa del profesor, Gonzalo Rellán, quien le pide que “termine primero” –de ahí, el título del cuento– de responder bien las preguntas. Por fin lo hace, de manera apresurada, y Esther se marcha al baño, donde lleva a cabo su acción. Cuando se entera de lo sucedido, el profesor aborda al chico, al que increpa de manera violenta por su actitud con las chicas y, en concreto, con su alumna, que se acaba lesionando con la navaja que, precisamente, aquel le proporcionó. Después del encuentro entre el profesor y el alumno y transcurridas unas horas, Gonzalo se interesa por el estado de su discípula, llamando a la profesora que le acompañó al ambulatorio. Todo quedó en una llamada de atención por parte de la chica que, tan solo, se hizo unos cortes superficiales en la muñeca. Por la noche, ya en casa, Gonzalo recibe una llamada del director del centro docente, quien le anuncia que tanto los padres de Yoni como los de Esther le van a denunciar. Los primeros, por haberle amenazado de muerte, según manifestó el chico a sus progenitores; los segundos, por haber dejado salir ante de tiempo a su hija de clase, lo que había provocado, según ellos, que se produjera el suceso.
En el tema de los derechos y deberes, que parece, entre otros, tratarse en este relato, conviene dejar constancia de que, en ocasiones, hay padres que entienden solo de lo primero y es de lo único de lo que quieren hacer merecedores a los alumnos. Entienden por tener derechos, el protestar u oponerse ante cualquier medida para corregir alguna conducta de sus hijos; o el enseñar a estos, confundiéndoles así, la manera de escamotear su responsabilidad, y aprovecharse malévolamente de los procedimientos existentes para garantizar la justicia en las medidas adoptadas, así como el carácter formativo y educativo de las mismas. De tal consideración u opinión podemos también dar muestras, recogidas a lo largo de nuestra andadura profesional, como profesor, director de instituto e inspector de educación. En esos años de experiencia hemos descubierto también que el tema de los derechos y deberes tiene su cara y su cruz. Así que, a la vez que no se justifica la defensa de los padres hacia sus hijos, también hay que huir de la demagogia y el victimismo a los que acuden algunos docentes, cuando ha de reconocérseles al alumno y a sus familias unos derechos por los cuales cualquier medida disciplinaria tiene que ser aplicada respetando unas garantías en el procedimiento sancionador. Si bien la gamberrada o el comportamiento inadecuado han de ser corregidos con celeridad y rigor, no es menos cierto que la decisión al respecto se ha de adoptar siguiendo los requisitos formales que están establecidos. Además de lo dicho, otros aspectos interesantes se tratan en este cuento de Sáez de Ibarra: la violencia en las aulas, el amor malentendido, el trato entre adolescentes y, en concreto, entre sexos, podrían ser otros aspectos de la educación en nuestros días, tratados con viveza y fidelidad por el autor, bien conocedor de la realidad, en tanto que profesor de Educación Secundaria él también. Lejos queda este escenario de ese otro plasmado en las obras comentadas en anteriores entregas, donde la idílica e inocente imagen deja paso a la más cruda realidad que, en muchos casos, se vive hoy día.
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