Acaso estemos inmersos de nuevo, no voy a entrar en detalles, que dejo a discreción de cada cual, en tiempo de pogromos, entendidos en sentido amplio y transversal, aunque aseguró Carlos Marx que la historia sucede una vez como tragedia y solo se repite como farsa. No lo tengo tan claro, pero el caso es que el método del pogromo, y digo el método para no centrarme únicamente en su manifestación concreta en la Rusia decimonónica, se extiende, con distintas variantes y justificaciones, en los ámbitos presencial, mediático y digital que nutren gran parte de la información que recibimos y percibimos. Su principal componente original, el antisemitismo, aun presente, si bien diluido en determinados mantras ideológicos, marcó el camino de las barbaries de nuestro tiempo.
Afirmó Hanna Arendt, que “el sujeto ideal del gobierno totalitario no es el nazi o el comunista convencido, sino las personas para quienes la distancia entre realidad y ficción y la distinción entre verdadero y falso ya no existe”. Tengo para mí que es eso lo que está pasando, pues parece crecer el número de quienes no hacen esa distinción, y por ello la consideración de Arendt resulta muy actual, en días como estos de posverdad y manipulación, en los que se va imponiendo el más peligroso de las bulos, que no es otro que la propaganda, cuyo objetivo es siempre construir la realidad al margen de los hechos tangibles. Una de sus manifestaciones es la búsqueda de culpables a los que endosar la causa de todos los males.
Los sujetos dispuestos a creer cualquier cosa responden a un perfil intemporal, capaz de asumir como cierto incluso lo imposible. Los “Protocolos de los sabios de Sión”, que así podemos denominar no solo al libelo inicial sino a los sucesivos relatos construidos con el objetivo de violentar la realidad, y que no siempre van por escrito, pues también funciona la oralidad, redes incluidas, van variando la apariencia y los argumentos dirigidos a generar los cómplices necesarios para cualquier caso Dreyfus, cuyo avatar actual toma el aspecto de lo que se han dado en llamar cancelaciones. Despojemos a los “protocolos” de la letra concreta y su música nos servirá para cualquier cosa. Se trata de un procedimiento a la vez rudimentario y sutil, muy eficiente en la consecución de resultados. Aconsejo la lectura del “Cementerio de Praga” (Umberto Eco) para después pasarlo por la realidad de nuestros días.
Empieza uno a pensar que el antisemitismo ha sido siempre una excusa, y un ensayo para otras cuestiones que se le asemejan, desde la antigüedad hasta el presente. ¿Fueron en realidad los judíos, en Roma y su Imperio, objeto de sospecha y discriminación por no adorar a los dioses romanos, el emperador incluido? No hubo, en principio, especial persecución, al menos en sentido religioso “stricto sensu”. Sin embargo, Roma no pudo tolerar las insurrecciones políticas hebreas y de ahí la destrucción del Templo. Más tarde, ya en tiempos medievales, las cruzadas supusieron el inicio del antisemitismo violento y se fueron forjando los estereotipos sobre el judío que, partiendo de considerar a los miembros de esa etnia responsables de la muerte de Jesús, sumaron otras imputaciones, como la práctica de la usura, y acabaron sirviendo dichos estereotipos de pararrayos socioeconómico alentado desde los púlpitos.
Se pasó, desde ahí, ya en tiempos contemporáneos, a su consideración como protagonistas de conspiración mundial, como la reflejada en “los protocolos”, tanto desde la izquierda como desde la derecha, pues son muchos los púlpitos y los intereses. Los pogromos fueron la expresión de todo ello y ejemplo de una forma de actuación que va más allá del antisemitismo para afectar a otros colectivos o individuos.
Los pogromos, en su significación extendida, reaparecen en el ámbito de la cultura de la cancelación y de imposición de un pensamiento único. Anidados sobre todo en el ámbito digital y de las redes, imponen una ortodoxia y un relato obligatorio sobre lo divino y lo humano; a partir de ahí, como dijera Alfonso Guerra respecto a la organización de su partido, “el que se mueva, no sale en la foto”. De fotos y cancelaciones supo ya el estalinismo (eso sí que fueron pogromos), cuya propaganda tuvo gran éxito entre los denominados intelectuales del orbe capitalista. Los culpables son ahora variados, desde los judíos hasta el heteropatricarcado y el neoliberalismo, sin olvidar, en las jornadas que corren, a Trump como justificación de las propias carencias y debilidades. La culpa, huérfana en principio, está siempre en otro sitio. Y la bola irá aumentando. El antisemitismo acabará siendo anécdota parcial y paradigmática en un piélago de pogromos contra los otros. Su principal víctima, nuestra libertad. Al tiempo.
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