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María, ¿mediadora?

El misterio de la encarnación del Hijo de Dios en la persona de Jesús no lo resuelve la razón sino la fe que es don de Dios
Octavi Pereña
lunes, 12 de mayo de 2025, 09:39 h (CET)

“La representación de la escena del calvario en el arte contiene no solo una imagen del Crucificado, sino que nos evoca las palabras que Jesús dijo a su madre antes de morir: “Mujer aquí tienes a tu hijo” y después dirigiéndose a Juan le dijo: “Aquí tienes a tu madre” (Juan 19: 26, 27). Juan nos representa a todos. El Señor nos confía las manos llenas de ternura de la madre. Él quiere que sintamos que María nos sostiene para afrontar y vencer en nuestro camino humano y cristiano” (Juan José Omella, arzobispo de Barcelona). Si la Biblia no nos proporcionase más información podríamos dar como buena la interpretación que el purpurado hace de las palabras de Jesús. Como la Biblia nos la proporciona no podemos considerar acertada la interpretación que el purpurado hace de María.


El contexto general de la Biblia enseña que un pecador no puede ser mediador con Jesús. El dogma católico que es fruto de la Tradición, enseña la inmaculada concepción de María. La misma María se encarga de refutarla. El ángel que anunció a la doncella de Nazaret que sería fecundada por el Espíritu Santo para ser la madre del Salvador, también la avisó que Elisabeth su parienta, en su ancianidad, estaba embarazada. Sin perder ni un segundo fue a visitar a su emparentada. Al encontrarse, Elisabeth llena del Espíritu Santo le dijo a María: “¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre del Señor venga a mí.”? (Lucas 1: 43” María le respondió: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (vv. 46, 47).


José desposado con María, al tener constancia de que la doncella con la que tenía que casarse estaba embarazada supuso que le había sido infiel. Para no infamarla, José “quiso dejarla secretamente, y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños, y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1: 19-21). María fue la pieza clave del plan de Dios diseñado antes de la creación del mundo. La elegida para tan alta misión, para nuestra enseñanza, exclama: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”. Una vez nacido Jesús que es el Hijo de Dios encarnado María se comporta como cualquier otra madre que ama a su hijo. Excepto en la concepción, no se notó en ella nada de sobrenatural.


El dogma católico a Jesús por María carece del soporte bíblico. La petición que María le hace a Jesús en la boda de Caná: “No tienen vino” (Juan 2: 3) no puede extrapolarse alegremente, basándose en suposiciones. El dogma “a Jesús por María” tiene consecuencias devastadoras porque afecta directamente al importantísimo tema de la salvación. En la Biblia no se encuentra ni la más pequeña grieta por la que pueda colarse tan nefasta doctrina. En la plegaria sacerdotal que Jesús dirige a su Padre intercediendo por sus discípulos (Juan 17), no menciona a María como mediadora con Jesús en la salvación del pueblo de Dios.


“La paga del pecado es la muerte” (Romanos 6: 23). María que conocía al dedillo la causa de su embarazo virginal no le impide declarar: “Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”. Con esta declaración reconoce que un día, cuando Dios lo disponga morirá como lo hacen todos los pecadores. “Dios enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne” (Romanos 8: 3). Nos encontramos inmersos en el misterio de la salvación de los pecadores. El raciocinio no lo puede intuir. El hombre no puede creerlo de no ser que el Espíritu Santo le otorgue el don de la fe. ¿Cómo puede entrar el justo e las entrañas de una pecadora? Esta pregunta no tiene respuesta si no es que el Espíritu Santo abra los ojos de los ciegos espirituales.


La Iglesia Católica que dogmáticamente se confiesa monoteísta, de hecho, en la práctica, con la multitud de santos, santas, vírgenes, que han alcanzado la santidad gracias a los supuestos milagros que se les atribuyen, de hecho se les considera dioses. Si no fuese así, ¿qué sentido tiene invocarlos para que concedan favores?


El apóstol Pedro considerado por la Iglesia Católica como el primero de una larga lista de papas, se encarga de desmontar el lucrativo negocio que se ha establecido a costillas de tantos pecadores que necesitan invocar a Dios. Se los desvía hacia los falsos dioses que la Tradición ha fabricado. El apóstol Pedro lleno del Espíritu Santo, encontrándose en presencia de las autoridades religiosas, expone: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el Nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios le resucitó de los muertos, por Él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 10-12).

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