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​León XIV: un pontificado que comienza entre símbolos y desafíos

En un tiempo de fracturas, podría ser una oportunidad para coser: dentro de la Iglesia, entre culturas, entre generaciones
Llucià Pou Sabaté
sábado, 10 de mayo de 2025, 11:32 h (CET)

La elección del cardenal Robert Francis Prevost como nuevo papa, bajo el nombre de León XIV, marca el inicio de una nueva etapa para la Iglesia católica. El nombre elegido no es inocente: evoca el largo y significativo pontificado de León XIII, un papa recordado por su inteligencia diplomática, su sensibilidad social y su capacidad de acción sin grandes estridencias. Fue un fino intelectual, promotor de la justicia social y defensor del salario justo para los trabajadores, que impulsó la paz entre los pueblos y se desligó conscientemente del poder temporal que durante siglos había condicionado el testimonio evangélico.


Al elegir ese nombre, León XIV parece querer subrayar una continuidad reformista, serena y profunda, sin concesiones al espectáculo ni al populismo espiritual. Más aún: podría estar señalando un camino de reconciliación entre la profundidad de la tradición y las exigencias del presente. No una Iglesia que se repliega, sino una que piensa, discierne y se transforma desde dentro.


Un perfil de pastor agustino


El nuevo pontífice es agustino. Este dato no es menor: la espiritualidad agustiniana se centra en la búsqueda de la verdad a través de la interioridad y el amor. En una sociedad volcada hacia lo exterior, la apariencia, la inmediatez y la sobreinformación, el llamado a volver al corazón, a la escucha interior y al discernimiento puede resultar profundamente contracultural y necesario. León XIV trae consigo una impronta misionera, por su experiencia en Perú, y una mirada espiritual que no niega el mundo, pero que no se deja atrapar por su ruido.


La ley del amor —la caridad— es la clave de lectura de su espiritualidad. Esto puede marcar su pontificado como uno orientado a tender puentes, a sanar heridas, a superar polarizaciones. Frente a los debates ideológicos que dividen incluso dentro de la Iglesia, León XIV puede aportar una voz más pastoral que doctrinaria, más centrada en la vida real de las personas que en los titulares teológicos.


La herencia de Francisco y un estilo propio


León XIV sucede a un papa que cambió profundamente la imagen pública del papado. Francisco, con su estilo directo, su énfasis en la misericordia y su crítica a las estructuras rígidas, abrió un camino de descentralización, sinodalidad y cercanía con los excluidos. No es poco lo que deja: un Sínodo aún en curso, un nuevo mapa de prioridades y una Iglesia que ha aprendido a hablar con un lenguaje más evangélico.


León XIV no es un outsider. Fue nombrado por Francisco como prefecto del Dicasterio para los Obispos, lo que significa que conoce de cerca los engranajes de la reforma. Pero tampoco forma parte del núcleo más visiblemente progresista. Su estilo es más reservado, más sereno, más atento al proceso que al impacto inmediato. Esto puede ofrecer una continuidad en el fondo, con una forma más institucional o equilibrada. Será, probablemente, un papa que escuche más que hable, pero que actúe con decisión cuando sea necesario.


Una Iglesia global en una encrucijada


El nuevo papa recibe una Iglesia en un mundo fracturado. La vitalidad del catolicismo ha migrado hacia el sur global: África, Asia y América Latina concentran cada vez más fieles y vocaciones. Mientras tanto, Europa y Norteamérica, marcadas por la secularización, la crisis de sentido y los escándalos eclesiales, experimentan un debilitamiento institucional. Pero el problema no es solo la pérdida de influencia: es la dificultad de transmitir una experiencia de fe viva, creíble, liberadora.


León XIV tendrá que enfrentar esta realidad con una doble mirada: global y local, doctrinal y pastoral. Los desafíos no son menores: abusos sexuales aún no completamente enfrentados, tensiones ideológicas internas, retroceso de la fe en muchos jóvenes, fractura cultural entre la ética eclesial y la experiencia cotidiana de los fieles.


Entre tradición y profecía


La gran pregunta es: ¿qué Iglesia necesitamos hoy? ¿Una que defienda su identidad con rigidez, o una que sepa dialogar sin perder el nervio evangélico? León XIV puede ser una figura clave en esta encrucijada. Su perfil espiritual y su experiencia de gobierno pueden permitirle articular una visión de Iglesia que no renuncie a la verdad, pero que sepa anunciarla con ternura, con humildad, con una profunda humanidad.


Como León XIII, podría apostar por una diplomacia de fondo: cuidar las relaciones internacionales, impulsar el papel de la Iglesia como mediadora de paz, promover la justicia social en un mundo roto por la desigualdad. Pero también puede marcar un estilo nuevo desde la escucha, algo cada vez más raro en tiempos de ruido, opinión y confrontación constante.


Un pontificado que aún se está escribiendo


Este pontificado apenas comienza. Pero ya se perciben líneas de fuerza: sobriedad, profundidad, discernimiento. No será un papado de grandes gestos, probablemente, sino de silencios elocuentes, de reformas firmes aunque discretas, de preferencia por los procesos antes que por los titulares.


Aún es pronto para trazar un perfil definitivo. Pero si algo deja entrever esta elección es que la Iglesia sigue buscando un equilibrio entre fidelidad y renovación. León XIV no llega con promesas espectaculares. Llega con la autoridad tranquila de quien ha vivido en las periferias, ha acompañado a comunidades y ha aprendido a mirar con compasión y firmeza.


En un tiempo de fracturas, su pontificado podría ser una oportunidad para coser: dentro de la Iglesia, entre culturas, entre generaciones. Y, quizás, para recordarnos que la verdadera reforma siempre comienza en el corazón.

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