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A dos meses de la muerte del Papa Francisco, resuenan con fuerza las ideas centrales que marcaron el inicio de su pontificado, un llamado a la autenticidad cristiana y a una Iglesia cercana a la humanidad. Sus primeras reflexiones nos legaron un camino claro, sencillo y profundamente transformador.
El pontificado de León XIII (1878-1903) se caracterizó por una labor doctrinal amplia y sistemática. Aunque suele ser recordado especialmente por la encíclica 'Rerum novarum', que aborda la cuestión social y que sirvió de inspiración para el nombre pontificio de León XIV, su legado abarca un conjunto extenso de enseñanzas que siguen conservando vigencia en la actualidad frente a los retos culturales de la modernidad.
Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.
La elección del cardenal Robert Francis Prevost como nuevo papa, bajo el nombre de León XIV, marca el inicio de una nueva etapa para la Iglesia católica. El nombre elegido no es inocente: evoca el largo y significativo pontificado de León XIII, un papa recordado por su inteligencia diplomática, su sensibilidad social y su capacidad de acción sin grandes estridencias.
La elección de un nuevo sumo pontífice constituye un 'kairos', es decir, un tiempo de gracia y discernimiento para la Iglesia Católica. No sólo representa la sucesión apostólica de Pedro, fundamento de la unidad y la misión eclesial (cf. Mateo 16:18-19; “Lumen Gentium”, n. 20), sino que también inaugura una nueva etapa marcada por la singularidad del nuevo pastor y sus respuestas a los desafíos de nuestra época.
El pontificado de Francisco I ejercido desde mediados de abril de 2013 hasta el 21 de abril 2025 ha sido uno de los pontificados mejor representados con el liderazgo y visión de Jorge Mario Bergolio, sacerdote de origen argentino que ha marcado verdadero parteaguas en la historia reciente de una de las instituciones más longevas del mundo: la Iglesia.
Hemos terminado la Semana Santa, una semana pasada por agua en bastantes sitios desluciendo las estaciones de penitencia que tienen por costumbre salir a la calle las distintas hermandades a lo largo y ancho de nuestra geografía en una reproducción de imaginería religiosa reproduciendo escenas de la vida de Cristo de nuestra religión católica.
La noticia ha conmocionado al mundo: el Papa Francisco ha fallecido. Tras 12 años al frente de la Iglesia Católica, su partida no solo marca el fin de un pontificado singular, sino que deja una pregunta abierta y profunda: ¿qué frutos dio su misión? Porque Francisco no fue un Papa más. Fue un pastor que, con gestos simples y palabras directas, quiso poner al Evangelio en un lugar central. Un pontífice que incomodó a muchos, pero también despertó conciencias dormidas.
Hoy todos los católicos del mundo lloran porque el Papa humilde, el Papa de los pobres, el Papa sin alharacas ha fallecido. Contemplando este hecho desde el plano humano, pegados a la tierra, ciertamente es una pérdida irremediable e insustituible.
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