El otro día leí lo siguiente, la siguiente digámosle declaración: “No pude, no pude callarme, verla con el burka en el ambulatorio me molestó. Ahora siento haberme puesto tan nerviosa, pero fue superior a mí”.
No salgo de mi asombro, en pleno siglo XXI, en España, una mujer sentada en la consulta del pediatra, con una niña en su cochecito y con ese trapo horrible... ¡Por Dios! Es denigrante ver la utilización de esa prenda tan horrible. La cosa es más grave de lo que se piensa, ya que la portadora del burka afirmó: “Llevo el burka porque mi marido es musulmán, soy catalana y feminista pero no me importa usarlo”.
Es cierto que no se ven muchos burkas por las calles, pero no entiendo que muchos políticos intenten protegerse de ser tachados de racistas o intolerantes, porque en este tema hay que “mojarse”, no valen medias tintas. Sí o sí. De nada valen ministerios, ni ministras, ni vicepresidentas, si se permite el uso de una prenda que ofende a quien la lleva, y a todas aquellas mujeres que quieren conseguir la verdadera igualdad.
Soy hombre, tengo más de cincuenta años y me considero una persona tolerante, y a pesar del riesgo de ser tachado de racista (me lo han llamado tantas veces), quiero dejar clara mi postura: hay que prohibir el uso del burka en las calles.
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