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​No es palabrería

Soy defensor del orgullo de pertenencia, porque es bueno estar contento con la tierra que se pisa
José Antonio Ávila López
viernes, 7 de febrero de 2025, 09:30 h (CET)

Hay dos clases de orgullo, el bueno y el malo. El orgullo puede ser pecado nefasto o felicidad compartida. El orgullo de pertenencia a una ciudad o pueblo, a un territorio, a una familia, incluso al club de fútbol local forma parte del orgullo bueno. Yo soy defensor del orgullo de pertenencia, porque para conseguir parcelas de felicidad es bueno estar contento con la tierra que se pisa. 


Me alegra cuando en un pueblo se ofrecen eventos de homenaje a personajes célebres allí nacidos o vinculados, y me entusiasma cuando leo que en diferentes pueblos o municipios existen visitas guiadas para conocer el territorio, los rincones inhóspitos y los monumentos. 


Aplaudo cuando veo que se eleva a la categoría de importante lo que mejora la visibilidad o la fama de un pueblo, disfruto con todo ello porque me dice, sin decirlo, que sus pobladores o vecinos estarán más contentos de vivir allí, y disfrutarán de lo que llamo orgullo de pertenencia, ya que este orgullo colectivo sirve de pegamento para consolidar una comunidad. 


El orgullo de pertenencia lleva a los humanos a ser más participativos, solidarios y comprometidos, porque esa afinidad con el entorno hace a la persona más involucrada en que todo vaya mejor, es decir, se piensa más en el interés general, y en el «nosotros» y no exclusivamente en el «yo». Se vuelve la gente más crítica, pero hace crítica constructiva porque trata de lo común, de lo suyo. Algunos incultos piensan que es un discurso vacío o palabrería.

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Los legisladores actuales se han acostumbrado, de una forma que yo llamaría indecente, a lo que se le ocurre (sea lo que sea) a alguno de esos personajes (masculinos, femeninos y neutros) de la rampante y vulgar moda de los pijos progres. Estamos observando en los últimos tiempos que el legislador actual se entromete en ámbitos privados sin ningún recato, creando normas para regular los modelos que necesita para la promoción de su disparatada ideología.

En medio de la escalada del aluvión de desastres climáticos que nos acorralan y de los incesantes conflictos que nos persiguen, defender los valores humanos y la ética humanitaria, es una de las más urgentes necesidades del momento. Hoy más que nunca precisamos reponernos, trabajar en los valores interiores de cada cual, para encontrar el reposo necesario y la primordial quietud que generan las razones de la esperanza, que todos nos merecemos por el mismo hecho de nacer.

Ni teléfono ni internet, lo justo para sentirse desnortado y pensar en otras posibilidades. Al abrir la ventana escuché a varias personas que llevaban un transistor en la mano, pegado al oído como aquel fatídico 23F o las tardes de domingo para conocer los resultados del fútbol. Decidí no esperar más y pensé dónde podía estar alguno de los dos transistores que tenía en otra época. No tardé en encontrarlos y, tras poner pilas nuevas, resulta que funcionaban como el primer día.

 
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