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Un mundo desconocido

A lo largo de los dos últimos años estoy inmerso en una nueva experiencia, lo que me está permitiendo conocer mejor el mundo de los jóvenes de hoy
Manuel Montes Cleries
lunes, 23 de diciembre de 2024, 11:14 h (CET)

Estoy viviendo la experiencia de adentrarme en un mundo desconocido para mí.


A lo largo de los dos últimos años estoy inmerso en una nueva experiencia, lo que me está permitiendo conocer mejor el mundo de los jóvenes de hoy. Se trata de mi cuarta experiencia en las aulas. La primera la realicé en los años sesenta, la segunda en los setenta, la tercera en los dos mil y la actual, desde el 2023.

       

Esta situación me ha posibilitado conocer bastante mejor el ambiente estudiantil y las diversas alternativas de la forma de ser de los jóvenes de cuatro generaciones. Cada una de ellas ha sido completamente diferente. Aunque tienen varios nexos comunes: la espontaneidad, la alegría, la solidaridad y la aceptación de aquellos “infiltrados” con unas características lejanas a las suyas propias.

       

Este año estoy cursando el segundo curso de Historia en la UMA. Una vez superado el primero –con no pocas dificultades-, en esta ocasión estoy inmerso en una serie de materias cada vez más complicadas. Esta problemática la estoy superando gracias a los compañeros de clase que me llevan un poco en volandas. Los profesores hacen como que ignoran mi edad -lo cual me parece muy bien- y me tratan como uno más.

     

El adentrarme en un mundo totalmente desconocido para mí se ha producido especialmente en los tiempos de convivencia no lectiva. Me explicaré. Compartir un poco su vida después de las clases. El viernes viví una nueva experiencia que me hizo pensar. Mis compañeros más cercanos –un cuarteto al que denomino “los cuatro jinetes de la pocaleche”- me invitaron ceremoniosamente a tomar algo después de la última clase del cuatrimestre.

       

Me adentré en una zona cercana al campus que se transforma a partir de media tarde. Miles de jóvenes y no tan jóvenes, invaden los “tropecientos” mil bares y garitos de la zona cero estudiantil. A duras penas encontramos un rincón donde bebernos unas cervezas y hablar del cuatrimestre pasado. Me sentí totalmente integrado en un mundo de chicos cuyos abuelos son de mi edad. Descubrí los apodos de los profes y los otros alumnos compañeros, los amores soñados o compartidos y sus aspiraciones para el futuro.

     

La buena noticia de hoy se basa en que me sentí totalmente a gusto y feliz en compañía de una generación de la que me distancian sesenta años. Que se puede hablar de todo y con todos. Que hay una juventud sana, formada, seria y alegre a la vez. Que sueñan con una rápida integración en el mundo de la ciencia o la enseñanza. Nada que ver con la inoportuna calificación de “ninis”.

      

Ya me lo maliciaba yo con la actitud de mis nietos. Son así. Pero yo me creía que era una idea sustentada por el amor a los míos. Si no se estropean, los jóvenes de esta generación van a hacer un mundo bastante mejor.


Nota: Siguen faltando a un montón de clases y, cuando van,  asistiendo a las mismas con camisetas de futbol y pantalones cortos. A los profesores les da igual. Tiempos modernos.

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