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​Intento vivir mi vida, pero estoy pendiente de los demás

Todos intentamos disimular las carencias que tenemos por el miedo a las opiniones y a los relatos e historias que se pueden crear tras saber la verdad
Violeta Torrejón
miércoles, 13 de noviembre de 2024, 09:59 h (CET)

Vivimos en una sociedad en la que tenemos la obligación de actuar como lo hace el resto, de comer lo que prueban otros, de tener aficiones conforme al entorno al cual nos hemos desarrollado y sobre todo, a relacionarnos con personas afines a nuestros intereses y clase social. Nos desenvolvemos como nos han enseñado y nos formamos para el día de mañana poder llegar a ser algo en el mundo, sentirnos útiles y auténticos y, muchas de las veces, sobresalir por encima del resto, porque a eso le llamamos “éxito”. Ese ego, es el que se manifiesta cuando determinadas personas alcanzan puestos directivos que hacen entrever la realidad de su personalidad.


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Suele ser habitual que todos hablen más de lo que deberían en hazañas relacionadas con los estudios, incluso, enmascarar las tareas laborales que realizan diariamente ensalzándolas de forma exagerada. Los demás nos muestran una vida muy completa y bastante llena en todos los aspectos, donde no existe tiempo para el error ni el arrepentimiento, donde las parejas suelen ser perfectas y las familias muy unidas en épocas de celebraciones, donde siempre tienen a otros que están dispuestos a ayudarles en todo momento, donde no existen las quejas en ninguna esfera.


Y es que ninguna vida es ejemplar, ni ninguna está exenta de brechas o de quiebras temporales porque la vida en sí misma está formada por altibajos según las épocas. Todos intentamos disimular las carencias que tenemos por el miedo a las opiniones y a los relatos e historias que se pueden crear tras saber la verdad. Y es que si nos ponemos a pensar detenidamente, ¿realmente estamos llevando la vida que nosotros queremos y nos estamos comportando acorde a la realidad o, por el contrario, estamos fingiendo “algo” a lo que ya nos hemos acostumbrado?


¿Nos hemos convertido en actores de nuestra propia película o somos tan sólo espectadores de la vida de los demás? Y es que llegar a todo, diariamente, es algo, a veces, imposible. Sentirse bien en todo momento es algo inalcanzable. Evitar los pensamientos negativos es, muchas veces, complicado y esquivar estar pendiente de la imagen que los demás tengan de nosotros, es algo, irrealizable. Siempre, aunque lo neguemos, nos importará e influirá lo que otros piensen de nosotros.


Habrá personas que serán muy críticas con esto y otras, que intenten pasar de los rumores pero, a todos, en el fondo, nos importa la opinión que se han formado. Y no será la misma según el entorno en el que nos desenvolvamos ya que, habremos creado una imagen en la familia, otra en el trabajo, otra con nuestra pareja o amigos… Es decir, somos la misma persona pero adaptada a las circunstancias del lugar y en función de la confianza o no, que nos brinden las personas que están interaccionando con nosotros. Ya que los ambientes en los que estamos más cómodos o en los cuales llevamos más tiempo, harán que nos mostremos tal cual somos.


Por lo que, aunque conozcamos a personas que idealicen su vida o incluso, que lo hagamos nosotros mismos, todo lo que nos rodea va a afectar en el comportamiento ante el resto. Y es que, a veces, viene bien centrarse en uno mismo y hacer lo que verdaderamente quiere dejando a un lado los prejuicios porque ocultar los días malos y complicaciones de la vida es algo bastante agotador para aquel que lo hace y más aún si esto se produce de forma continuada en el tiempo.


La cosa está en saber el motivo por el que los seres humanos tenemos esa tendencia y quizá, no sea más que por eludir que nos hagan daño en aquellos temas que más nos pueden herir si los demás hablan sin saber. Cada persona es un mundo con su vida, sus problemas y su lucha y no mostrar determinadas facetas o maquillarlas demasiado, no es más que una simple manera de autoprotección. 

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Lidiar con una persona pasivo-agresiva puede ser como caminar por un campo minado cubierto de flores. No gritan, no insultan abiertamente, pero cada palabra que dicen lleva veneno disfrazado de cortesía. A primera vista parecen inofensivos, incluso agradables, pero su forma de actuar deja una sensación de incomodidad que va calando poco a poco, como aquella gota de la que hablaba el sabio Salomón. “Decía el Sabio Salomón que una gota constante, ablanda un duro peñón”.

Pensamos que las enfermedades deben aparecer cuando somos mayores, creemos que nuestro sistema empezará a fallar o a tener ciertas inestabilidades cuando vamos sumando años en la últimas etapas. No concebimos tener mala salud o empezar a perderla cuando somos jóvenes, porque nos han inculcado que cada fase tiene su cometido y sus vivencias.

A veces parece que somos nuestros peores enemigos. Queremos avanzar, mejorar, lograr nuestras metas… pero justo cuando las cosas empiezan a encaminarse, algo dentro de nosotros hace que nos detengamos. Posponemos, nos autosaboteamos, nos convencemos de que “todavía no es el momento” o de que “seguro va a salir mal”.

 
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