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Las devociones de Carlos Herrera

Carlos Herrera, en la misma medida que calla, cuando habla puede mentir
Mario López
domingo, 7 de agosto de 2016, 11:19 h (CET)
El franco-periodista Carlos Herrera presume de no tener pelos en la lengua. Suyos propios, es posible que no tenga, pero su lengua es un rancio pelucón cardenalicio. Él mismo, respondiendo a Federico Jiménez Losantos, admitió que no podía informar sobre ciertos asuntos sensibles para la Conferencia Episcopal, que es quien le paga las lentejas.

Un periodista no debe mentir y, ni mucho menos, presumir de una libertad pignorada y encorsetada que le vale para servir con lealtad a su patrón, pero que le reputa como mercenario de la propaganda y manipulador de la realidad publicada.

Un periodista que tiene que ocultar información pierde toda su credibilidad. De tal manera que no es difícil sospechar que Carlos Herrera, en la misma medida que calla, cuando habla puede mentir; y en más de una ocasión supimos que mentía. Exagerando un poco, si la información fuera medicina, la mitad de los españoles habría muerto envenenada al escucharlo.

Carlos Herrera nos está demostrando cómo es imposible la libertad de información en medios de comunicación privados dirigidos por franco-periodistas como él. Que no es responsabilidad de la propiedad del medio sino del periodista. Qué poco tardarían los medios privados en deponer su actitud manipuladora si no hubiera un solo periodista que se pareciera, en su actitud servil y claudicante, a Carlos Herrera.

Por lo demás, Carlos Herrera tiene todo el derecho del mundo a emocionarse con la Virgen de las Nieves (devoción que le durará lo que le dure su contrato con la COPE) o que sienta nostalgia del franquismo. Faltaría más, está en todo su derecho. Pero, si es incapaz de servir al periodismo de manera honorable, mejor que se quede en su casa. Al ágora se ha de acudir limpio de cuerpo y mente, la información veraz es un derecho fundamental de la ciudadanía y mancillarla, un crimen (o debería de serlo).

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Los periodistas, ya solo por el simple hecho de estar ejerciendo nuestra profesión, tenemos una enorme responsabilidad social con nuestros receptores de la información: el lector, el oyente o el telespectador. No tenemos que irnos muy lejos para recordarnos que es un derecho fundamental, el artículo 20 de la Constitución Española recoge el derecho a la libertad de información y el derecho a recibir información veraz.

Las instituciones nos recuerdan, una vez tras otra, sobre la facilidad con la que se pueden producir. Una circunstancia  sobrevenida, casi siempre, a consecuencia de las imprudencias humanas, cuando no por la mano criminal de los incendiarios y pirómanos.

El tenista se toma su tiempo antes de sacar en el juego decisivo. Sabe que va a ganar y eso no le calma. Toda la vida entrenando, luchando por mantenerse en forma, viajando de manera continua por todo el planeta para ser el mejor del circuito, y es ahora cuando ha comprendido que ninguna de esas es la causa de sus éxitos.

 
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