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21º ANIVERSARIO
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Opinión
Etiquetas | Juan Pablo II | Papa | Aniversario | Muerte | Pontífice
Fue un gran comunicador, que puso sus dotes mediáticas al servicio de la Verdad

Comienza el 20 aniversario de la muerte de Juan Pablo II: balance

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Empezamos el 20 aniversario del traspaso de Juan Pablo II. El pasado 2 de abril hizo 19 años de su muerte, aquel día caía en la víspera de la fiesta de la divina misericordia (del próximo domingo, al término de la Octava de Pascua). El papa Wojtyla proclamó esta fiesta, de algún modo resumiendo su pontificado, como tenía preparado decir aquel día en cuya víspera murió: «Señor, que con la muerte y la resurrección revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero».


Si la misericordia es la expresión suprema del amor, el amor va unido a la verdad: “hacer la verdad con amor” (Ef 4,15), y una de sus frases inolvidables fue aquella del aeródromo de los cuatro vientos: “la verdad no se impone, se propone”. La libertad es parte constitutiva de la persona cuya esencia son estas tres cosas: la comprensión de la verdad, la libertad para autodeterminarse, y sobre todo el amor.


Por supuesto que el modo de proponer la verdad es importante, y fue Juan Pablo II un gran comunicador, que puso sus dotes mediáticas al servicio de la Verdad: sus dotes teatrales no eran para lucir sino para desaparecer él y dejar ver a Jesús, como quitándose del medio. En sus viajes a 170 países ha jugado con el arma de los mass media.


Y después de promover a la persona, es decir su libertad, amor y verdad, en sus últimos momentos, cara a cara ya con la Verdad, decía: “dejadme ir a la casa del Padre”. Porque nuestra verdad no termina en el curso de esta vida, que es aprendizaje para otra que –como decía el poeta- “es morada sin pesar”.


Su lema “¡No tengáis miedo!” se apoyaba en la confianza en la divina misericordia, de la mano de santa María según su lema “Totus tuus” y así, abandonado en la Virgen, fue llevado por ella a Dios un primer sábado, día especialmente dedicado a ella según la devoción de Fátima. Aquella predicación a “que seáis apóstoles de la divina misericordia”, él verdaderamente la vivió con su vida. proclamó que “el hombre no tiene necesidad de nada tanto como de la Divina Misericordia - de aquel amor que quiere bien, que compadece, que realza al hombre sobre su debilidad hacia las infinitas alturas de la santidad de Dios… oír en el profundo de su alma cuanto oyó la Beata [Faustina]: «No tengas miedo de nada. Yo estoy siempre contigo». Y si responde con corazón sincero: «Jesús, ¡confío en Ti!», encontrará la fortaleza en todas sus angustias y miedos. En este diálogo de abandono, se establece entre el hombre y Cristo una particular unión que exhala el amor. Y «en el amor no hay temor -escribe san Juan- al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor» (1 Jn 4,18)”. Su encíclica sobre Dios Padre nos sitúa ante un Dios rico en misericordia (“Dives in misericordia”).


Si podemos decir que Jesús “pasó haciendo el bien”, los santos no han sido iluminados que no se han implicado en las cuestiones de la sociedad en la que vivieron. Así, sólo gracias a la presencia en Roma de Wojtyla pudo surgir «Solidarnosc», el primer sindicato autónomo e independiente de un país del Este europeo, y ayudó a que no fueran reprimidos por las fuerzas comunistas, sino que fuera madurando la caída de aquel imperio hacia una posible transición (que todavía está en curso, o mejor dicho en involución, en este momento histórico, pues la historia no es una evolución lineal…). Gorbachov encontró en el Papa un aliado para ello. En ese proyecto de una “civilización del amor” tuvo sus penas, como que Europa no acogiera sus raíces cristianas como olvidando lo que está en su historia y su cultura.


Así pues, en lo social este papa Magno pudo expresarse libremente en la promoción de la justicia, la libertad, el amor y la verdad. En lo moral le tocaron tiempos de cambio, una apertura de la Iglesia a la modernidad que empezó con los dos papas de los que tomó el nombre: Juan XXIII y Pablo VI, y siguió esa senda que había tomado también su antecesor, Juan Pablo I, el “papa de la sonrisa” que duró tan poco. Después de él, siguió Ratzinger, su colaborador más cercano, en cierto modo “un papa de transición”, puede decirse que los cardenales acogieron lo que él, contemplando el fresco del Juicio Final, les escribía: «los hombres a quienes se confió el cuidado de la heredad de las llaves, se encuentran aquí, se dejan abarcar por la policromía Sixtina, por la visión que dejó Miguel Ángel. Así fue en agosto y, luego, en octubre del memorable año de los dos cónclaves, y así será de nuevo, cuando se presente la necesidad, después de mi muerte… Es menester que les hable la visión de Miguel Ángel:… "Con-clave": el común cuidado de la heredad de las llaves, de las llaves del Reino. He aquí que se ven entre el Principio y el Final, entre el Día de la Creación y el Día del Juicio...» y rezaba al Rey del universo: «Tú que penetras todo, ¡indica! Él indicara...». Así pues, elegido Ratzinger, durante esa “transición” pudieron prepararse esas reformas que se iniciaron con los papas Juan XXIII y Pablo VI, difíciles de acometer pues ¿cómo vivir una aplicación del Evangelio en nuestros días, sin contar con el desarrollo dogmático de la doctrina, que parece inamovible? Ese difícil equilibrio ha existido siempre, pero hoy lo vemos de un modo más vivo.


Todo esto estaba en el corazón de ese gran papa del que hemos empezado el 20 aniversario de su traspaso. Suelen darse estadísticas de las muchas cosas que hizo Juan Pablo II a lo largo de tanto tiempo de su vida, pero yo prefiero referirme aquí a tres detalles que me parece que lo retratan muy bien.


1. Los jóvenes fueron una predilección de su actividad pastoral. Cuando escribió una carta sobre el joven rico, decía que se acercó a Jesús porque veía confiabilidad en él, era accesible y tenía sabiduría, cosas que estimulaban a hacerle preguntas íntimas, esenciales. Así también veo que era Wojtyla, un pastor con autoridad, confiable y asequible: “el Joven tuvo fácil acceso a Jesús. Para él, el Maestro de Nazaret era alguien a quien podía dirigirse con confianza; alguien a quien podía confiar sus Interrogantes esenciales; alguien de quien podía esperar una respuesta verdadera... Cada uno de nosotros ha de distinguirse por una accesibilidad parecida a la de Cristo” en ese “diálogo de salvación”.


2. El amor humano fue para él un tema prioritario y escribió mucho sobre ello. Decía que no era estudioso sino pastor, que necesitaba estudiar para poder atender las cuestiones de las personas. Necesitaba saber para poder atender las necesidades de las personas. Veía que el “lenguaje del cuerpo” expresaba la persona en su intimidad, que no podía banalizarse. Era un pastor confiable, que sabía escuchar. Cuando estaba con alguien, estaba escuchándole como si fuera la única cosa que tuviera que hacer en el mundo.


3. Pero, por otra parte, estaba limitado por el contexto personal e histórico en el que se encontraba, y por eso pretendía seguir la regla de la fe según la comprensión que podía albergar. Cuando precisaba consejo, preguntaba a todos. Escuchaba a todos. Pero luego, esperaba una señal, algo así como el “dedo de Dios”, y cuando lo veía, apostaba por esa intuición de fe. Era un hombre de fe.

Comienza el 20 aniversario de la muerte de Juan Pablo II: balance

Fue un gran comunicador, que puso sus dotes mediáticas al servicio de la Verdad
Llucià Pou Sabaté
martes, 16 de abril de 2024, 10:44 h (CET)

Empezamos el 20 aniversario del traspaso de Juan Pablo II. El pasado 2 de abril hizo 19 años de su muerte, aquel día caía en la víspera de la fiesta de la divina misericordia (del próximo domingo, al término de la Octava de Pascua). El papa Wojtyla proclamó esta fiesta, de algún modo resumiendo su pontificado, como tenía preparado decir aquel día en cuya víspera murió: «Señor, que con la muerte y la resurrección revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero».


Si la misericordia es la expresión suprema del amor, el amor va unido a la verdad: “hacer la verdad con amor” (Ef 4,15), y una de sus frases inolvidables fue aquella del aeródromo de los cuatro vientos: “la verdad no se impone, se propone”. La libertad es parte constitutiva de la persona cuya esencia son estas tres cosas: la comprensión de la verdad, la libertad para autodeterminarse, y sobre todo el amor.


Por supuesto que el modo de proponer la verdad es importante, y fue Juan Pablo II un gran comunicador, que puso sus dotes mediáticas al servicio de la Verdad: sus dotes teatrales no eran para lucir sino para desaparecer él y dejar ver a Jesús, como quitándose del medio. En sus viajes a 170 países ha jugado con el arma de los mass media.


Y después de promover a la persona, es decir su libertad, amor y verdad, en sus últimos momentos, cara a cara ya con la Verdad, decía: “dejadme ir a la casa del Padre”. Porque nuestra verdad no termina en el curso de esta vida, que es aprendizaje para otra que –como decía el poeta- “es morada sin pesar”.


Su lema “¡No tengáis miedo!” se apoyaba en la confianza en la divina misericordia, de la mano de santa María según su lema “Totus tuus” y así, abandonado en la Virgen, fue llevado por ella a Dios un primer sábado, día especialmente dedicado a ella según la devoción de Fátima. Aquella predicación a “que seáis apóstoles de la divina misericordia”, él verdaderamente la vivió con su vida. proclamó que “el hombre no tiene necesidad de nada tanto como de la Divina Misericordia - de aquel amor que quiere bien, que compadece, que realza al hombre sobre su debilidad hacia las infinitas alturas de la santidad de Dios… oír en el profundo de su alma cuanto oyó la Beata [Faustina]: «No tengas miedo de nada. Yo estoy siempre contigo». Y si responde con corazón sincero: «Jesús, ¡confío en Ti!», encontrará la fortaleza en todas sus angustias y miedos. En este diálogo de abandono, se establece entre el hombre y Cristo una particular unión que exhala el amor. Y «en el amor no hay temor -escribe san Juan- al contrario, el amor perfecto echa fuera el temor» (1 Jn 4,18)”. Su encíclica sobre Dios Padre nos sitúa ante un Dios rico en misericordia (“Dives in misericordia”).


Si podemos decir que Jesús “pasó haciendo el bien”, los santos no han sido iluminados que no se han implicado en las cuestiones de la sociedad en la que vivieron. Así, sólo gracias a la presencia en Roma de Wojtyla pudo surgir «Solidarnosc», el primer sindicato autónomo e independiente de un país del Este europeo, y ayudó a que no fueran reprimidos por las fuerzas comunistas, sino que fuera madurando la caída de aquel imperio hacia una posible transición (que todavía está en curso, o mejor dicho en involución, en este momento histórico, pues la historia no es una evolución lineal…). Gorbachov encontró en el Papa un aliado para ello. En ese proyecto de una “civilización del amor” tuvo sus penas, como que Europa no acogiera sus raíces cristianas como olvidando lo que está en su historia y su cultura.


Así pues, en lo social este papa Magno pudo expresarse libremente en la promoción de la justicia, la libertad, el amor y la verdad. En lo moral le tocaron tiempos de cambio, una apertura de la Iglesia a la modernidad que empezó con los dos papas de los que tomó el nombre: Juan XXIII y Pablo VI, y siguió esa senda que había tomado también su antecesor, Juan Pablo I, el “papa de la sonrisa” que duró tan poco. Después de él, siguió Ratzinger, su colaborador más cercano, en cierto modo “un papa de transición”, puede decirse que los cardenales acogieron lo que él, contemplando el fresco del Juicio Final, les escribía: «los hombres a quienes se confió el cuidado de la heredad de las llaves, se encuentran aquí, se dejan abarcar por la policromía Sixtina, por la visión que dejó Miguel Ángel. Así fue en agosto y, luego, en octubre del memorable año de los dos cónclaves, y así será de nuevo, cuando se presente la necesidad, después de mi muerte… Es menester que les hable la visión de Miguel Ángel:… "Con-clave": el común cuidado de la heredad de las llaves, de las llaves del Reino. He aquí que se ven entre el Principio y el Final, entre el Día de la Creación y el Día del Juicio...» y rezaba al Rey del universo: «Tú que penetras todo, ¡indica! Él indicara...». Así pues, elegido Ratzinger, durante esa “transición” pudieron prepararse esas reformas que se iniciaron con los papas Juan XXIII y Pablo VI, difíciles de acometer pues ¿cómo vivir una aplicación del Evangelio en nuestros días, sin contar con el desarrollo dogmático de la doctrina, que parece inamovible? Ese difícil equilibrio ha existido siempre, pero hoy lo vemos de un modo más vivo.


Todo esto estaba en el corazón de ese gran papa del que hemos empezado el 20 aniversario de su traspaso. Suelen darse estadísticas de las muchas cosas que hizo Juan Pablo II a lo largo de tanto tiempo de su vida, pero yo prefiero referirme aquí a tres detalles que me parece que lo retratan muy bien.


1. Los jóvenes fueron una predilección de su actividad pastoral. Cuando escribió una carta sobre el joven rico, decía que se acercó a Jesús porque veía confiabilidad en él, era accesible y tenía sabiduría, cosas que estimulaban a hacerle preguntas íntimas, esenciales. Así también veo que era Wojtyla, un pastor con autoridad, confiable y asequible: “el Joven tuvo fácil acceso a Jesús. Para él, el Maestro de Nazaret era alguien a quien podía dirigirse con confianza; alguien a quien podía confiar sus Interrogantes esenciales; alguien de quien podía esperar una respuesta verdadera... Cada uno de nosotros ha de distinguirse por una accesibilidad parecida a la de Cristo” en ese “diálogo de salvación”.


2. El amor humano fue para él un tema prioritario y escribió mucho sobre ello. Decía que no era estudioso sino pastor, que necesitaba estudiar para poder atender las cuestiones de las personas. Necesitaba saber para poder atender las necesidades de las personas. Veía que el “lenguaje del cuerpo” expresaba la persona en su intimidad, que no podía banalizarse. Era un pastor confiable, que sabía escuchar. Cuando estaba con alguien, estaba escuchándole como si fuera la única cosa que tuviera que hacer en el mundo.


3. Pero, por otra parte, estaba limitado por el contexto personal e histórico en el que se encontraba, y por eso pretendía seguir la regla de la fe según la comprensión que podía albergar. Cuando precisaba consejo, preguntaba a todos. Escuchaba a todos. Pero luego, esperaba una señal, algo así como el “dedo de Dios”, y cuando lo veía, apostaba por esa intuición de fe. Era un hombre de fe.

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