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Opinión
Etiquetas | Control | Sentimientos | Sufrimiento | Religiosidad
El control es como la sal, un poco ayuda a la comida pero demasiado la estropea

Dejarse llevar, no controlar

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Muchas veces queremos controlar la vida, y si un ser querido está en el hospital, controlar los pronósticos médicos y la función de las enfermeras, y luego si muere la organización del funeral y así queremos que todo esté dependiendo de nosotros, hasta que colapsamos… en realidad, es una tarea que nos mantiene ocupados, pero muchas veces puede ser obsesiva, explicaba Elisabet K-R, quien habla de la esposa de un moribundo, Randi: eso la hacía llenar el tiempo, controlando un montón de cosas… Al igual que en otra casa la madre e hija se pelean en ejercitar el control de la situación ante la muerte del marido y padre. Era un control que escondía sentimientos dolorosos como la tristeza, heridas y rabia de la pérdida. Muchos preferimos la pelea a afrontar el dolor… Pero la pelea es señal de debilidad, de vulnerabilidad.

   

El control proporciona una ilusión de seguridad, de tenerlo todo “bajo control”, pero eso al final es un infierno porque no se puede controlar lo incontrolable, hace a las personas esclavos de ese control. Otro caso: Gerald quiso la perfección en su panadería, después de que muriera su mujer, pero de una forma que consideraba a los demás incompetentes. Surgió el mal ambiente, hasta que su madre le dijo: “¡aunque quieras la perfección en tu trabajo, ella no volverá! El mundo no es perfecto, y no puedes poner remedio al dolor obsesionándote por cosas que no lo necesitan. Los trabajadores hacen bien su labor… ¿Recuerdas cuando murió tu padre? Yo me afané en tenerlo todo a punto, limpio, e ir cambiando los muebles y las demás cosas porque intentaba arreglar una cosa que no tenía arreglo… Un día tú y tu hermana llorabais. Me dijo tu hermana que no podíais hacerlo todo a la perfección… En aquel momento me di cuenta del error.” Gerald entendió que no podía llevar ese control excesivo sobre su equipo e invirtió sus energías en reparaciones de la casa y otras cosas necesarias.

   

Otro caso: Karen sufría por la muerte de su mejor amiga, y sus amistades le hicieron hacer un viaje en el que la acompañaron, pero le parecía el “buque fantasma” porque quería estar sola y ahí no podía en medio de banquetes y fiestas. Por fin pudo volver a su casa y darse cuenta de lo mal que hizo en dejarse controlar por los amigos, que la llevaran donde no quería. Ella vio que el dolor iba con ella dondequiera que fuera.

   

En otros casos, querer ayudar a los demás en tomar decisiones es bueno. El padre de Walter, que perdió a su mujer, era incapaz de tomar una decisión… su hijo le apoyó un tiempo, diciéndole que no tendría que pensar en nada. Y es fue el mejor regalo: su hijo le organizaba todo, tanto en la vida personal como en la empresa, etc. Y así pudo, al cabo de unos meses, volver a tomar las riendas de la situación.


Es la intuición la que tiene que guiar en esos momentos, pues el control es como la sal, un poco ayuda a la comida pero demasiado la estropea. Puede tenernos ocupados un tiempo, pero luego hay que dejar ir las cosas y las personas, no querer controlar ni siquiera nuestra agenda, fluir con la vida…

Se puede decir que este punto es central en la vida, y en el aprendizaje a través del dolor y concretamente en la pérdida de un ser querido. Si queremos controlar el destino, nos pasamos la vida con miedo y angustias. En cambio, si somos conscientes de que Dios cuida de nosotros de continuo, dejaremos las riendas de la vida en sus manos, sabiendo que lo mejor siempre está por llegar. Nos ocuparemos del día a día, pero sin preocuparnos. E integraremos el dolor, la muerte de alguien querido, dentro de esos planes, sabiendo que al final todo será para bien de todos.   

    

Una de las cosas que tiene pasar por uno de esos malos tragos de la vida es que también aprendemos. Madurar siempre implica dejar atrás algo perdido, aunque sea un espacio imaginario. Elaborar un duelo es abandonar uno de esos espacios anteriores (internos o externos), siempre más seguros, más protegidos, previsibles. Dejarlos para ir a lo diferente. Pasar de lo conocido a lo desconocido. Esto, irremediablemente, nos obliga a crecer. Que yo sepa que puedo soportar los duelos, y sepa que puedo salirme, si lo decido, me permite quedarme haciendo lo que hago, si esa es mi decisión.

   

Hay momentos de crisis en que nos parece que ha llegado el final, que nada vale la pena. Caen por el suelo las concepciones religiosas, como le pasó al Abraham bíblico hace cerca de 4 milenios, o a los pueblos de Mesoamérica con una especie de complejo de inferioridad con la conquista de España que produjo una apatía vital. Puede haber mil factores ante nos hagan sentirnos abrumados, y somos libres de superar esa sensación o hundirnos, pues somos dueños de nuestro destino. Vemos como la vida de celebridades puede ser compleja y enfrentar desafíos, como vimos en el caso de Whitney Houston (incluyendo problemas de salud, relaciones personales complejas, y el abuso de sustancias); sin querer juzgar a nadie pues cada vida es única, puede decirse que influye la actitud con la que nos tomamos las cosas en la salud mental (depresión, ansiedad…), presión y expectativas profesionales como personales, problemas en las relaciones personales, pérdida de seres queridos…, uso y abuso de sustancias dañinas (que puede ser una respuesta a las luchas internas, pero también puede contribuir a la falta de ganas de vivir), sentirse aislados o solos. Está claro que las buenas relaciones a la larga ayudan y sobre todo nuestra interioridad nos ayuda a abrirnos a la trascendencia.

   

”La certeza del amor de Dios nos lleva a confiar en su providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Poesías, 30).

   

Este punto central de nuestro estudio puede abrir nuestros ojos a que estamos en manos de alguien que nos cuida, y así podemos ir adquiriendo una actitud de dejarnos llevar por el divino escultor que va –a fuerza de golpes de cincel- modelando en nosotros una imagen preciosa, un Cristo. “Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad. / Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según El desea, a golpe de martillo y de cincel. / No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque, de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. -Sufriremos más e inútilmente” decía san Josemaría. Si nos resistimos no aprendemos, tardamos más en dejarnos esculpir para la misión que Dios nos tiene preparada. También decía que no teníamos que preocuparnos si nos pasa algo, “dar peso a que sea -como lo llama el mundo- favorable o adverso: porque viniendo de sus manos de Padre, aunque el golpe del cincel hiera la carne, es también una prueba de Amor, que quita nuestras aristas para acercarnos a la perfección”.

   

Así, hemos de aprender a afrontar los sufrimientos, porque la mayor parte de los sufrimientos proviene de huir de ellos. Es un miedo a lo que pasará, un temor ante una muerte que se ve como el final de la vida, de que más allá no hay nada. Pero el misterio de ese aprendizaje es que de aquello saldrá algo bueno, cuando haya pasado la crisis, si se aprovecha como el ejemplo del escultor: duelen los golpes, pero se deja hacer al Artista.

   

Este sentido de que todo redundan en nuestro bien, si lo aprovechamos, es lo que constituye el “secreto” de la vida. Decía Manzoni en su famosa novela Los novios que la fe hace que todo lo que nos pasa, tanto si es por nuestra culpa como si nos viene dado, nos ayude para una vida mejor.

Dejarse llevar, no controlar

El control es como la sal, un poco ayuda a la comida pero demasiado la estropea
Llucià Pou Sabaté
miércoles, 13 de marzo de 2024, 10:38 h (CET)

Muchas veces queremos controlar la vida, y si un ser querido está en el hospital, controlar los pronósticos médicos y la función de las enfermeras, y luego si muere la organización del funeral y así queremos que todo esté dependiendo de nosotros, hasta que colapsamos… en realidad, es una tarea que nos mantiene ocupados, pero muchas veces puede ser obsesiva, explicaba Elisabet K-R, quien habla de la esposa de un moribundo, Randi: eso la hacía llenar el tiempo, controlando un montón de cosas… Al igual que en otra casa la madre e hija se pelean en ejercitar el control de la situación ante la muerte del marido y padre. Era un control que escondía sentimientos dolorosos como la tristeza, heridas y rabia de la pérdida. Muchos preferimos la pelea a afrontar el dolor… Pero la pelea es señal de debilidad, de vulnerabilidad.

   

El control proporciona una ilusión de seguridad, de tenerlo todo “bajo control”, pero eso al final es un infierno porque no se puede controlar lo incontrolable, hace a las personas esclavos de ese control. Otro caso: Gerald quiso la perfección en su panadería, después de que muriera su mujer, pero de una forma que consideraba a los demás incompetentes. Surgió el mal ambiente, hasta que su madre le dijo: “¡aunque quieras la perfección en tu trabajo, ella no volverá! El mundo no es perfecto, y no puedes poner remedio al dolor obsesionándote por cosas que no lo necesitan. Los trabajadores hacen bien su labor… ¿Recuerdas cuando murió tu padre? Yo me afané en tenerlo todo a punto, limpio, e ir cambiando los muebles y las demás cosas porque intentaba arreglar una cosa que no tenía arreglo… Un día tú y tu hermana llorabais. Me dijo tu hermana que no podíais hacerlo todo a la perfección… En aquel momento me di cuenta del error.” Gerald entendió que no podía llevar ese control excesivo sobre su equipo e invirtió sus energías en reparaciones de la casa y otras cosas necesarias.

   

Otro caso: Karen sufría por la muerte de su mejor amiga, y sus amistades le hicieron hacer un viaje en el que la acompañaron, pero le parecía el “buque fantasma” porque quería estar sola y ahí no podía en medio de banquetes y fiestas. Por fin pudo volver a su casa y darse cuenta de lo mal que hizo en dejarse controlar por los amigos, que la llevaran donde no quería. Ella vio que el dolor iba con ella dondequiera que fuera.

   

En otros casos, querer ayudar a los demás en tomar decisiones es bueno. El padre de Walter, que perdió a su mujer, era incapaz de tomar una decisión… su hijo le apoyó un tiempo, diciéndole que no tendría que pensar en nada. Y es fue el mejor regalo: su hijo le organizaba todo, tanto en la vida personal como en la empresa, etc. Y así pudo, al cabo de unos meses, volver a tomar las riendas de la situación.


Es la intuición la que tiene que guiar en esos momentos, pues el control es como la sal, un poco ayuda a la comida pero demasiado la estropea. Puede tenernos ocupados un tiempo, pero luego hay que dejar ir las cosas y las personas, no querer controlar ni siquiera nuestra agenda, fluir con la vida…

Se puede decir que este punto es central en la vida, y en el aprendizaje a través del dolor y concretamente en la pérdida de un ser querido. Si queremos controlar el destino, nos pasamos la vida con miedo y angustias. En cambio, si somos conscientes de que Dios cuida de nosotros de continuo, dejaremos las riendas de la vida en sus manos, sabiendo que lo mejor siempre está por llegar. Nos ocuparemos del día a día, pero sin preocuparnos. E integraremos el dolor, la muerte de alguien querido, dentro de esos planes, sabiendo que al final todo será para bien de todos.   

    

Una de las cosas que tiene pasar por uno de esos malos tragos de la vida es que también aprendemos. Madurar siempre implica dejar atrás algo perdido, aunque sea un espacio imaginario. Elaborar un duelo es abandonar uno de esos espacios anteriores (internos o externos), siempre más seguros, más protegidos, previsibles. Dejarlos para ir a lo diferente. Pasar de lo conocido a lo desconocido. Esto, irremediablemente, nos obliga a crecer. Que yo sepa que puedo soportar los duelos, y sepa que puedo salirme, si lo decido, me permite quedarme haciendo lo que hago, si esa es mi decisión.

   

Hay momentos de crisis en que nos parece que ha llegado el final, que nada vale la pena. Caen por el suelo las concepciones religiosas, como le pasó al Abraham bíblico hace cerca de 4 milenios, o a los pueblos de Mesoamérica con una especie de complejo de inferioridad con la conquista de España que produjo una apatía vital. Puede haber mil factores ante nos hagan sentirnos abrumados, y somos libres de superar esa sensación o hundirnos, pues somos dueños de nuestro destino. Vemos como la vida de celebridades puede ser compleja y enfrentar desafíos, como vimos en el caso de Whitney Houston (incluyendo problemas de salud, relaciones personales complejas, y el abuso de sustancias); sin querer juzgar a nadie pues cada vida es única, puede decirse que influye la actitud con la que nos tomamos las cosas en la salud mental (depresión, ansiedad…), presión y expectativas profesionales como personales, problemas en las relaciones personales, pérdida de seres queridos…, uso y abuso de sustancias dañinas (que puede ser una respuesta a las luchas internas, pero también puede contribuir a la falta de ganas de vivir), sentirse aislados o solos. Está claro que las buenas relaciones a la larga ayudan y sobre todo nuestra interioridad nos ayuda a abrirnos a la trascendencia.

   

”La certeza del amor de Dios nos lleva a confiar en su providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: «Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta» (Poesías, 30).

   

Este punto central de nuestro estudio puede abrir nuestros ojos a que estamos en manos de alguien que nos cuida, y así podemos ir adquiriendo una actitud de dejarnos llevar por el divino escultor que va –a fuerza de golpes de cincel- modelando en nosotros una imagen preciosa, un Cristo. “Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad. / Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según El desea, a golpe de martillo y de cincel. / No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque, de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. -Sufriremos más e inútilmente” decía san Josemaría. Si nos resistimos no aprendemos, tardamos más en dejarnos esculpir para la misión que Dios nos tiene preparada. También decía que no teníamos que preocuparnos si nos pasa algo, “dar peso a que sea -como lo llama el mundo- favorable o adverso: porque viniendo de sus manos de Padre, aunque el golpe del cincel hiera la carne, es también una prueba de Amor, que quita nuestras aristas para acercarnos a la perfección”.

   

Así, hemos de aprender a afrontar los sufrimientos, porque la mayor parte de los sufrimientos proviene de huir de ellos. Es un miedo a lo que pasará, un temor ante una muerte que se ve como el final de la vida, de que más allá no hay nada. Pero el misterio de ese aprendizaje es que de aquello saldrá algo bueno, cuando haya pasado la crisis, si se aprovecha como el ejemplo del escultor: duelen los golpes, pero se deja hacer al Artista.

   

Este sentido de que todo redundan en nuestro bien, si lo aprovechamos, es lo que constituye el “secreto” de la vida. Decía Manzoni en su famosa novela Los novios que la fe hace que todo lo que nos pasa, tanto si es por nuestra culpa como si nos viene dado, nos ayude para una vida mejor.

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