Las palabras y sus distintas acepciones encajan en cada cual y en cada momento, dependiendo de alguna especial circunstancia, época, formación o nivel sociocultural. A los que nos gusta la historia, ella misma nos recuerda el antiguo desfile de tropas en momentos determinados, el cobro del salario, los instantes previos a la batalla, o formando parte de alguna gran victoria castrense... ¡Eso era una forma de mostrar el poder! Pero esto se nos queda ya algo lejano.
Luego entra el tema de “alardear”, la ostentación ilimitada acompañada del verdadero “saber”, y ese alarde es motivo, a veces, de carcajadas grupales que forman parte del faroleo fanfarrón. Sí, es como una exhibición que va unida a la propia naturaleza humana, en todos sus niveles. También es posible que se derrochen medios y se estrujen las seseras con tal de ofrecer espectáculos insuperables y originales: “lo nunca visto”, dicen muchos de los incondicionales del alarde, y cuando digo incondicionales no me refiero a los que escuchan los alardes, los oyentes, sino que me refiero a los que entienden de una materia o tema y alardean de él...
Siempre he pensado que alardear para enseñar o “superarse” es bueno, lo malo es el alardeo de aquél que recibe el nombre de fantasma.
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