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Opinión
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El cultivo adecuado de los propios puntos de vista es fundamental

Opiniones suicidas

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Es fascinante ese manantial interminable de ideas, acogotan a la misma medida del tiempo, no importa cual hay sido su destino, fluyen con rapidez en una dispersa emanación. El fenómeno en sí es subyugante. Provocan sensaciones dispares, relaciones congruentes e incongruentes a la vez. Si dejamos volando a las más efímeras que se fueron como vinieron, muchas otras alcanzan ese primer escalón de ser captadas como una simple OPINIÓN con todas sus expectativas en ciernes. Ese primer asiento dispone de muchas posibilidades, pero pocas ligazones efectivas, su ligereza es manifiesta; quedará expuestas a las características funcionales de sus entornos, personales y generales.


Toda la suma de tendencias particulares se ve reflejada en un conglomerado de versiones indefinidas. La emergencia de sus expresiones constituye un verdadero festival de manifestaciones, como impulsos reales de energías variadas, pero pendientes del ciclo evolutivo posterior; sin él, queda muy inmadura su realidad. Entre los numerosos condicionantes influyentes, es imposible la extracción de una valoración en común. Hablar del PESO de las opiniones nos remite a la confluencia de factores en cada caso concreto. Habrá referencias a los antecedentes, para añadirles las circunstancias personales, la oportunidad del momento, las personas afectadas y las múltiples maneras de ver las cosas.


Centrados en esto del peso de las opiniones, según la manera de calibrarlas, podemos cometer errores considerables. Si nos fijamos, en eso de tratar de medir sus dimensiones, estamos entrando en elucubraciones ajenas, alejadas progresivamente de las entrañas de la opinión objeto del análisis. Quienes las valoran y en qué condiciones pasan a ser el factor determinante; el sentido original de la opinión calibrada tiende a ser olvidado. El mencionado peso depende de su repercusión en los diferentes ámbitos personales y sociales. No conviene confundir su fuerza con la consistencia de su contenido. Esa CLARIFICACIÓN es elemental para mantenernos con dignidad en las controversias comunitarias.


Es frecuente la tergiversación mencionada, el lastre acumulado a lo largo de las diferentes experiencias supone una sobrecarga que no siempre está justificada. La profundidad de los significados referidos puede diluirse en unos ambientes sociales poco propensos a tomarse en serio las consideraciones de la convivencia. La contaminación de las propuestas es muy habitual en las esferas actuales de la convivencia. De donde renace la añeja virtud de la sencillez, de la LIGEREZA, como signo de una espontaneidad sincera. Dicha sencillez no equivale a posiciones superficiales, puede representar la más pura esencia de cuanto interviene en las calibraciones del momento.


Hemos de asumir el indudable carácter libertario asentado en la enorme facilidad para la elaboración individual de todo tipo de opiniones. Las limitaciones no aparecen, están fuera de lugar en estos asuntos. En dicha proliferación de orientaciones caben las propuestas más insospechadas. La ENVERGADURA de cada una de ellas estará sujeta a cuantas consideraciones se estimen convenientes, según las situaciones concretas y los momentos de su emisión. La significancia para el propio protagonista, como la posible influencia con el resto de la sociedad, forman parte de un entramado complejo de conexiones de difícil apreciación; incluso para el propio sujeto implicado, son aventurados los pronunciamientos.


También percibimos en los ambientes actuales una fuerte propensión al descrédito y posterior desdén dedicado a las diversas opiniones. En la gestión de los variados sectores de la actividad comunitaria, proliferan los pronunciamientos autoritarios del mandamás de turno, como si fueran los únicos capacitados para emitir opiniones; la deriva subsiguiente prescinde de las orientaciones diferentes. Los potenciales matices enriquecedores de los opinantes, ni entran en consideración; se desarrolla una discriminación perceptiva MENGUANTE. Se puede colegir la frustración de quienes creían disponer de alguna aportación, al menos para ser debatida con franqueza. El desánimo de los particulares tiene su lógica.


Al engaño venido desde fuera por parte de los detentadores de ciertos poderes, suele sumarse el derivado de la credulidad propia, rayana en la estupidez. Evitar el análisis de cualquier ocurrencia al no dar valor a los razonamientos propios. Someterse a la aparente suma de opiniones derivadas de notables manipulaciones informativas. Quedar embaucados por voces con rango de autoridad, pero sin comprobación de sus valores. O bien derivar las opiniones de pretendidos proyectos grandiosos, de los cuales desconocemos sus entresijos. Caemos con facilidad en un SEGUIDISMO castrante, conducente a la anulación sin fundamento de los ciudadanos particulares; al asumirlo firmamos la propia disolución.


Uno opina desde su intelecto, quién sabe desde qué fondos, estableciendo relaciones con las mil circunstancias de su entorno. Sin menoscabo de esa potencialidad tan peculiar de cada sujeto, la realidad manifiesta su terquedad con sus múltiples manifestaciones. Los lazos empiezan a romperse cuando alguna de las partes impone su presencia de manera intolerante, ejerciendo de una prestancia enajenada preocupante. En ese despropósito, cuando las opiniones indiscutibles pasan al intento de SUPLANTAR la realidad, inician su propia devaluación. Apoyarse en ellas nos adentra en una degradación progresiva de tintes destructivos; constituyen un auténtico vuelo sin motor y sin rumbo.


En general, el brote que se niega a crecer y desarrollar su potencial, entra en una vía muerta sin remisión. Ese germen incipiente, liberado de los condicionantes externos, no puede tomarse en consideración como una entidad cuajada en toda regla. El esbozo de sus cualidades es selectivo con una finura especial a la hora de establecer conexiones. Su armadura progresiva será posible solamente con el establecimiento de los enlaces oportunos, con las consiguientes cualidades emergentes desde dicha relación. Por lo tanto, la AMPUTACIÓN de toda esa serie de posibilidades, sólo conducirá a la detención de esa evolución de la opinión inicial, pendiente también de las innumerables adaptaciones imprescindibles.


Contribuimos con inusitada frivolidad a la DEFLACIÓN de las propias opiniones, las degradamos a base de impedirles su progreso natural, prescindimos del trabajo de cultivarlas adecuadamente. En ese deterioro nos vemos implicados nosotros mismos, son el vehículo imprescindible para relacionarnos con la pluralidad envolvente, sin su consistencia no llegamos ni a simples virutas.


El tan manido concepto comunitario se pone también de manifiesto en la vitalidad de los pensamientos particulares. Cualquier intento de simplificación reductiva a la mera expresión personal es inquietante, representa la INTERRUPCIÓN de la auténtica vitalidad, porque esta nunca podrá ser concebida como un fenómeno aislado; el suicidio progresivo deriva de estas interrupciones.

Opiniones suicidas

El cultivo adecuado de los propios puntos de vista es fundamental
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 20 de octubre de 2023, 11:03 h (CET)

Es fascinante ese manantial interminable de ideas, acogotan a la misma medida del tiempo, no importa cual hay sido su destino, fluyen con rapidez en una dispersa emanación. El fenómeno en sí es subyugante. Provocan sensaciones dispares, relaciones congruentes e incongruentes a la vez. Si dejamos volando a las más efímeras que se fueron como vinieron, muchas otras alcanzan ese primer escalón de ser captadas como una simple OPINIÓN con todas sus expectativas en ciernes. Ese primer asiento dispone de muchas posibilidades, pero pocas ligazones efectivas, su ligereza es manifiesta; quedará expuestas a las características funcionales de sus entornos, personales y generales.


Toda la suma de tendencias particulares se ve reflejada en un conglomerado de versiones indefinidas. La emergencia de sus expresiones constituye un verdadero festival de manifestaciones, como impulsos reales de energías variadas, pero pendientes del ciclo evolutivo posterior; sin él, queda muy inmadura su realidad. Entre los numerosos condicionantes influyentes, es imposible la extracción de una valoración en común. Hablar del PESO de las opiniones nos remite a la confluencia de factores en cada caso concreto. Habrá referencias a los antecedentes, para añadirles las circunstancias personales, la oportunidad del momento, las personas afectadas y las múltiples maneras de ver las cosas.


Centrados en esto del peso de las opiniones, según la manera de calibrarlas, podemos cometer errores considerables. Si nos fijamos, en eso de tratar de medir sus dimensiones, estamos entrando en elucubraciones ajenas, alejadas progresivamente de las entrañas de la opinión objeto del análisis. Quienes las valoran y en qué condiciones pasan a ser el factor determinante; el sentido original de la opinión calibrada tiende a ser olvidado. El mencionado peso depende de su repercusión en los diferentes ámbitos personales y sociales. No conviene confundir su fuerza con la consistencia de su contenido. Esa CLARIFICACIÓN es elemental para mantenernos con dignidad en las controversias comunitarias.


Es frecuente la tergiversación mencionada, el lastre acumulado a lo largo de las diferentes experiencias supone una sobrecarga que no siempre está justificada. La profundidad de los significados referidos puede diluirse en unos ambientes sociales poco propensos a tomarse en serio las consideraciones de la convivencia. La contaminación de las propuestas es muy habitual en las esferas actuales de la convivencia. De donde renace la añeja virtud de la sencillez, de la LIGEREZA, como signo de una espontaneidad sincera. Dicha sencillez no equivale a posiciones superficiales, puede representar la más pura esencia de cuanto interviene en las calibraciones del momento.


Hemos de asumir el indudable carácter libertario asentado en la enorme facilidad para la elaboración individual de todo tipo de opiniones. Las limitaciones no aparecen, están fuera de lugar en estos asuntos. En dicha proliferación de orientaciones caben las propuestas más insospechadas. La ENVERGADURA de cada una de ellas estará sujeta a cuantas consideraciones se estimen convenientes, según las situaciones concretas y los momentos de su emisión. La significancia para el propio protagonista, como la posible influencia con el resto de la sociedad, forman parte de un entramado complejo de conexiones de difícil apreciación; incluso para el propio sujeto implicado, son aventurados los pronunciamientos.


También percibimos en los ambientes actuales una fuerte propensión al descrédito y posterior desdén dedicado a las diversas opiniones. En la gestión de los variados sectores de la actividad comunitaria, proliferan los pronunciamientos autoritarios del mandamás de turno, como si fueran los únicos capacitados para emitir opiniones; la deriva subsiguiente prescinde de las orientaciones diferentes. Los potenciales matices enriquecedores de los opinantes, ni entran en consideración; se desarrolla una discriminación perceptiva MENGUANTE. Se puede colegir la frustración de quienes creían disponer de alguna aportación, al menos para ser debatida con franqueza. El desánimo de los particulares tiene su lógica.


Al engaño venido desde fuera por parte de los detentadores de ciertos poderes, suele sumarse el derivado de la credulidad propia, rayana en la estupidez. Evitar el análisis de cualquier ocurrencia al no dar valor a los razonamientos propios. Someterse a la aparente suma de opiniones derivadas de notables manipulaciones informativas. Quedar embaucados por voces con rango de autoridad, pero sin comprobación de sus valores. O bien derivar las opiniones de pretendidos proyectos grandiosos, de los cuales desconocemos sus entresijos. Caemos con facilidad en un SEGUIDISMO castrante, conducente a la anulación sin fundamento de los ciudadanos particulares; al asumirlo firmamos la propia disolución.


Uno opina desde su intelecto, quién sabe desde qué fondos, estableciendo relaciones con las mil circunstancias de su entorno. Sin menoscabo de esa potencialidad tan peculiar de cada sujeto, la realidad manifiesta su terquedad con sus múltiples manifestaciones. Los lazos empiezan a romperse cuando alguna de las partes impone su presencia de manera intolerante, ejerciendo de una prestancia enajenada preocupante. En ese despropósito, cuando las opiniones indiscutibles pasan al intento de SUPLANTAR la realidad, inician su propia devaluación. Apoyarse en ellas nos adentra en una degradación progresiva de tintes destructivos; constituyen un auténtico vuelo sin motor y sin rumbo.


En general, el brote que se niega a crecer y desarrollar su potencial, entra en una vía muerta sin remisión. Ese germen incipiente, liberado de los condicionantes externos, no puede tomarse en consideración como una entidad cuajada en toda regla. El esbozo de sus cualidades es selectivo con una finura especial a la hora de establecer conexiones. Su armadura progresiva será posible solamente con el establecimiento de los enlaces oportunos, con las consiguientes cualidades emergentes desde dicha relación. Por lo tanto, la AMPUTACIÓN de toda esa serie de posibilidades, sólo conducirá a la detención de esa evolución de la opinión inicial, pendiente también de las innumerables adaptaciones imprescindibles.


Contribuimos con inusitada frivolidad a la DEFLACIÓN de las propias opiniones, las degradamos a base de impedirles su progreso natural, prescindimos del trabajo de cultivarlas adecuadamente. En ese deterioro nos vemos implicados nosotros mismos, son el vehículo imprescindible para relacionarnos con la pluralidad envolvente, sin su consistencia no llegamos ni a simples virutas.


El tan manido concepto comunitario se pone también de manifiesto en la vitalidad de los pensamientos particulares. Cualquier intento de simplificación reductiva a la mera expresión personal es inquietante, representa la INTERRUPCIÓN de la auténtica vitalidad, porque esta nunca podrá ser concebida como un fenómeno aislado; el suicidio progresivo deriva de estas interrupciones.

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