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A la deriva

Venancio Rodríguez Sanz, Zaragoza
Lectores
lunes, 31 de julio de 2023, 09:30 h (CET)

Poesía de Rafael de León que me hubiera gustado escribir: “¿Por qué tienes ojeras esta tarde? ¡Dime amor! ¿Dónde has estado de madrugada, cuando busqué tu palidez cobarde en la nieve sin sol de mi almohada? Tienes la línea de los labios fría. Fría por algún beso de pecado. Beso que no sé quién te daría pero que estoy seguro que ten han dado. ¿Qué terciopelo negro te “amorena” el perfil de tus ojos de buen trigo? ¿Qué azul de vena o mapa te condena al látigo de miel de mi castigo? ¿Y por qué me causaste esta pena si sabes, hay amor, ¡tú bien lo sabes! que tú eres mi amiga. Porque decir te quiero, te quiero con la voz del agua y besar otros labios dulcemente no es tener fe, es encontrar la fuente que te brinda la boca enamorada. Un beso así no quiere decir nada. Es ceniza de amor, no lava hirviente. En amor, hay que estar siempre presente: mañana, tarde, noche y madrugada. Que cariño es, más potro que cordero. Más ceniza que flor. Sol, no lucero. Perro en el corazón. Candela viva, lo nuestro no es así, ¿a qué engañarnos? Lo nuestro es navegar sin encontrarnos, a la deriva amor, a la deriva”.

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La vida, sobre todo cuando se dilata por el transcurso de los años, te somete a momentos en las que tienes que hacer de tripas corazón, asumirlos con dignidad o rendirte. También con una buena dosis de dignidad. El encuentro con las diversas situaciones de tu vida van deteriorando tu capacidad de encaje, entonces te llega el momento en que te planteas si vale la pena seguir luchando o dejarte llevar por la corriente que te rodea y vivir en paz el presente. Pero sin futuro.

En un tiempo donde lo que se aparenta muchas veces vale más que lo que se es, hay quienes han hecho del estatus su escudo, del apellido su bandera y del dinero un pedestal desde el que miran al resto, como si el mundo fuese un teatro de castas en el que ellos, por supuesto, ocupan siempre el primer plano. Es el culto a la vanidad, esa enfermedad silenciosa del alma que disfraza la humildad de altivez.

He de aclarar que, si alguna vez alguien me quiere envenenar, que no lo intente con una manzana. Prefiero el bizcocho de chocolate o las chocolatinas de menta, tal vez un trozo de pizza de pepperoni o unas sabrosas cigalas, pero una manzana, lo que se dice una manzana… no.

 
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