La vida es como una gran sinfonía interpretada en loor de Dios, para dar gloria a Dios. De ahí que requiera un orden. Ese agradecido orden es ya, en sí mismo, una manifestación de civilizada actitud. Ese orden es equivalente a la coordinación existente en una orquesta sinfónica donde tantos instrumentos y con sonidos tan diferentes ejecutan una magnífica composición. Esto me lleva a pensar en una orquesta sinfónica donde millones de personas coexisten cada cual con una vida independiente. ¿Puede haber algo, motivo o fin, que enlace y armonice nuestras vidas? Sí, el desarrollo interpretativo de una gran sinfonía que durará milenios: es como el “Perpetuo Mobile” de Johann Strauss II, Op. 257, que no tiene un final pautado, la melodía se va repitiendo de forma sucesiva y simplemente se interrumpe en el momento determinado por el Director.
Dios quiere para nosotros el mejor final, la excelsa apoteosis de la más sublime sinfonía: la visión gloriosa de Su Majestad y de su Amor, pero cada uno interpretando su propia partitura, cada uno llevando el “tempo” marcado por Él.
¿Somos los hombres capaces de respetar pacíficamente esa norma? Las secciones de los violines, las trompetas, los clarinetes, los chelos, … cada una de ellas tiene un sonido peculiar, pero hay instrumentos que generalmente son únicos: el piano, el violín, el arpa… que a veces tienen su actuación solista y por lo tanto destacada y principal: todos son necesarios.
Cada instrumento, pues, tiene su genuina relevancia individual y responsable, por lo que es de suma y vital importancia leer con fidelidad y exactitud la partitura para recibir el parabién divino por la participación en la Gran Sinfonía de la Vida.
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