Tenemos problemas con la creación, con Dios creador, con lo que hemos recibido, con lo que nos ha sido dado, con la naturaleza tanto del mundo –cuestión ecológica-, como con nuestra naturaleza –cuestión antropológica-. La tentación de la serpiente es siempre la misma: “Seréis como dioses, si coméis de la manzana del bien y del mal”.
Vivimos con el proyecto de una nueva creación que remite a una nueva versión de lo que es el bien y el mal. El bien y el mal que se deciden o por unos pocos que se consideran a sí mismos prescriptores de lo que debe ser y no ser, señores del mundo, o sobre una voluntad o consenso de un sujeto indefinido, algunos lo llaman pueblo, como nuevo sujeto protagonista único de la historia. Por eso me parece una prioridad que los creyentes reflexionemos sobre la naturaleza. Lo dijo Benedicto XVI y lo hemos olvidado demasiado pronto.
Hoy, dicen, somos capaces de crear naturaleza, el primer atributo de Dios, de crear vida. Incluso hay autores que proclaman la muerte de la muerte, esa puerta siempre abierta al misterio de lo humano. En el laboratorio se hacen experimentos para fabricar seres humanos, en el laboratorio se diseñan nuevos tejidos.
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