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Jesús D Mez Madrid, Gerona

Venirse abajo

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El derecho de “venirse abajo” no consta entre los derechos garantizados por la Constitución a todos los ciudadanos; tampoco figura en el elenco de los derechos humanos elaborados por las Naciones Unidas; ni en ninguna de las innumerables listas de derechos particularizados que hemos ido construyendo: del niño, de los enfermos, de la familia, de los animales.


Es un derecho, sin embargo, que todo el mundo respeta. Estoy hablando del derecho a venirnos abajo, a declararnos incapaces de llevar adelante nuestro proyecto de vida, de afrontar las dificultades del cotidiano existir, que todos podemos ejercitar cuando más nos convenga, aunque quizá nos gustaría no vernos nunca en el trance de hacerlo.


Se entiende que me estoy refiriendo a un venirse abajo que no tiene su origen en una de tantas quiebras del ánimo causadas por enfermedades psíquicas o nerviosas. La enfermedad merece todo respeto y comprensión, cuando de verdad lo es; porque no pocas veces es difícil dilucidar si uno se viene abajo porque está enfermo, o si llega a estar enfermo, por la persistencia en venirse abajo de cuando en cuando.


Sin duda, la tarea de vivir es ardua y no siempre fácil de llevar. Son incontables los momentos en los que cualquiera de nosotros puede dar gracias a Dios porque sabemos que la muerte está ahí, y algún día llegará para calmar la desazón, la miseria, la soledad.


Si nos paramos a considerar las cosas con cierta perspectiva, fácilmente descubrimos que los motivos para venirse abajo son variadísimos. Yo tengo amigos y conocidos que no son capaces de soportar una mala noticia pasadas las doce de la mañana; otros, que se quedan paralizados apenas comienzan a dar vueltas en su imaginación a la figura de una posible desgracia, que bien pudiera no acaecer dentro de unos años, ni nunca. Otros que se bloquean al primer obstáculo que encuentran, sin pararse siquiera a medir la grandeza y categoría del impedimento que se les presenta en su camino: es lo mismo que el "enemigo" sea un granito de arena o una montaña. Basta cualquiera para venirse abajo y, si ¡aún se fueran abajo tranquilos, serenos, sin hacer demasiado ruido, y sin molestar mucho a los demás!

Venirse abajo

Jesús D Mez Madrid, Gerona
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jueves, 20 de abril de 2023, 08:34 h (CET)

El derecho de “venirse abajo” no consta entre los derechos garantizados por la Constitución a todos los ciudadanos; tampoco figura en el elenco de los derechos humanos elaborados por las Naciones Unidas; ni en ninguna de las innumerables listas de derechos particularizados que hemos ido construyendo: del niño, de los enfermos, de la familia, de los animales.


Es un derecho, sin embargo, que todo el mundo respeta. Estoy hablando del derecho a venirnos abajo, a declararnos incapaces de llevar adelante nuestro proyecto de vida, de afrontar las dificultades del cotidiano existir, que todos podemos ejercitar cuando más nos convenga, aunque quizá nos gustaría no vernos nunca en el trance de hacerlo.


Se entiende que me estoy refiriendo a un venirse abajo que no tiene su origen en una de tantas quiebras del ánimo causadas por enfermedades psíquicas o nerviosas. La enfermedad merece todo respeto y comprensión, cuando de verdad lo es; porque no pocas veces es difícil dilucidar si uno se viene abajo porque está enfermo, o si llega a estar enfermo, por la persistencia en venirse abajo de cuando en cuando.


Sin duda, la tarea de vivir es ardua y no siempre fácil de llevar. Son incontables los momentos en los que cualquiera de nosotros puede dar gracias a Dios porque sabemos que la muerte está ahí, y algún día llegará para calmar la desazón, la miseria, la soledad.


Si nos paramos a considerar las cosas con cierta perspectiva, fácilmente descubrimos que los motivos para venirse abajo son variadísimos. Yo tengo amigos y conocidos que no son capaces de soportar una mala noticia pasadas las doce de la mañana; otros, que se quedan paralizados apenas comienzan a dar vueltas en su imaginación a la figura de una posible desgracia, que bien pudiera no acaecer dentro de unos años, ni nunca. Otros que se bloquean al primer obstáculo que encuentran, sin pararse siquiera a medir la grandeza y categoría del impedimento que se les presenta en su camino: es lo mismo que el "enemigo" sea un granito de arena o una montaña. Basta cualquiera para venirse abajo y, si ¡aún se fueran abajo tranquilos, serenos, sin hacer demasiado ruido, y sin molestar mucho a los demás!

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