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Tengo la sensación de que en la situación generalizada de vulnerabilidad e incertidumbre que acecha a la Iglesia en España, a nivel estructural, incluso humano, la estabilidad del sector económico, en cuanto a modelo de gestión, es una perla preciosa.
Muestra de ello son las iniciativas conducentes a generar un clima de claridad en las fuentes de ingresos y financiación, rigor y trasparencia en la gestión y comunicación adecuada del destino de los fondos. Esto ocurre en una Conferencia Episcopal que sirve como referente a las diócesis. En las diócesis la casuística es más amplia.
El problema de la economía de la Iglesia hoy probablemente no está tanto su gestión como la mentalidad, que se aceleró con la pandemia, de la aportación de los fieles. Incluidas las rutinas.
En cuanto a los ingresos del IRPF que representan, según los datos facilitados, un 22% de la financiación de las diócesis. Estos datos no dependen de la generosidad del Estado, o del Gobierno, que, como se comprenderá, es cada vez menor, escasa o nula para con la Iglesia. Dependen de los ciudadanos españoles, de quienes hacen la declaración de la renta y deciden, voluntariamente y en plebiscito anual, marcar la casilla de la Iglesia.
No me extraña que, un año más, los responsables económicos de la Conferencia Episcopal hayan respirado tranquilos al conocer los datos del IRPF. En este caso del ejercicio fiscal de 2021, Campaña de la Renta de 2022.
Si estábamos hablando del ejerció fiscal del 2021 se entiende que ya habíamos salido de lo más duro de la pandemia, aunque estuviéramos en lo más agudizado de los efectos primeros de la crisis económica post pandemia.
A quienes estamos convencidos de la iniquidad intrínseca de Sánchez, no nos va a confundir la supuesta “carta de amor” de este cateto personaje a su Begoña amada, redactada de su “puño y letra” (con sus tradicionales errores y faltas gramaticales) y exceso de egolatría.
Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...
Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.
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