El sol se despeña a raudales. Y se estrella sobre la pasarela del Bicentenario por donde estoy cruzando. Es lunes 6 de marzo. El Ebro y sus riberas cuchichean por lo bajo. Con gran algarabía, digo yo que los pájaros siguen celebrando la Cincomarzada ¿habrán empinado el codo más de la cuenta?
Me dirijo al Centro de recuperación de la Fauna Silvestre de La Alfranca. Los toros de la Ganadería de los Hermanos Ozcoz se arremolinan en la valla para mugirme cosas secretas. En los campos y huertas, una manifestación de flores reivindica más abejas.
Al llegar a La Alfranca, un nutrido grupo de personas sale a dar un paseo por los observatorios de aves de los galachos. Virginia, la bióloga, nos explica que los castores les sacan punta a los árboles para escribir poesías en el rollo de pergamino del río. Vamos de puntillas, prestando atención a cualquier ruido. De repente, el tamborileo de un carpintero chiquitín nos llama la atención. El canto de un pájaro carbonero sonó entre la maleza. Una paloma torcaz que pasa. En lo alto de un árbol, dos cigüeñas laboran en su nidito de amor. En silencio, con el corazón en un puño, nos dirigimos al observatorio: abrimos la trampilla, nos calzamos los prismáticos y allí están las garzas, las fochas, los patos reales, los cormoranes…
En fin, tuvimos la suerte de ver y escuchar a infinidad de pájaros. Y gracias a Virginia, saber de qué aves se trataba. Fue una experiencia excitante que aconsejo a todo el mundo, solo hay que apuntarse en "La Alfranca. Com" y ya.
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