Fue en una cena en el hotel Fornos de Calatayud. Fue que después de la colación, nos íbamos a recitar poesías por las plazas. Fue que la poeta, Blanca Langa Hernández, después de un largo período de hibernación, volvió a despabilar a las musas por las calles. Fue que, delante de mí, se sentó una linda y joven poeta. Fue que yo le dije que el primer premio y el más importante que el escribir nos otorga, era el darnos alas. Era que en un extremo de la mesa se sentaba una señora muy galardonada que iba en silla de ruedas. Era que sus trofeos eran por sus letras. Era que yo me acerqué a la chica y por lo bajo, le musité: ”Ves a aquella señora del fondo”. Era que ella me contestó afirmativamente. Era que yo le volví a comentar:” Aquella señora, a pesar de su estado, con sus relatos podía volar. Era que con sus escritos jamás se sentiría sola. Era que con sus historias podía ser piloto de aviones, corsario, chofer de camiones, cruzado, parapentista, barranquista, montañera, Winsurfista ”…
Era que fue que ella asentía con la cabeza. Fue que era que de sus ojos salían chispas. Era que fue que me dijo que nunca lo pensaba dejar. Fue que era que se sintió muy feliz cuando le premiaron su primer relato. Era que fue que yo le argumenté que todos los premios son bienvenidos. Pero, que el premio mayor de todos, fue que era el haber encontrado a un verdadero amigo: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte nos separe.
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