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El Círculo cumple su cometido cuando se aleja de la pasarela de egos y madura en su oculto fin

Simbiosis, antología del Círculo de Escritores Sabersinfin

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Hace un par de días presentamos públicamente Simbiosis, la más reciente antología autogestiva de cuentos y poemas escritos por integrantes del Círculo de Escritores Sabersinfin. Con la concreción de este esfuerzo el aporte a las letras latinoamericanas no cesa desde este lado de la trinchera.


En sí, cada contribución de los escritores participantes conlleva una carga propia con mundos muy particulares. Cada cuento, cada poema es una especie de muestra para ser analizada en laboratorio y de esta manera conocer un poco más a cada autor.


El atisbo no se reduce a las plumas antologadas, es un punto de referencia para reflexionar en torno a temas universales con el pretexto del amor como nodo acordado de encuentro en Simbiosis. Por sí solo el brillante prólogo del genial Nicholas Gutiérrez Pulido habría valido la publicación a como diera lugar, sin embargo, es solo el inicio de un viaje a contenidos que son el producto de las sesiones de trabajo del Círculo de Escritores Sabersinfin.


A continuación, y como una prueba de lo que le digo, le comparto las líneas escritas por el nacido en Portland, Oregon, Estados Unidos, pero poblano hasta el tuétano:


Al final del film de Luc Besson, El Quinto Elemento (Le Cienquiéme Élément, 1997) vemos, que mientras la Tierra está a punto de sucumbir ante la amenaza de un ser cósmico malévolo, los héroes llegan  a un santuario con cuatro piedras místicas con el fin de salvar al mundo, descubriendo que era necesario agregar agua, arena, fuego y un soplido a cada una, respectivamente, para ser activadas y aun al final, algo sigue faltando. Y es precisamente cuando Korben Dallas (Bruce Willis) besa al Quinto Elemento (Milla Jovovich), que se activa el dispositivo que detendrá al Maligno.

        

Esta escena es en realidad una alegoría de la doctrina del filósofo griego Empédocles de Agrigento. Que tres siglos antes de Cristo, postuló en contra de la idea de unidad única de Parménides, que son los cuatro elementos primordiales (agua, aire, fuego y tierra) los que hacen posible la génesis del cosmos, ya que éstos pueden moverse ocupando el lugar de los otros, lo que permite que los seres sean divisibles y estén en movimiento. El filósofo de Agrigento atribuía el movimiento del Ser a dos fuerzas externas: el Amor y la Discordia. En la escena final del Quinto Elemento, cuando Dallas besa a la chica, está activando el amor que unirá a las cuatro piedras, dando lugar así al cosmos y contrarrestando al Maligno, que en la película representa la destrucción, la nada; o sea, lo opuesto al Ser.

    

Más allá de la alegoría de Empédocles, con su profundo sentido cosmológico, el amor ha sido, un sentimiento, una pasión, una fuerza que ha dado sentido existencial al ser humano y que muchas veces ha guiado su proceder a lo largo de la historia. Y es precisamente por esta historicidad, que desde la filosofía, el arte, la poesía y ahora, también desde la ciencia, se haya intentado explicar.

      

Los filósofos han dado definiciones del amor como por ejemplo; Platón y Sócrates, para quienes constituía el impulso, la motivación, que al superar a las más diversas barreras y prescindir del impulso sexual, nos conduce al conocimiento puro, desinteresado y trascendente de la belleza en sí. Mostrado de manera harto dramática en la novela de Thomas Mann, La Muerte en Venecia, donde un escritor burgués en decadencia, Gustav Von Aschenbach, al pasar una estancia en Venecia en busca de inspiración, se obsesiona con un joven estudiante polaco en el que ve la encarnación misma de la belleza. Pero Aschenbach vive en una sociedad que se derrumba y sobre la que se cierne la muerte de manera irremisible. Al final, este personaje es consciente de la inaccesibilidad de la belleza, sucumbiendo también junto a la sociedad en la que vive. Por otro lado, el filósofo alemán Eric Fromm define el amor como “un poder activo que atraviesa las barreras que separan al humano y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentido de aislamiento”. Definición contenida en uno de los libros más celebres que se han escrito sobre el tema.


Así como la filosofía, la literatura también ha explorado el amor desde la épica y la lírica. El teatro, la poesía, el cuento, la novela y el ensayo han generado obras motivadas en gran parte por él. Desde Romeo y Julieta de William Shakespeare a Madame Bovary de Gustave Flaubert; desde Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand  hasta Anna Kerenina de León Tolstói; desde Dafnis y Cloe de Longo de Lesbos hasta Los Novios de Alessandro Manzoni; desde el Carmina Amatoria de los Cánticos de Beuern hasta los Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada de Pablo Neruda, etcétera. El amor no ha dado tregua a los escritores, así como éstos tampoco a él. Y sobra decir lo presente que está en productos culturales de la modernidad como la canción pop, las telenovelas, el cine, etc. 


Y es que desde la literatura se ha elogiado y condenado al amor. Se le ha presentado como una fuerza de atracción y repulsión al mismo tiempo, y que a diferencia de Empédocles, en vez de actuar sobre los cuatro elementos, actúa sobre los corazones. El amor, que ha sido la sustancia de tantos mitos y relatos literarios desde tiempos remotos, ha entrado en una crisis con la postmodernidad, tal y como había previsto el ya citado Eric Fromm. El filósofo y sociólogo Zigmunt Bauman sostiene que el amor, dentro de la “sociedad líquida”, se torna en un vínculo que va quedando supeditada a una lógica social que parcela y disuelve las instituciones surgidas durante la modernidad, dejando al individuo a merced de una insólita soledad. La relación humana, en la “era de la liquidez”, establece un paralelismo entre los sujetos líquidos y la bolsa de valores, ya que no es conveniente “invertir” en una relación cuyos “valores” ya no prometan dividendos. Dicho esquema, aplicado a las relaciones de pareja, ha dado lugar a la gradual desaparición del compromiso duradero, propiciando así a la actual fragilidad de la relación amorosa. El propio Fromm ya advertía también de un miedo al amor. Miedo que se ha hecho evidente en las nuevas generaciones. Además, las críticas vertidas desde las distintas agendas ideológicas del llamado Progresismo, han conducido a su relativización, tomando la relación amorosa como algo prescindible, accesorio y hasta opresivo. Basta ver los distintos elogios a la soledad vertidos a través de los medios de comunicación. En este contexto, el escritor no puede erigir torres de plástico en las que encerrarse, más bien, deberá adoptar posición, aunque esta posición implique aquello que Octavio Paz decía con respecto a; que el poeta, es antimoderno –o antipostmoderno si se quiere– por excelencia.

         

Como ya mencioné, el escritor no puede vivir en una torre de plástico y la experiencia vital, tarde o temprano, siempre nos llegará. Ya he vivido más de cincuenta y nueve primaveras, creyendo ser ya insensible al enamoramiento. Tantos años de soledad, así como la saturación de historias escuchadas de familiares y conocidos acerca de matrimonios frágiles y pasajeros,  habían endurecido ya mi corazón y espíritu.  Hasta cierta mañana en que acudí a un conocido café de la calle  Palafox y Mendoza. Asistía a un evento que iba a tener lugar en el Museo de la Memoria Universitaria pero como faltaba una hora, decidí aprovechar el tiempo, avanzando en la revisión del libro de un amigo. Cuando puse mi computadora en la pequeña mesa del establecimiento, me percaté de dos chicas que conversaban. Me dio la impresión de que eran estudiantes de postgrado y lo primero que me llamó la atención, fue la inteligencia y seguridad con la que una asesoraba a la otra en algún trabajo académico. La primera poseía un rostro perfectamente triangular de piel apiñonada. Los lentes dejaban ver unos bellísimos ojos grises bajo la corta cabellera ensortijada castaña. Entonces, volví a sentir esa inocencia de adolescente, de un primer amor, cuando te fijas por primera vez en esa compañera que asiste a la escuela contigo. En tanto un torrente de pensamientos se agolpó en mi cabeza, viéndose mi inspiración incrementada. 


Contaba ya con un rico cúmulo de ideas para poemas y relatos, sin embargo, estaba consciente de la imposibilidad de llegar a conocerla, debido al anonimato e impersonalidad propios del estilo de vida masificado de las grandes ciudades. Me consternó una repentina reflexión sobre la inaccesibilidad de los mundos que a diario construimos. Cada persona es un mundo en un universo infinito, y donde el movimiento de translación de nuestras existencias, pueden conducirnos a algunos de ellos, formando algo parecido a un sistema solar. Jamás llegaremos a orbitar con la inmensa mayoría de ellos. Quizá en realidad vivamos en un espacio de asteroides a la manera de El Principito, la inmortal obra de Antoine de Saint-Exúpery. Estaba consciente de que ella vivía, no en un sistema solar lejano, sino en una lejana galaxia. Por casi una hora me sentí Aschenbach, el personaje de Mann, en versión heterosexual. Por casi una hora me sentí vivir en una especie de metáfora del infinito universo concebido por mi admirado Giordano Bruno. La dejé trabajando con su amiga para acudir a mi compromiso. Otro día, regresé a esa misma cafetería y recuerdo que me había quedado dormido en mi asiento. Al despertar, decidí retirarme. Pasé antes al sanitario. Al entrar, pude verla a través de una ventana. Me di cuenta que me miraba. Me acerqué a la fila de mesas en la que estaba. Hablaba con un amigo, no obstante, lo hacía de manera distraída pues no dejaba de dirigirme la mirada. Luego dejé el recinto. Me di cuenta que ella  había advertido la honda impresión quehabía causado en mí. Este incidente lo compartí con una buena amiga, quien me dijo que si la volvía a ver, hiciese un retrato de ella y se lo enseñara. Que esta sería la mejor forma de acercarme a ella.

        

Si bien, la experiencia del amor nos espera en algún momento de nuestra vida, no ha faltado quien haya planteado la pregunta: ¿es posible huir del amor, o bien, aislar a una persona para que no lo conozca? El escritor estadounidense Washington Irving, en un hermoso libro, Cuentos de la Alhambra, muestra como el amor se torna el motor de toda empresa humana. En La Leyenda del Príncipe Ahmed al Kamel, nos narra la historia de un soberano árabe de Granada, a quien sus astrólogos le han hecho la predicción de que a su hijo le espera un destino funesto si llega a tener relación con alguna mujer; por lo que decide encerrarlo y aislarlo, bajo la custodia del filósofo Aben Bonabben. A pesar del intento de cerrarle el conocimiento del amor, el príncipe finalmente huye de su prisión para ir en busca de la princesa Aldegunda en compañía de un búho y un papagayo. No deja de inquietarme ese pasaje en que este último le dice al príncipe Ahmed: “Decidme: ¿dónde diablos habéis aprendido toda esa jerga sentimental? Creedme: ya se pasó la moda del amor, y no se oye hablar nunca de él entre personas de talento ni entre gente de buen tono”. ¿A caso esta profecía no adelanta la profunda crisis del amor con la llegada de la postmodernidad, ya comentada antes? En la Leyenda de las Tres Hermosas Princesas y en la Leyenda de la Rosa de la Alhambra, Irving nos presenta otra vez esa pretensión de inculcar el desconocimiento del amor a las nuevas generaciones, como una empresa destinada a fracasar.

         

Y es desde la simbiosis, que esta compilación intenta dar su aportación al tema. ¿Qué es simbiosis? El Diccionario de la Real Academia Española la define como: “Asociación de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes sacan provecho de la vida en común”. Y este proyecto reúne a escritores poblanos que, mediante el cuento y la poesía, buscan que el lector se haga de su propia comprensión de lo que es el amor. Y que además, hallará en este libro una visión caleidoscópica propiciada por las visiones divergentes que sobre el tema poseen los autores. ¿Acaso no es la diversidad de enfoques y estilos lo que da su riqueza a la literatura, contribuyendo así a la formación de nuestra visión del mundo? Y el arte, una forma de conocimiento, una aproximación a la realidad, tan distinta de aquellas que ofrecen la ciencia, la filosofía y la religión, aunque tampoco hay que olvidar la compleja madeja de relaciones que tienen las segundas con el primero. El arte, pues, es algo más que ese objeto puramente estético y ornamental que muchos quieren asignarle.

       

Y bien amigo lector. Ahora lo dejo en compañía de Sarahí Jarquín Ortega, Verónica Yamell Mendoza, Macedonio Vidal Pérez, Alicia Flores, Olivia Sesma Rascón, Lilia Rivera Corcoran, José del Rosario Sánchez Franco, Juan Carlos Martínez Parra, Leticia Díaz Gama.  Abel Pérez Rojas, Salvador Calva Morales y Ariana Magaña Narváez. Dese luego que se da una simbiosis entre estos escritores, sin embargo, no se compara a esa otra simbiosis más importante: la que se da entre autor y lector. Y espero que dicha simbiosis lo conduzca a una mayor comprensión de eso que probablemente no exista y que llamamos amor.


Hasta aquí la reproducción del texto escrito por Nicholas Gutiérrez, ¿verdad que son geniales sus líneas?


Solo me resta agradecer y reconocer el esfuerzo de todos los integrantes del Círculo, así como la excelente acogida del público lector. Enhorabuena.

Simbiosis, antología del Círculo de Escritores Sabersinfin

El Círculo cumple su cometido cuando se aleja de la pasarela de egos y madura en su oculto fin
Abel Pérez Rojas
lunes, 20 de febrero de 2023, 09:46 h (CET)

Hace un par de días presentamos públicamente Simbiosis, la más reciente antología autogestiva de cuentos y poemas escritos por integrantes del Círculo de Escritores Sabersinfin. Con la concreción de este esfuerzo el aporte a las letras latinoamericanas no cesa desde este lado de la trinchera.


En sí, cada contribución de los escritores participantes conlleva una carga propia con mundos muy particulares. Cada cuento, cada poema es una especie de muestra para ser analizada en laboratorio y de esta manera conocer un poco más a cada autor.


El atisbo no se reduce a las plumas antologadas, es un punto de referencia para reflexionar en torno a temas universales con el pretexto del amor como nodo acordado de encuentro en Simbiosis. Por sí solo el brillante prólogo del genial Nicholas Gutiérrez Pulido habría valido la publicación a como diera lugar, sin embargo, es solo el inicio de un viaje a contenidos que son el producto de las sesiones de trabajo del Círculo de Escritores Sabersinfin.


A continuación, y como una prueba de lo que le digo, le comparto las líneas escritas por el nacido en Portland, Oregon, Estados Unidos, pero poblano hasta el tuétano:


Al final del film de Luc Besson, El Quinto Elemento (Le Cienquiéme Élément, 1997) vemos, que mientras la Tierra está a punto de sucumbir ante la amenaza de un ser cósmico malévolo, los héroes llegan  a un santuario con cuatro piedras místicas con el fin de salvar al mundo, descubriendo que era necesario agregar agua, arena, fuego y un soplido a cada una, respectivamente, para ser activadas y aun al final, algo sigue faltando. Y es precisamente cuando Korben Dallas (Bruce Willis) besa al Quinto Elemento (Milla Jovovich), que se activa el dispositivo que detendrá al Maligno.

        

Esta escena es en realidad una alegoría de la doctrina del filósofo griego Empédocles de Agrigento. Que tres siglos antes de Cristo, postuló en contra de la idea de unidad única de Parménides, que son los cuatro elementos primordiales (agua, aire, fuego y tierra) los que hacen posible la génesis del cosmos, ya que éstos pueden moverse ocupando el lugar de los otros, lo que permite que los seres sean divisibles y estén en movimiento. El filósofo de Agrigento atribuía el movimiento del Ser a dos fuerzas externas: el Amor y la Discordia. En la escena final del Quinto Elemento, cuando Dallas besa a la chica, está activando el amor que unirá a las cuatro piedras, dando lugar así al cosmos y contrarrestando al Maligno, que en la película representa la destrucción, la nada; o sea, lo opuesto al Ser.

    

Más allá de la alegoría de Empédocles, con su profundo sentido cosmológico, el amor ha sido, un sentimiento, una pasión, una fuerza que ha dado sentido existencial al ser humano y que muchas veces ha guiado su proceder a lo largo de la historia. Y es precisamente por esta historicidad, que desde la filosofía, el arte, la poesía y ahora, también desde la ciencia, se haya intentado explicar.

      

Los filósofos han dado definiciones del amor como por ejemplo; Platón y Sócrates, para quienes constituía el impulso, la motivación, que al superar a las más diversas barreras y prescindir del impulso sexual, nos conduce al conocimiento puro, desinteresado y trascendente de la belleza en sí. Mostrado de manera harto dramática en la novela de Thomas Mann, La Muerte en Venecia, donde un escritor burgués en decadencia, Gustav Von Aschenbach, al pasar una estancia en Venecia en busca de inspiración, se obsesiona con un joven estudiante polaco en el que ve la encarnación misma de la belleza. Pero Aschenbach vive en una sociedad que se derrumba y sobre la que se cierne la muerte de manera irremisible. Al final, este personaje es consciente de la inaccesibilidad de la belleza, sucumbiendo también junto a la sociedad en la que vive. Por otro lado, el filósofo alemán Eric Fromm define el amor como “un poder activo que atraviesa las barreras que separan al humano y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentido de aislamiento”. Definición contenida en uno de los libros más celebres que se han escrito sobre el tema.


Así como la filosofía, la literatura también ha explorado el amor desde la épica y la lírica. El teatro, la poesía, el cuento, la novela y el ensayo han generado obras motivadas en gran parte por él. Desde Romeo y Julieta de William Shakespeare a Madame Bovary de Gustave Flaubert; desde Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand  hasta Anna Kerenina de León Tolstói; desde Dafnis y Cloe de Longo de Lesbos hasta Los Novios de Alessandro Manzoni; desde el Carmina Amatoria de los Cánticos de Beuern hasta los Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada de Pablo Neruda, etcétera. El amor no ha dado tregua a los escritores, así como éstos tampoco a él. Y sobra decir lo presente que está en productos culturales de la modernidad como la canción pop, las telenovelas, el cine, etc. 


Y es que desde la literatura se ha elogiado y condenado al amor. Se le ha presentado como una fuerza de atracción y repulsión al mismo tiempo, y que a diferencia de Empédocles, en vez de actuar sobre los cuatro elementos, actúa sobre los corazones. El amor, que ha sido la sustancia de tantos mitos y relatos literarios desde tiempos remotos, ha entrado en una crisis con la postmodernidad, tal y como había previsto el ya citado Eric Fromm. El filósofo y sociólogo Zigmunt Bauman sostiene que el amor, dentro de la “sociedad líquida”, se torna en un vínculo que va quedando supeditada a una lógica social que parcela y disuelve las instituciones surgidas durante la modernidad, dejando al individuo a merced de una insólita soledad. La relación humana, en la “era de la liquidez”, establece un paralelismo entre los sujetos líquidos y la bolsa de valores, ya que no es conveniente “invertir” en una relación cuyos “valores” ya no prometan dividendos. Dicho esquema, aplicado a las relaciones de pareja, ha dado lugar a la gradual desaparición del compromiso duradero, propiciando así a la actual fragilidad de la relación amorosa. El propio Fromm ya advertía también de un miedo al amor. Miedo que se ha hecho evidente en las nuevas generaciones. Además, las críticas vertidas desde las distintas agendas ideológicas del llamado Progresismo, han conducido a su relativización, tomando la relación amorosa como algo prescindible, accesorio y hasta opresivo. Basta ver los distintos elogios a la soledad vertidos a través de los medios de comunicación. En este contexto, el escritor no puede erigir torres de plástico en las que encerrarse, más bien, deberá adoptar posición, aunque esta posición implique aquello que Octavio Paz decía con respecto a; que el poeta, es antimoderno –o antipostmoderno si se quiere– por excelencia.

         

Como ya mencioné, el escritor no puede vivir en una torre de plástico y la experiencia vital, tarde o temprano, siempre nos llegará. Ya he vivido más de cincuenta y nueve primaveras, creyendo ser ya insensible al enamoramiento. Tantos años de soledad, así como la saturación de historias escuchadas de familiares y conocidos acerca de matrimonios frágiles y pasajeros,  habían endurecido ya mi corazón y espíritu.  Hasta cierta mañana en que acudí a un conocido café de la calle  Palafox y Mendoza. Asistía a un evento que iba a tener lugar en el Museo de la Memoria Universitaria pero como faltaba una hora, decidí aprovechar el tiempo, avanzando en la revisión del libro de un amigo. Cuando puse mi computadora en la pequeña mesa del establecimiento, me percaté de dos chicas que conversaban. Me dio la impresión de que eran estudiantes de postgrado y lo primero que me llamó la atención, fue la inteligencia y seguridad con la que una asesoraba a la otra en algún trabajo académico. La primera poseía un rostro perfectamente triangular de piel apiñonada. Los lentes dejaban ver unos bellísimos ojos grises bajo la corta cabellera ensortijada castaña. Entonces, volví a sentir esa inocencia de adolescente, de un primer amor, cuando te fijas por primera vez en esa compañera que asiste a la escuela contigo. En tanto un torrente de pensamientos se agolpó en mi cabeza, viéndose mi inspiración incrementada. 


Contaba ya con un rico cúmulo de ideas para poemas y relatos, sin embargo, estaba consciente de la imposibilidad de llegar a conocerla, debido al anonimato e impersonalidad propios del estilo de vida masificado de las grandes ciudades. Me consternó una repentina reflexión sobre la inaccesibilidad de los mundos que a diario construimos. Cada persona es un mundo en un universo infinito, y donde el movimiento de translación de nuestras existencias, pueden conducirnos a algunos de ellos, formando algo parecido a un sistema solar. Jamás llegaremos a orbitar con la inmensa mayoría de ellos. Quizá en realidad vivamos en un espacio de asteroides a la manera de El Principito, la inmortal obra de Antoine de Saint-Exúpery. Estaba consciente de que ella vivía, no en un sistema solar lejano, sino en una lejana galaxia. Por casi una hora me sentí Aschenbach, el personaje de Mann, en versión heterosexual. Por casi una hora me sentí vivir en una especie de metáfora del infinito universo concebido por mi admirado Giordano Bruno. La dejé trabajando con su amiga para acudir a mi compromiso. Otro día, regresé a esa misma cafetería y recuerdo que me había quedado dormido en mi asiento. Al despertar, decidí retirarme. Pasé antes al sanitario. Al entrar, pude verla a través de una ventana. Me di cuenta que me miraba. Me acerqué a la fila de mesas en la que estaba. Hablaba con un amigo, no obstante, lo hacía de manera distraída pues no dejaba de dirigirme la mirada. Luego dejé el recinto. Me di cuenta que ella  había advertido la honda impresión quehabía causado en mí. Este incidente lo compartí con una buena amiga, quien me dijo que si la volvía a ver, hiciese un retrato de ella y se lo enseñara. Que esta sería la mejor forma de acercarme a ella.

        

Si bien, la experiencia del amor nos espera en algún momento de nuestra vida, no ha faltado quien haya planteado la pregunta: ¿es posible huir del amor, o bien, aislar a una persona para que no lo conozca? El escritor estadounidense Washington Irving, en un hermoso libro, Cuentos de la Alhambra, muestra como el amor se torna el motor de toda empresa humana. En La Leyenda del Príncipe Ahmed al Kamel, nos narra la historia de un soberano árabe de Granada, a quien sus astrólogos le han hecho la predicción de que a su hijo le espera un destino funesto si llega a tener relación con alguna mujer; por lo que decide encerrarlo y aislarlo, bajo la custodia del filósofo Aben Bonabben. A pesar del intento de cerrarle el conocimiento del amor, el príncipe finalmente huye de su prisión para ir en busca de la princesa Aldegunda en compañía de un búho y un papagayo. No deja de inquietarme ese pasaje en que este último le dice al príncipe Ahmed: “Decidme: ¿dónde diablos habéis aprendido toda esa jerga sentimental? Creedme: ya se pasó la moda del amor, y no se oye hablar nunca de él entre personas de talento ni entre gente de buen tono”. ¿A caso esta profecía no adelanta la profunda crisis del amor con la llegada de la postmodernidad, ya comentada antes? En la Leyenda de las Tres Hermosas Princesas y en la Leyenda de la Rosa de la Alhambra, Irving nos presenta otra vez esa pretensión de inculcar el desconocimiento del amor a las nuevas generaciones, como una empresa destinada a fracasar.

         

Y es desde la simbiosis, que esta compilación intenta dar su aportación al tema. ¿Qué es simbiosis? El Diccionario de la Real Academia Española la define como: “Asociación de individuos animales o vegetales de diferentes especies, sobre todo si los simbiontes sacan provecho de la vida en común”. Y este proyecto reúne a escritores poblanos que, mediante el cuento y la poesía, buscan que el lector se haga de su propia comprensión de lo que es el amor. Y que además, hallará en este libro una visión caleidoscópica propiciada por las visiones divergentes que sobre el tema poseen los autores. ¿Acaso no es la diversidad de enfoques y estilos lo que da su riqueza a la literatura, contribuyendo así a la formación de nuestra visión del mundo? Y el arte, una forma de conocimiento, una aproximación a la realidad, tan distinta de aquellas que ofrecen la ciencia, la filosofía y la religión, aunque tampoco hay que olvidar la compleja madeja de relaciones que tienen las segundas con el primero. El arte, pues, es algo más que ese objeto puramente estético y ornamental que muchos quieren asignarle.

       

Y bien amigo lector. Ahora lo dejo en compañía de Sarahí Jarquín Ortega, Verónica Yamell Mendoza, Macedonio Vidal Pérez, Alicia Flores, Olivia Sesma Rascón, Lilia Rivera Corcoran, José del Rosario Sánchez Franco, Juan Carlos Martínez Parra, Leticia Díaz Gama.  Abel Pérez Rojas, Salvador Calva Morales y Ariana Magaña Narváez. Dese luego que se da una simbiosis entre estos escritores, sin embargo, no se compara a esa otra simbiosis más importante: la que se da entre autor y lector. Y espero que dicha simbiosis lo conduzca a una mayor comprensión de eso que probablemente no exista y que llamamos amor.


Hasta aquí la reproducción del texto escrito por Nicholas Gutiérrez, ¿verdad que son geniales sus líneas?


Solo me resta agradecer y reconocer el esfuerzo de todos los integrantes del Círculo, así como la excelente acogida del público lector. Enhorabuena.

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