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La aceptación social del aborto es una de las peores enfermedades de nuestra sociedad

​Salvar las vidas humanas, ¡todas!

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Si hay algo enigmático en el ser humano es que cada uno de los que tenemos el privilegio de haber sido “elegidos” para la vida nos diferenciamos del “otro” física y anímicamente: “la vida que estamos llamados a promover y defender no es un concepto abstracto, sino que se manifiesta siempre en una persona de carne y hueso: un niño recién concebido, un pobre marginado, un enfermo solo y desanimado…” (Papa Francisco)


La reciente tragedia humana ocasionada por los terremotos de Turquía y Siria han sacado a la luz todo lo que de generosidad, bondad y solidaridad existe en el corazón del ser humano. Ha sido extraordinaria la capacidad de conmoverse ante el dolor y el sufrimiento ajeno e incluso la demostración de generosidad, en entregar parte de lo “nuestro” en oraciones o donaciones, para aliviar las penalidades y necesidades del “otro”: “ Aunque haya religiones diferentes, debido a distintas culturas, lo importante es que todas coincidan en su objetivo principal: ser buena persona y ayudar a los demás” (Dalai Lama).


Pero, sin duda, creo que las escenas más impactantes y que han motivado esta reflexión, han sido las de la alegría desbordante de los voluntarios y bomberos cuando conseguían rescatar entre el amasijo de escombros, a niños y niñas en un lógico estado de shok e incluso a recién nacidos que asomaban a su primera luz, oscurecida por el espanto de la muerte: “Al-lahu-àkbar” (Dios es el más grande) o ¡milagro! eran los gritos desgarrados que acompañaban a cada nuevo “nacimiento a la vida” de un rescatado.


Sin embargo en Europa y en otras partes del mundo, la destrucción de vidas humanas no son producto de accidentes de la Naturaleza, sino de la cara más cruel y perversa del ser humano: el odio, la ambición y la corrupción del poder. ¿Es que no conmueven los miles de hombres, mujeres y niños masacrados por una guerra que parece inacabable entre ucranianos y rusos? ¿es que no conmueven ya contemplar las ciudades, pueblos, carreteras o fábricas asoladas por las bombas? ¿qué diferencia hay entre los niños de Ucrania y los de Turquía o Siria aplastados entre los escombros de sus viviendas?.


Algo no funciona bien en la sociedad actual cuando lloramos ante las duras y trágicas imágenes de una catástrofe humanitaria como la de los recientes terremotos y somos insensibles ante quien, por ejemplo, impide el derecho a la vida de los concebidos y no nacidos. Más aún cuando, como en España, se hace de la vida y de la muerte una batalla ideológica. Solo entre 2011 y 2021 se ha impedido nacer a un millón de bebés a consecuencia del aborto y unos 90000 se vienen produciendo cada año.


Miguel Delibes llegó a escribir que la aceptación social del aborto es una de las peores enfermedades de nuestra sociedad: “No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizás porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante” Dura sentencia…

​Salvar las vidas humanas, ¡todas!

La aceptación social del aborto es una de las peores enfermedades de nuestra sociedad
Jorge Hernández Mollar
sábado, 11 de febrero de 2023, 12:59 h (CET)

Si hay algo enigmático en el ser humano es que cada uno de los que tenemos el privilegio de haber sido “elegidos” para la vida nos diferenciamos del “otro” física y anímicamente: “la vida que estamos llamados a promover y defender no es un concepto abstracto, sino que se manifiesta siempre en una persona de carne y hueso: un niño recién concebido, un pobre marginado, un enfermo solo y desanimado…” (Papa Francisco)


La reciente tragedia humana ocasionada por los terremotos de Turquía y Siria han sacado a la luz todo lo que de generosidad, bondad y solidaridad existe en el corazón del ser humano. Ha sido extraordinaria la capacidad de conmoverse ante el dolor y el sufrimiento ajeno e incluso la demostración de generosidad, en entregar parte de lo “nuestro” en oraciones o donaciones, para aliviar las penalidades y necesidades del “otro”: “ Aunque haya religiones diferentes, debido a distintas culturas, lo importante es que todas coincidan en su objetivo principal: ser buena persona y ayudar a los demás” (Dalai Lama).


Pero, sin duda, creo que las escenas más impactantes y que han motivado esta reflexión, han sido las de la alegría desbordante de los voluntarios y bomberos cuando conseguían rescatar entre el amasijo de escombros, a niños y niñas en un lógico estado de shok e incluso a recién nacidos que asomaban a su primera luz, oscurecida por el espanto de la muerte: “Al-lahu-àkbar” (Dios es el más grande) o ¡milagro! eran los gritos desgarrados que acompañaban a cada nuevo “nacimiento a la vida” de un rescatado.


Sin embargo en Europa y en otras partes del mundo, la destrucción de vidas humanas no son producto de accidentes de la Naturaleza, sino de la cara más cruel y perversa del ser humano: el odio, la ambición y la corrupción del poder. ¿Es que no conmueven los miles de hombres, mujeres y niños masacrados por una guerra que parece inacabable entre ucranianos y rusos? ¿es que no conmueven ya contemplar las ciudades, pueblos, carreteras o fábricas asoladas por las bombas? ¿qué diferencia hay entre los niños de Ucrania y los de Turquía o Siria aplastados entre los escombros de sus viviendas?.


Algo no funciona bien en la sociedad actual cuando lloramos ante las duras y trágicas imágenes de una catástrofe humanitaria como la de los recientes terremotos y somos insensibles ante quien, por ejemplo, impide el derecho a la vida de los concebidos y no nacidos. Más aún cuando, como en España, se hace de la vida y de la muerte una batalla ideológica. Solo entre 2011 y 2021 se ha impedido nacer a un millón de bebés a consecuencia del aborto y unos 90000 se vienen produciendo cada año.


Miguel Delibes llegó a escribir que la aceptación social del aborto es una de las peores enfermedades de nuestra sociedad: “No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizás porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante” Dura sentencia…

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