Al llegar a la cifra “mágica” de los 8.000 millones de humanos sí han tenido más eco los discursos “antihumanistas”. Por sorprendente que parezca, hay quien defiende que “el hombre debe desaparecer como un rostro dibujado en la arena de una playa”. La fórmula la postulan ecologistas radicales y algunas empresas de Silicon Valley. Hay quien señala que “la preocupación porque la humanidad no exista en el futuro es un síntoma de arrogancia y sentimentalismo”. Para ellos la desaparición de los hombres no significaría gran pérdida.
El “antihumanismo”, así formulado, seguramente es una extravagancia de intelectuales, pero refleja algo que está en el aire: un resentimiento hacia el yo personal. Parece que el único yo posible es el yo político, el de una identidad fragmentada, de derechas o de izquierdas, que se concibe como protagonista de alguna forma de hegemonía o de subordinación. Estamos ante una buena oportunidad para plantearnos una vez más qué es el ser humano y cuál es su valor.
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