Muchos desconocen que, según algunos testimonios, los gatos cumplen un papel espiritual significativo en nuestros hogares y esto explicaría por qué ciertas personas experimentan cambios profundos tras permitir que un gato forme parte de su vida.
Para comprender realmente lo que decía el Padre Pío sobre los gatos, es necesario primero entender su aguda sensibilidad espiritual. Este fraile capuchino no era un hombre común. Durante décadas llevó en su cuerpo las llagas de Cristo como estigmas y tenía la capacidad de ver más allá del mundo físico, incluso llegando a leer los pensamientos de quienes acudían a él en busca de guía.
En San Giovanni Rotondo, donde vivió la mayor parte de su vida, prestaba mucha atención al comportamiento de los animales, en especial de los gatos que solían merodear por el monasterio. Los frailes contaban que a menudo lo veían hablar con ellos en voz baja, como si compartiera secretos que solo los gatos podían comprender. Solía decir a sus discípulos más cercanos: “Los animales aún perciben lo que nosotros hemos olvidado ver”.
Y es que el humano se ha hecho tan materialista que ha olvidado su dimensión espiritual.
Padre Pío veía a los gatos como criaturas con una misión especial, centinelas espirituales colocados en nuestras vidas por una razón. Creía que no llegaban por azar y que tenían una sensibilidad capaz de detectar presencias invisibles y energías que el ojo humano no puede captar. “Un gato nunca es solo un gato”, repetía. “Observa bien cómo actúa y verás señales que provienen de Dios”.
Relataba que, en las noches en que sus dolores, los físicos y los del alma, se intensificaban, un gato gris aparecía sin aviso en su celda y se acostaba a sus pies. Al amanecer, el dolor disminuía y el animal desaparecía, como si nunca hubiese estado allí.
Además, algunos testigos aseguran que Padre Pío creía que estos animales podían ejercer un rol protector, especialmente en hogares donde habitaban personas con sensibilidad espiritual o vulnerabilidad emocional.
Esta creencia nació de un hecho que ocurrió en 1947, cuando una mujer angustiada le pidió ayuda por extraños sucesos en su casa: ruidos, objetos que se movían y un ambiente opresivo. Padre Pío le recomendó algo inesperado: “Necesitas un gato, pero debe llegar por su cuenta”. Tres semanas después, un gato negro apareció en su jardín y, pese a que no lo alimentaban, se negó a irse. La familia decidió aceptarlo, ignorando los insensatos prejuicios populares sobre los gatos negros. Desde entonces, la actividad paranormal cesó.
Padre Pío tenía una explicación para todo aquello y era que los gatos tienen lo que él llamó “visión dual”, la capacidad de percibir tanto el mundo físico como el espiritual. Por eso, decía, los vemos mirar fijamente a la nada o seguir con la mirada algo invisible, invisible para nosotros. Según él, no miraban un espacio vacío, sino algo real en otro plano de existencia.
Esta percepción también se manifestaba según el padre Pío en el confesionario. A veces, en las confesiones más difíciles, cuando alguien ocultaba pecados graves, un gato se acercaba y maullaba insistentemente, como si advirtiera del estado del alma de la persona.
En otro caso, una familia acudió a él por problemas emocionales de su hija adolescente, que sufría pesadillas y ansiedad. Padre Pío repitió el consejo: “Recibid un gato, pero no uno que busquéis, sino el que llegue solo”. Un mes después, un gato atigrado apareció y la joven comenzó a mejorar desde que lo acogieron. Al volver a agradecerle, el religioso les dijo: “No me agradezcan a mí, sino al guardián que Dios les envió”.
Padre Pío reveló que no solo detectan cosas imperceptibles para el humano, sino que también pueden absorber y neutralizar energías negativas. Esto, decía, se debía a una frecuencia energética distinta a la del ser humano. Observaba que los gatos tienden a acostarse donde las personas han sufrido, como si intentaran purificar ese lugar. Incluso su hábito de enterrar excrementos lo consideraba un acto simbólico: una manera de enterrar las energías que absorbieron para proteger a quienes los rodean.
Durante la Segunda Guerra Mundial, observó que los gatos del monasterio se agrupaban en zonas donde más tarde caerían bombas, como si anticiparan el sufrimiento e intentaran mitigar su impacto con su presencia.
Padre Pío, sobre el ronroneo, pensaba que este sonido es más que una señal de comodidad, una frecuencia vibratoria sanadora. Afirmaba que el ronroneo sintoniza con frecuencias que pueden restaurar el equilibrio emocional, aliviar dolores e incluso ayudar a la sanación física. “Mientras olvidamos rezar”, decía, “ellos continúan con su oración silenciosa que armoniza todo a su alrededor”.
Para aplicar estas enseñanzas en la vida cotidiana, el Padre Pío recomendaba observar a nuestros gatos con atención. Si evitan ciertos lugares o insisten en quedarse en otros, pueden estar alertándonos de algo espiritual. También aconsejaba permitirles estar cerca durante momentos difíciles, especialmente de noche, cuando somos más vulnerables.
Decía que los gatos pueden actuar como protectores naturales, especialmente para quienes tienen dones espirituales o son emocionalmente sensibles. Pero advertía algo esencial: para que un gato cumpla su misión, debe ser tratado con respeto y amor. Un animal maltratado no podrá ser un buen guardián. “Honrar a las criaturas de Dios es honrarlo a Él”, enseñaba.
Quienes conocen estas ideas del Padre Pío frecuentemente comienzan a ver a sus gatos con otros ojos. Observan patrones que antes ignoraban y descubren que estos animales han estado cumpliendo un papel espiritual silencioso todo el tiempo.
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