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La inflación es fácil provocarla tocando bajo cuerda el material energético que se mueve a voluntad de los que manejan el mercado

Haciendo el juego al mercado

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Es función de la clase política burocratizada —esto es lo que hay, y no cabe hablar de políticos— acatar los mandatos de la estructura jerárquica y, dado que quien manda son los gestores del mercado, se trata de cumplir con sus mandatos, por temor a perder el sillón que ocupan, alcanzado tras muchos esfuerzos y dedicación al ejercicio de la palabrería barata.


El asunto viene a cuento de la reciente bajada de precios de algunos alimentos, sin duda acordada en un intento de acabar con su estado de desbordamiento, que el gran capital se ha sacado de la manga y que se factura invocando justificaciones como la inflación, cuando resulta ser él quien ha montado el tinglado, para luego culpar a lo primero que sale a escena con ayuda de los medios y el desconocimiento de la masa. La inflación es fácil provocarla tocando bajo cuerda el material energético que se mueve a voluntad de los que manejan el mercado, que no son precisamente el cártel del las energías no renovables. Si empieza a correr al alza el petróleo, el que más o el que menos se apunta a la carrera y la inflación progresa como una bola de nieve en la pendiente nevada de la montaña. A pesar de todo, los actuales gobernantes han dado una prueba de osadía permitiendo subidas inéditas de los alimentos básicos, porque pocos se habían atrevido a desmaquillar los precios de esos componentes básicos que manejan las estadísticas. Ahora, con esta bajada de precios, lo que se ha hecho es tratar de aliviar la presión a los consumidores, insuflando dosis de euforia artificial, siguiendo instrucciones de los que realmente mandan, para que sus mercados no sufran las consecuencias.


Habría que aclarar que este remiendo económico, que no llega ni a la categoría de parche, que afecta a algo sustancial para la vida, como son los alimentos, supone una bajada de tal calado que lo que el personal se ahorra en una compra decente en cualquier supermercado no se dejaría de propina en la hostelería, porque seguramente el beneficiado la arrojaría directamente a la basura ante las propias narices del cliente e incluso se atrevería a llamarle miserable. Este viene a ser el resultado en términos reales de la gran bajada del impuesto del valor añadido, con el que se les infla el pecho a los que ahora mandan. Sin duda, todo un éxito para la labor de los que dirigen la propaganda estatal, siempre que la gente —ellos la llaman así— se lo crea. Algunos, los más creyentes, de esta manera lo entenderán. Los escépticos, pasarán del asunto. Los más realistas, simplemente se ríen de la ocurrencia de los portavoces de las legiones de sabios que les sirven de asesores y de la masa gris que desperdician sus ideólogos.


Ante tamaño esfuerzo de la burocracia, no hay que pensar mal de nadie, porque obrar con maldad requeriría hacer uso de la astucia y, en este caso, se aportan elevadas dosis de ingenuidad, ante lo que solo cabe encogerse de hombros por una de tantas medidas de maquillaje público. Dado que, si los precios, pongamos, han subido el 60% por la inflación —lo otro es simple maquillaje—y así bajan el 0,1 %, —la nueva realidad—, el resultado es que el coste del material vital de cuatro productos al menos baja —aunque los otros se disparen aprovechando la coyuntura—. No obstante, al menos, parece como si ya no se quisiera tocar directamente el bolsillo con más subidas. Quizás aquí resida su valor político y, por eso, algunos la aplauden, considerando que provisionalmente se pone freno a la carrera de los precios, aunque sea un sueño imposible.


Si con la inflación antinatural, es decir, provocada, se trata de que los mercaderes saquen del bolsillo de los ahorradores hasta el último céntimo, animándoles a que gasten, porque el dinero efectivo no vale casi nada, con estas grandes medidas económicas de la política se entra en terreno mercado paralelo, que es el que se dedica a tratar de ganar votos. En este punto, el remiendo puede ser útil, contando como siempre con los más ingenuos, los que confían del buen hacer de Papa Estado, por interés personal, ignorando que la factura la pagarán después.


En definitiva, lo de la reducción del impuesto en cuestión la consideran algunos todo un triunfo político, cuando realmente se trata de un éxito para los gestores del mercado. Tampoco lo es para los consumidores, porque puede ser entendida como una fórmula para, aprovechando las bajadas propagandísticas, se decidan a aumentar el consumo. Mientras, se ha visto una ocasión para, entretenidos con las bajadas tasadas, subir el precio de los demás artículos. Sin embargo, dejando tales pequeñeces aparcadas, el hecho es que algo si se ha aliviado el bolsillo, por lo que, hay que dar una muestra de agradecimiento a los cuidadores. ¡A ver quién da más!

Haciendo el juego al mercado

La inflación es fácil provocarla tocando bajo cuerda el material energético que se mueve a voluntad de los que manejan el mercado
Antonio Lorca Siero
lunes, 9 de enero de 2023, 12:55 h (CET)

Es función de la clase política burocratizada —esto es lo que hay, y no cabe hablar de políticos— acatar los mandatos de la estructura jerárquica y, dado que quien manda son los gestores del mercado, se trata de cumplir con sus mandatos, por temor a perder el sillón que ocupan, alcanzado tras muchos esfuerzos y dedicación al ejercicio de la palabrería barata.


El asunto viene a cuento de la reciente bajada de precios de algunos alimentos, sin duda acordada en un intento de acabar con su estado de desbordamiento, que el gran capital se ha sacado de la manga y que se factura invocando justificaciones como la inflación, cuando resulta ser él quien ha montado el tinglado, para luego culpar a lo primero que sale a escena con ayuda de los medios y el desconocimiento de la masa. La inflación es fácil provocarla tocando bajo cuerda el material energético que se mueve a voluntad de los que manejan el mercado, que no son precisamente el cártel del las energías no renovables. Si empieza a correr al alza el petróleo, el que más o el que menos se apunta a la carrera y la inflación progresa como una bola de nieve en la pendiente nevada de la montaña. A pesar de todo, los actuales gobernantes han dado una prueba de osadía permitiendo subidas inéditas de los alimentos básicos, porque pocos se habían atrevido a desmaquillar los precios de esos componentes básicos que manejan las estadísticas. Ahora, con esta bajada de precios, lo que se ha hecho es tratar de aliviar la presión a los consumidores, insuflando dosis de euforia artificial, siguiendo instrucciones de los que realmente mandan, para que sus mercados no sufran las consecuencias.


Habría que aclarar que este remiendo económico, que no llega ni a la categoría de parche, que afecta a algo sustancial para la vida, como son los alimentos, supone una bajada de tal calado que lo que el personal se ahorra en una compra decente en cualquier supermercado no se dejaría de propina en la hostelería, porque seguramente el beneficiado la arrojaría directamente a la basura ante las propias narices del cliente e incluso se atrevería a llamarle miserable. Este viene a ser el resultado en términos reales de la gran bajada del impuesto del valor añadido, con el que se les infla el pecho a los que ahora mandan. Sin duda, todo un éxito para la labor de los que dirigen la propaganda estatal, siempre que la gente —ellos la llaman así— se lo crea. Algunos, los más creyentes, de esta manera lo entenderán. Los escépticos, pasarán del asunto. Los más realistas, simplemente se ríen de la ocurrencia de los portavoces de las legiones de sabios que les sirven de asesores y de la masa gris que desperdician sus ideólogos.


Ante tamaño esfuerzo de la burocracia, no hay que pensar mal de nadie, porque obrar con maldad requeriría hacer uso de la astucia y, en este caso, se aportan elevadas dosis de ingenuidad, ante lo que solo cabe encogerse de hombros por una de tantas medidas de maquillaje público. Dado que, si los precios, pongamos, han subido el 60% por la inflación —lo otro es simple maquillaje—y así bajan el 0,1 %, —la nueva realidad—, el resultado es que el coste del material vital de cuatro productos al menos baja —aunque los otros se disparen aprovechando la coyuntura—. No obstante, al menos, parece como si ya no se quisiera tocar directamente el bolsillo con más subidas. Quizás aquí resida su valor político y, por eso, algunos la aplauden, considerando que provisionalmente se pone freno a la carrera de los precios, aunque sea un sueño imposible.


Si con la inflación antinatural, es decir, provocada, se trata de que los mercaderes saquen del bolsillo de los ahorradores hasta el último céntimo, animándoles a que gasten, porque el dinero efectivo no vale casi nada, con estas grandes medidas económicas de la política se entra en terreno mercado paralelo, que es el que se dedica a tratar de ganar votos. En este punto, el remiendo puede ser útil, contando como siempre con los más ingenuos, los que confían del buen hacer de Papa Estado, por interés personal, ignorando que la factura la pagarán después.


En definitiva, lo de la reducción del impuesto en cuestión la consideran algunos todo un triunfo político, cuando realmente se trata de un éxito para los gestores del mercado. Tampoco lo es para los consumidores, porque puede ser entendida como una fórmula para, aprovechando las bajadas propagandísticas, se decidan a aumentar el consumo. Mientras, se ha visto una ocasión para, entretenidos con las bajadas tasadas, subir el precio de los demás artículos. Sin embargo, dejando tales pequeñeces aparcadas, el hecho es que algo si se ha aliviado el bolsillo, por lo que, hay que dar una muestra de agradecimiento a los cuidadores. ¡A ver quién da más!

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