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Es tener en todo momento presente el comportamiento de los animales

El estado etológico permanente

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Tener en todo momento presente el comportamiento de los animales fuera de laboratorio, en su medio natural o en su hábitat; observarlo, registrarlo, comunicarlo, trasladarlo a otras situaciones, compararlo con su misma especie o con otras, deducir aprendizajes y saberes, extraer conclusiones, teorizar, vincularlo con el arte, la cultura, los seres humanos, es lo que llamaré a lo largo de este artículo como estado etológico permanente.


La etología (del griegoethos (ηθος), costumbre, conducta o manera de hacer las cosas; y logos (λóγος), ciencia o conocimiento) es la ciencia encargada del estudio del comportamiento animal, aunque es preciso mencionar que también abarca el comportamiento humano.


Para diferenciar a la etología dedicada al estudio de los animales con la orientada a la investigación del comportamiento humano algunos especialistas le llaman a la segunda como «etología humana», en tanto que también son animales, racionales, pero al fin de cuentas animales.


Precisado lo anterior, me referiré como etología en el presente artículo a la dedicada al estudio de los animales y reflexionaré como es que quien observa va extrayendo conclusiones por las que puede establecer puentes entre ésta y el comportamiento humano.


Ahora, para desarrollar mis contribuciones en torno al estado etológico permanente, acudo a lo que en su momento fueron mis aportaciones relativas al estado poético permanente, a fin de deducir una serie de puntos en común que permitan avanzar en el desarrollo lógico de lo aquí intento tratar.

En mi artículo ¿Qué es el estado poético permanente? ( https://bit.ly/3VmslA7), a partir de una serie de análisis y reflexiones me referí a éste como:


Mirar en todo momento desde la poesía la compleja realidad, arribar a la conclusión de que no hay tema o circunstancia alguna que no pueda ser abordada desde ella…


Sostengo que el estado poético permanente se refiere a una actitud filosófica y estética frente a la realidad a contraluz con la temporalidad, con bases en las neurociencias, como bien lo ha desarrollado en múltiples artículos Enrique Canchola Martínez, experto en cuestiones neuronales.

Eso mismo sucede con el estado etológico permanente.


La persona que se encuentra en un estado etológico permanente encarna una actitud filosófica y científica por la cual su “mundo” gira en torno al “mundo de los animales”, dentro del cual un espacio muy importante es el comportamiento de éstos.


A primera instancia vienen a mi mente inmediatamente todas aquellas escenas que he visto del trabajo realizado por Sir David Frederick Attenborough y Jane Goodall.


No puedo evadir las imágenes mentales que me produce el trabajo de Konrad Zacharias Lorenz, zoólogo, etólogo y ornitólogo austriaco ganador del Premio Nobel de Medicina en 1973 y considerado uno de los fundadores de la etología moderna.


Yo mismo me observo, trato de hacerme consciente de cómo me marcó la conformación de un protocolo de investigación y propuesta (2001 al 2002. CIPAE), a través del cual las personas adquieren saberes, desarrollan conductas y se apropian de valores a partir de la convivencia con animales o, cuando menos, de la observación de contenidos etológicos multimedia.


Al escribir estas líneas caigo en cuenta de mi infancia, de mi participación en el pastoreo de chivos y cuidado de cerdos que mi madre criaba como parte de la economía familiar.


Aún recuerdo las charlas con mi madre sobre los rasgos de una chiva embarazada, de una cría con indigestión o los riesgos de un macho presto a mostrar su liderazgo.


Veo como eso me marcó en mi formación, pero había pasado desapercibido hasta que he tenido que volver una y otra vez en mis análisis etológicos desde una visión de educación permanente. En esos recuerdos entrelazados con marcos teóricos, encuentro la cimentación de lo que ahora abordo.


El estado etológico permanente es posible gracias a una actitud de educación permanente, que coloca las bases para una visión holística y sistémica de cuanto nos rodea.


Sí, una actitud filosófica en la cual todo está vinculado con todo, que tiene también como trasfondo –siguiendo el modelo de las inteligencias múltiples de Howard Gardner (Scraton, Penilvania, Estados Unidos. 1943)– la inteligencia naturalista relacionada con las inteligencias inter e intrapersonal.

Veamos, de acuerdo a Gardner la inteligencia naturalista está presente en ambientólogos, biólogos, zoólogos, botánicos, palentólogos, agrónomos, forestales, veterinarios y todas aquellas personas vinculadas al estudio o compenetradas con la vida animal o de la naturaleza, de tal manera que establecen relaciones y estudios entre grupos o especies de la flora y fauna, cuyo campo de acción/observación es el mundo natural.


El estado etológico permanente es una cosmovisión resultante de una actitud filosófica de la vida, asumida ésta como una compleja red de relaciones en donde todo está vinculado con todo y hay una interdependencia que determina las singularidades.


El estado etológico permanente traslada los saberes y conocimientos de la etología a los terrenos de la educación, la cultura, el arte, la convivencia humana.


Todo lo anterior ha estado presente desde la antigüedad, si no ¿cómo podríamos explicar la inseparable presencia de los animales en el simbolismo, la mitología y las leyendas ancestrales?

Imposible pensar en el andamiaje antropológico y sociológico de las diferentes culturas sin la presencia en sus raíces de felinos, aves, reptiles, peces, insectos y su amalgama con los primeros pueblos, así como su influencia posterior como grandes referentes de las creencias.

Bien lo señala Ariana Magaña en el prólogo que escribió para Etología y Caractitud (Salvador Calva Morales. UMA. 2022):


Tal parece que todos, absolutamente todos los misterios que el hombre ha querido desentrañar, le conducen de una u otra forma al reino animal. No es para menos, ellos habitaron la tierra antes que nosotros.


¿Se imagina la mercadotecnia ausente del simbolismo, fuerza, nobleza y ternura de los animales?

¿Qué sería de las artes si mantuvieran al margen de las creaciones a los animales?


Todo esto es tan evidente que lo sorprendente es que no estemos conscientes de ello.

Las investigaciones siguen, los aportes también, por ello no podemos mantenernos al margen de estos análisis que dotan de elementos para aspirar a ser más humanos y convivir pacíficamente entre nosotros y con el entorno.


Relacionado con lo que aquí he tratado no me privo de externar mi alegría de coordinar la labor editorial en la serie Etología y Caractitud, dentro de la Colección Biblioteca Salvador Calva Morales, porque me ha dado la oportunidad de convivir muy de cerca con el creador de dicha gesta literaria, de quien ya me ocuparé en otro artículo, porque es un ser vigorizado por dos estados permanentes, el poético y el etológico.


Ya lo trataré más adelante.

El estado etológico permanente

Es tener en todo momento presente el comportamiento de los animales
Abel Pérez Rojas
lunes, 26 de diciembre de 2022, 10:00 h (CET)

Tener en todo momento presente el comportamiento de los animales fuera de laboratorio, en su medio natural o en su hábitat; observarlo, registrarlo, comunicarlo, trasladarlo a otras situaciones, compararlo con su misma especie o con otras, deducir aprendizajes y saberes, extraer conclusiones, teorizar, vincularlo con el arte, la cultura, los seres humanos, es lo que llamaré a lo largo de este artículo como estado etológico permanente.


La etología (del griegoethos (ηθος), costumbre, conducta o manera de hacer las cosas; y logos (λóγος), ciencia o conocimiento) es la ciencia encargada del estudio del comportamiento animal, aunque es preciso mencionar que también abarca el comportamiento humano.


Para diferenciar a la etología dedicada al estudio de los animales con la orientada a la investigación del comportamiento humano algunos especialistas le llaman a la segunda como «etología humana», en tanto que también son animales, racionales, pero al fin de cuentas animales.


Precisado lo anterior, me referiré como etología en el presente artículo a la dedicada al estudio de los animales y reflexionaré como es que quien observa va extrayendo conclusiones por las que puede establecer puentes entre ésta y el comportamiento humano.


Ahora, para desarrollar mis contribuciones en torno al estado etológico permanente, acudo a lo que en su momento fueron mis aportaciones relativas al estado poético permanente, a fin de deducir una serie de puntos en común que permitan avanzar en el desarrollo lógico de lo aquí intento tratar.

En mi artículo ¿Qué es el estado poético permanente? ( https://bit.ly/3VmslA7), a partir de una serie de análisis y reflexiones me referí a éste como:


Mirar en todo momento desde la poesía la compleja realidad, arribar a la conclusión de que no hay tema o circunstancia alguna que no pueda ser abordada desde ella…


Sostengo que el estado poético permanente se refiere a una actitud filosófica y estética frente a la realidad a contraluz con la temporalidad, con bases en las neurociencias, como bien lo ha desarrollado en múltiples artículos Enrique Canchola Martínez, experto en cuestiones neuronales.

Eso mismo sucede con el estado etológico permanente.


La persona que se encuentra en un estado etológico permanente encarna una actitud filosófica y científica por la cual su “mundo” gira en torno al “mundo de los animales”, dentro del cual un espacio muy importante es el comportamiento de éstos.


A primera instancia vienen a mi mente inmediatamente todas aquellas escenas que he visto del trabajo realizado por Sir David Frederick Attenborough y Jane Goodall.


No puedo evadir las imágenes mentales que me produce el trabajo de Konrad Zacharias Lorenz, zoólogo, etólogo y ornitólogo austriaco ganador del Premio Nobel de Medicina en 1973 y considerado uno de los fundadores de la etología moderna.


Yo mismo me observo, trato de hacerme consciente de cómo me marcó la conformación de un protocolo de investigación y propuesta (2001 al 2002. CIPAE), a través del cual las personas adquieren saberes, desarrollan conductas y se apropian de valores a partir de la convivencia con animales o, cuando menos, de la observación de contenidos etológicos multimedia.


Al escribir estas líneas caigo en cuenta de mi infancia, de mi participación en el pastoreo de chivos y cuidado de cerdos que mi madre criaba como parte de la economía familiar.


Aún recuerdo las charlas con mi madre sobre los rasgos de una chiva embarazada, de una cría con indigestión o los riesgos de un macho presto a mostrar su liderazgo.


Veo como eso me marcó en mi formación, pero había pasado desapercibido hasta que he tenido que volver una y otra vez en mis análisis etológicos desde una visión de educación permanente. En esos recuerdos entrelazados con marcos teóricos, encuentro la cimentación de lo que ahora abordo.


El estado etológico permanente es posible gracias a una actitud de educación permanente, que coloca las bases para una visión holística y sistémica de cuanto nos rodea.


Sí, una actitud filosófica en la cual todo está vinculado con todo, que tiene también como trasfondo –siguiendo el modelo de las inteligencias múltiples de Howard Gardner (Scraton, Penilvania, Estados Unidos. 1943)– la inteligencia naturalista relacionada con las inteligencias inter e intrapersonal.

Veamos, de acuerdo a Gardner la inteligencia naturalista está presente en ambientólogos, biólogos, zoólogos, botánicos, palentólogos, agrónomos, forestales, veterinarios y todas aquellas personas vinculadas al estudio o compenetradas con la vida animal o de la naturaleza, de tal manera que establecen relaciones y estudios entre grupos o especies de la flora y fauna, cuyo campo de acción/observación es el mundo natural.


El estado etológico permanente es una cosmovisión resultante de una actitud filosófica de la vida, asumida ésta como una compleja red de relaciones en donde todo está vinculado con todo y hay una interdependencia que determina las singularidades.


El estado etológico permanente traslada los saberes y conocimientos de la etología a los terrenos de la educación, la cultura, el arte, la convivencia humana.


Todo lo anterior ha estado presente desde la antigüedad, si no ¿cómo podríamos explicar la inseparable presencia de los animales en el simbolismo, la mitología y las leyendas ancestrales?

Imposible pensar en el andamiaje antropológico y sociológico de las diferentes culturas sin la presencia en sus raíces de felinos, aves, reptiles, peces, insectos y su amalgama con los primeros pueblos, así como su influencia posterior como grandes referentes de las creencias.

Bien lo señala Ariana Magaña en el prólogo que escribió para Etología y Caractitud (Salvador Calva Morales. UMA. 2022):


Tal parece que todos, absolutamente todos los misterios que el hombre ha querido desentrañar, le conducen de una u otra forma al reino animal. No es para menos, ellos habitaron la tierra antes que nosotros.


¿Se imagina la mercadotecnia ausente del simbolismo, fuerza, nobleza y ternura de los animales?

¿Qué sería de las artes si mantuvieran al margen de las creaciones a los animales?


Todo esto es tan evidente que lo sorprendente es que no estemos conscientes de ello.

Las investigaciones siguen, los aportes también, por ello no podemos mantenernos al margen de estos análisis que dotan de elementos para aspirar a ser más humanos y convivir pacíficamente entre nosotros y con el entorno.


Relacionado con lo que aquí he tratado no me privo de externar mi alegría de coordinar la labor editorial en la serie Etología y Caractitud, dentro de la Colección Biblioteca Salvador Calva Morales, porque me ha dado la oportunidad de convivir muy de cerca con el creador de dicha gesta literaria, de quien ya me ocuparé en otro artículo, porque es un ser vigorizado por dos estados permanentes, el poético y el etológico.


Ya lo trataré más adelante.

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