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Jesús de Nazaret fue apresado y ejecutado por motivos políticos según la sentencia del procurador romano que le juzgó

La levedad de los comienzos

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Son muchos los libros que narran la caída del imperio romano. El suceso se puede resumir en pocas líneas. Corría el año 476. Desde hacía un siglo, el que fuera el imperio más importante del mundo antiguo se había dividido en dos partes, la oriental y la occidental. La oriental seguía su curso. La occidental había sido ocupada desde comienzos del siglo V por diversos pueblos germánicos que, de una manera u otra, se habían yendo instalando en el territorio hasta crear unos embriones de estados más o menos estables. El Imperio Romano de Occidente se había ido replegando poco a poco hasta ocupar solo lo que prácticamente es hoy el territorio de Italia. Su debilidad era extrema y los ostrogodos lo amenazaban seriamente. El fin llegó cuando Odoacro, rey ostrogodo, depuso a Rómulo Augustulo, llamado así porque, aunque emperador romano, era en realidad un niño. Tras la deposición, Odoacro envió al emperador de Oriente las insignias imperiales del emperador de occidente depuesto.

Aquello pasó totalmente desapercibido, pero supuso ni más ni menos, que el fin de aquel imperio que diera comienzo quinientos años antes con Augusto. Qué ironía: El Imperio Romano empezó con Augusto y terminó con Augustito, sin pena ni gloria, sin que nadie lo percibiera, un día cualquiera, da igual la fecha. Sin honores, sin discursos, de puntillas. En el marco de una extrema levedad, la Edad Media había comenzado.

Menos duró otro imperio con una aparente pujanza mucho mayor. Me refiero a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, fundada en diciembre de 1922 y extinguida el 26 de diciembre de 1991, un día después de que Gorvachov dimitiera como presidente de la URSS, declarara extinto el cargo y transfiriera a Boris Yeltsin todos los poderes. De esto sí me acuerdo yo, que lo vi por la televisión y recuerdo perfectamente a Gorvachov cerrando la carpeta tras firmar, esto es, dando carpetazo a la URSS de una manera tan sencilla y rutinaria que parecía la firma de un contrato de arrendamiento de vivienda.

Tampoco en este caso nadie percibió lo que acababa de ocurrir y su trascendencia. De hecho, hoy casi nadie sabe qué era la URSS, ni en qué fecha se creó, y mucho menos en qué fecha se disolvió y cómo. De Gorvachov nos acordamos los que vamos teniendo años, pero de Boris Yeltsin ya nos cuesta más. Sin embargo la historia situará a la URSS en el lugar de importancia que ha tenido en el contexto mundial.

Vayámonos ahora a un pequeño pueblo junto al Mediterráneo, que algo pintó en torno al año 1000 de la era anterior, pero que en la confluencia de las dos eras no tenía relevancia, es más, era un pueblo bajo dominación romana.

Un artesano sin importancia se va haciendo rodear poco a poco de un grupo relativamente numeroso de seguidores, aunque si lo miramos con más realismo, tampoco eran tantos; la vez que más, unos 5000 hombres, sin contar las mujeres y niños; aunque con cantidades parecidas de seguidores, unos años antes, un tal Judas Galileo había montado una rebelión de cierta importancia al ocupador romano, que la reprimió con dureza crucificando a los varios miles de seguidores de este. Por supuesto, al cabecilla también; faltaría más.

Después de aproximadamente tres años de exponer públicamente sus ideas, ese artesano, Jesús de Nazaret, fue apresado y ejecutado por motivos políticos según la sentencia del procurador romano que le juzgó, aunque el motivo real de los dirigentes judíos que le entregaron a la autoridad romana era un motivo netamente religioso consistente en la blasfemia de haberse identificado con Dios y declararse hijo suyo, el mayor delito que un judío podía cometer, absolutamente imperdonable.

En el patíbulo donde murió Jesús, apenas había nadie. Fue un crucificado más de los miles que la barbarie de aquellos tiempos producía. Casi solo, abandonado de los suyos, que habían huido, despojado hasta de sus ropas. Si los pocos que le querían todavía no se hubieran hecho cargo de su cuerpo muerto, este habría terminado siendo pasto de aves carroñeras y a continuación echado en una fosa común.

Sin embargo, en esos momentos, mientras Cristo estaba en la Cruz, en esos momentos, se estaba constituyendo el Reino de Dios, nada más y nada menos. Esos momentos que apenas tuvieron testigos presenciales son hoy día los momentos más meditados de la humanidad porque en esos momentos se consumó la salvación del género humano. Miles de millones de seres humanos viven—vivimos—hoy día pendientes de esos momentos y tenemos en ellos la razón de nuestro existir porque en esos momentos fuimos redimidos del pecado y de la muerte para poder tener una esperanza fiable de ser felices con Dios para siempre.

La levedad de los comienzos

Jesús de Nazaret fue apresado y ejecutado por motivos políticos según la sentencia del procurador romano que le juzgó
Antonio Moya Somolinos
sábado, 27 de febrero de 2016, 02:26 h (CET)
Son muchos los libros que narran la caída del imperio romano. El suceso se puede resumir en pocas líneas. Corría el año 476. Desde hacía un siglo, el que fuera el imperio más importante del mundo antiguo se había dividido en dos partes, la oriental y la occidental. La oriental seguía su curso. La occidental había sido ocupada desde comienzos del siglo V por diversos pueblos germánicos que, de una manera u otra, se habían yendo instalando en el territorio hasta crear unos embriones de estados más o menos estables. El Imperio Romano de Occidente se había ido replegando poco a poco hasta ocupar solo lo que prácticamente es hoy el territorio de Italia. Su debilidad era extrema y los ostrogodos lo amenazaban seriamente. El fin llegó cuando Odoacro, rey ostrogodo, depuso a Rómulo Augustulo, llamado así porque, aunque emperador romano, era en realidad un niño. Tras la deposición, Odoacro envió al emperador de Oriente las insignias imperiales del emperador de occidente depuesto.

Aquello pasó totalmente desapercibido, pero supuso ni más ni menos, que el fin de aquel imperio que diera comienzo quinientos años antes con Augusto. Qué ironía: El Imperio Romano empezó con Augusto y terminó con Augustito, sin pena ni gloria, sin que nadie lo percibiera, un día cualquiera, da igual la fecha. Sin honores, sin discursos, de puntillas. En el marco de una extrema levedad, la Edad Media había comenzado.

Menos duró otro imperio con una aparente pujanza mucho mayor. Me refiero a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, fundada en diciembre de 1922 y extinguida el 26 de diciembre de 1991, un día después de que Gorvachov dimitiera como presidente de la URSS, declarara extinto el cargo y transfiriera a Boris Yeltsin todos los poderes. De esto sí me acuerdo yo, que lo vi por la televisión y recuerdo perfectamente a Gorvachov cerrando la carpeta tras firmar, esto es, dando carpetazo a la URSS de una manera tan sencilla y rutinaria que parecía la firma de un contrato de arrendamiento de vivienda.

Tampoco en este caso nadie percibió lo que acababa de ocurrir y su trascendencia. De hecho, hoy casi nadie sabe qué era la URSS, ni en qué fecha se creó, y mucho menos en qué fecha se disolvió y cómo. De Gorvachov nos acordamos los que vamos teniendo años, pero de Boris Yeltsin ya nos cuesta más. Sin embargo la historia situará a la URSS en el lugar de importancia que ha tenido en el contexto mundial.

Vayámonos ahora a un pequeño pueblo junto al Mediterráneo, que algo pintó en torno al año 1000 de la era anterior, pero que en la confluencia de las dos eras no tenía relevancia, es más, era un pueblo bajo dominación romana.

Un artesano sin importancia se va haciendo rodear poco a poco de un grupo relativamente numeroso de seguidores, aunque si lo miramos con más realismo, tampoco eran tantos; la vez que más, unos 5000 hombres, sin contar las mujeres y niños; aunque con cantidades parecidas de seguidores, unos años antes, un tal Judas Galileo había montado una rebelión de cierta importancia al ocupador romano, que la reprimió con dureza crucificando a los varios miles de seguidores de este. Por supuesto, al cabecilla también; faltaría más.

Después de aproximadamente tres años de exponer públicamente sus ideas, ese artesano, Jesús de Nazaret, fue apresado y ejecutado por motivos políticos según la sentencia del procurador romano que le juzgó, aunque el motivo real de los dirigentes judíos que le entregaron a la autoridad romana era un motivo netamente religioso consistente en la blasfemia de haberse identificado con Dios y declararse hijo suyo, el mayor delito que un judío podía cometer, absolutamente imperdonable.

En el patíbulo donde murió Jesús, apenas había nadie. Fue un crucificado más de los miles que la barbarie de aquellos tiempos producía. Casi solo, abandonado de los suyos, que habían huido, despojado hasta de sus ropas. Si los pocos que le querían todavía no se hubieran hecho cargo de su cuerpo muerto, este habría terminado siendo pasto de aves carroñeras y a continuación echado en una fosa común.

Sin embargo, en esos momentos, mientras Cristo estaba en la Cruz, en esos momentos, se estaba constituyendo el Reino de Dios, nada más y nada menos. Esos momentos que apenas tuvieron testigos presenciales son hoy día los momentos más meditados de la humanidad porque en esos momentos se consumó la salvación del género humano. Miles de millones de seres humanos viven—vivimos—hoy día pendientes de esos momentos y tenemos en ellos la razón de nuestro existir porque en esos momentos fuimos redimidos del pecado y de la muerte para poder tener una esperanza fiable de ser felices con Dios para siempre.

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