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Opinión
Etiquetas | El segmento de plata | Peligros | mayores | Caída | Consecuencias | Edad
Decía mi abuela, con mucho desparpajo, que los mayores corríamos el peligro de pasarlas canutas por una de las tres Ces: Casarse, Ciscarse, o Caerse

Los tres peligros de los mayores

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Después de casi cincuenta y dos años de casado ya creo haber superado sin peligro la primera C y no creo que jamás caeré en la reincidencia. Por lo concerniente a la segunda, a la evacuación del tracto intestinal, creo que, de momento, funciona bastante bien y sin alteraciones notables. Con referencia a la tercera C no puedo decir lo mismo. Son tan notables y tan importantes en mi vida las caídas que hace más de veinte años escribí una narración bajo el título de “las caídas”. A lo largo de mi vida, los “guarrazos” (expresión muy malagueña), han sido tremendamente trascendentes en el devenir de la misma. Con buenas y malas consecuencias.

 

Y es que tengo la tendencia a “caerme en lo barrido”. Los “aterrizajes” de mis sobrados cien kilos producen daños muy apreciables en mi cansado cuerpo. Jamás he sufrido fracturas -creo que soy de huesos duros-; pero de roturas de ligamentos, artrosis, hernias de disco, problemas de columna, ciáticas, etc., puedo presentar un amplio muestrario.

 

La última vez ha sido el pasado jueves. Procedía a mi caminata habitual por la amplia avenida que divide la Universidad de Málaga a un paso rápido. Un ligero resalte en el pavimento me hizo perder el equilibrio y “hocicar” (creo que es el término que retrata mejor el hecho) contra el duro suelo. La rápida extensión de los brazos me permitió salvar la cara. Manos y rodillas sufrieron la consecuencia del “jardazo”.

  

Miré a mí alrededor mientras me levantaba. No se encontraba cerca ningún transeúnte. Tan solo los conductores de un montón de  vehículos, que estaban en medio de un semi atasco matinal, me echaron un vistazo indolente. Supongo que alguno incluso se sonrió.

Me enderecé de la forma más digna que pude y continué mi camino como si no hubiera pasado nada. Cuando conseguí encontrar un banco, me senté en el mismo para valorar el daño recibido. No había roturas ni dolores excesivos. Unos desollones sangrantes en la palma de las manos y las rodillas. El daño se solventó con agua, jabón y Cristalmina. Y el consiguiente palizón general en mi osamenta.  


Creo que los pertenecientes al “segmento de plata” tenemos tiempo, capacidad y necesidad de analizar las diversas circunstancias que nos ocurren cada día. En este caso pensé varias cosas: en primer lugar, recordé que pierdo el equilibrio con facilidad y que soy un tipo bastante mayor, como consecuencia, tengo que moverme con más cuidado. En segundo lugar observé la soledad del individuo entre la multitud de la urbe; la indiferencia del que va deprisa por la vida sin pensar en atender al prójimo. La tercera es que no podemos andar por la urbe sin documentos encima. No es que sea necesario llevar un cartelito colgado del pecho. Basta con llevar un carnet y un número de teléfono al que avisar.

 

¿Por qué les largo esta perorata? Porque la mayoría de mis lectores pertenecen al gremio de “puretas” o similares. Casi todos efectuamos caminatas en soledad muchos días. Hemos de reconocer que no tenemos la agilidad de otros tiempos. Creo que estoy realizando un servicio público y una información pertinente.

 

Si no es así, he aprovechado de esta columna para desahogarme ante la impotencia de no poder controlar suficientemente mis ciento ochenta y cinco centímetros de estatura;  y para confirmar la certeza de que el enemigo “caída” nos acecha peligrosamente a los mayores. El paso de los años tiene esas consecuencias.

Los tres peligros de los mayores

Decía mi abuela, con mucho desparpajo, que los mayores corríamos el peligro de pasarlas canutas por una de las tres Ces: Casarse, Ciscarse, o Caerse
Manuel Montes Cleries
jueves, 6 de octubre de 2022, 11:29 h (CET)

Después de casi cincuenta y dos años de casado ya creo haber superado sin peligro la primera C y no creo que jamás caeré en la reincidencia. Por lo concerniente a la segunda, a la evacuación del tracto intestinal, creo que, de momento, funciona bastante bien y sin alteraciones notables. Con referencia a la tercera C no puedo decir lo mismo. Son tan notables y tan importantes en mi vida las caídas que hace más de veinte años escribí una narración bajo el título de “las caídas”. A lo largo de mi vida, los “guarrazos” (expresión muy malagueña), han sido tremendamente trascendentes en el devenir de la misma. Con buenas y malas consecuencias.

 

Y es que tengo la tendencia a “caerme en lo barrido”. Los “aterrizajes” de mis sobrados cien kilos producen daños muy apreciables en mi cansado cuerpo. Jamás he sufrido fracturas -creo que soy de huesos duros-; pero de roturas de ligamentos, artrosis, hernias de disco, problemas de columna, ciáticas, etc., puedo presentar un amplio muestrario.

 

La última vez ha sido el pasado jueves. Procedía a mi caminata habitual por la amplia avenida que divide la Universidad de Málaga a un paso rápido. Un ligero resalte en el pavimento me hizo perder el equilibrio y “hocicar” (creo que es el término que retrata mejor el hecho) contra el duro suelo. La rápida extensión de los brazos me permitió salvar la cara. Manos y rodillas sufrieron la consecuencia del “jardazo”.

  

Miré a mí alrededor mientras me levantaba. No se encontraba cerca ningún transeúnte. Tan solo los conductores de un montón de  vehículos, que estaban en medio de un semi atasco matinal, me echaron un vistazo indolente. Supongo que alguno incluso se sonrió.

Me enderecé de la forma más digna que pude y continué mi camino como si no hubiera pasado nada. Cuando conseguí encontrar un banco, me senté en el mismo para valorar el daño recibido. No había roturas ni dolores excesivos. Unos desollones sangrantes en la palma de las manos y las rodillas. El daño se solventó con agua, jabón y Cristalmina. Y el consiguiente palizón general en mi osamenta.  


Creo que los pertenecientes al “segmento de plata” tenemos tiempo, capacidad y necesidad de analizar las diversas circunstancias que nos ocurren cada día. En este caso pensé varias cosas: en primer lugar, recordé que pierdo el equilibrio con facilidad y que soy un tipo bastante mayor, como consecuencia, tengo que moverme con más cuidado. En segundo lugar observé la soledad del individuo entre la multitud de la urbe; la indiferencia del que va deprisa por la vida sin pensar en atender al prójimo. La tercera es que no podemos andar por la urbe sin documentos encima. No es que sea necesario llevar un cartelito colgado del pecho. Basta con llevar un carnet y un número de teléfono al que avisar.

 

¿Por qué les largo esta perorata? Porque la mayoría de mis lectores pertenecen al gremio de “puretas” o similares. Casi todos efectuamos caminatas en soledad muchos días. Hemos de reconocer que no tenemos la agilidad de otros tiempos. Creo que estoy realizando un servicio público y una información pertinente.

 

Si no es así, he aprovechado de esta columna para desahogarme ante la impotencia de no poder controlar suficientemente mis ciento ochenta y cinco centímetros de estatura;  y para confirmar la certeza de que el enemigo “caída” nos acecha peligrosamente a los mayores. El paso de los años tiene esas consecuencias.

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