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En 1936, en la Buenos Aires de los treinta, el presidente Franklin Delano Roosevelt desembarcó de un acorazado y no precisamente para hacer turismo

Morir por el Chaco en Buenos Aires

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Acababa de finalizar la última guerra de Sudamérica, la guerra por el Chaco Boreal entre Paraguay y Bolivia, que había sido ignorada en la mayor parte de su desarrollo por la prensa mundial. Nadie pensaba que el entonces presidente de Estados Unidos, un icono de aquel tiempo con su Nuevo Trato, su discapacidad para moverse y hoy recordado como uno de los artífices de la victoria sobre la Alemania Nazi y el Japón Imperial en la Segunda Guerra Mundial, podría tener algún interés en una guerra entre las dos más miserables republiquetas de América. 


Una guerra de soldados descalzos y desnudos, habían etiquetado célebres escritores y periodistas de la época a esta matanza entre las cenicientas de América.  El Senador norteamericano Huey Long denuncio en Washington que era una guerra por recursos del subsuelo, en la cual Rockefeller y los amos de las finanzas de Wall Street habían alquilado en Sudamérica sus asesinos. Ya no estaría para interferir en las negociaciones que se iniciaron en Buenos Aires en 1936, pues asesinos hasta el día de hoy desconocidos, lo sacaron de en medio en septiembre de 1935. 


Roosevelt llegaría a la Buenos Aires de una Argentina por aquel entonces con delirios de potencia mundial, que se suponía con el peso específico en la región, y capaz de enfrentar la arremetida del imperio norteamericano en el Sub Continente.  El viaje en el acorazado Indianápolis, luego hundido por los japoneses en la guerra del Pacifico, demuestra que existía un enigmático interés estadounidense en resolver la disputa entre dos países expoliados, miserables y mediterráneos de Sudamérica. El viaje tendría un alto costo para el presidente norteamericano. 


En este viaje de FDR, que no era precisamente para recorrer Caminito o bailar tango, su hombre de mayor confianza, August Adolph "Gus" Gennerich, quien lo sostenía del brazo en apariciones públicas y empujaba su silla de ruedas, falleció de un supuesto ataque cardiaco. De apenas 49 años y en buena forma, Gennerich había sido tentado por sus colegas de la Policía Federal Argentina para conocer mujeres y locales bailables de la lujuriosa Buenos Aires. Había completado la asignación de protección de su día, que incluía proteger al presidente Franklin D. Roosevelt quien la  había pasado interactuando en lugares públicos con ciudadanos argentinos, dice la página oficial del servicio secreto norteamericano que lo considera un héroe. Estaba cenando con los agentes de inteligencia y seguridad argentinos  cuando colapsó y murió.


Luego de despedirse de Buenos Aires, tras haber perdido al hombre de mayor confianza de su servicio secreto,  el 16 de diciembre de 1936, FDR suspendería por un día sus actividades para dedicarlas a los funerales de Gennerich en la misma Casa Blanca. Al abandonar el ilustre visitante Buenos Aires, sería detenido su edecán e intérprete argentino, Guillermo MacHannaford, por una supuesta denuncia de la embajada paraguaya. Los argentinos atribuyen la protesta al coronel Torreani Vieira, agregado militar de la embajada de Paraguay. Era un secreto a voces que la Argentina había dado ayuda extraoficial a Paraguay porque rechazaba las pretensiones de Bolivia, y pretendía que un oleoducto discurra por su territorio. 


Pero no era Torreani Vieira el único responsable de la denuncia, pues fue Horacio Pita Oliver quien  mencionó al mayor Mac Hannaford, que era ayudante del jefe del Estado Mayor, el General Nicolás Accamé. Era toda una sorpresa: Mac Hannaford había sido, hasta dos días antes, uno de los edecanes argentinos del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, que había presidido en Buenos Aires la Conferencia Interamericana de la Paz. El caso Mac Hannaford comenzó el 3 de diciembre de 1936, en el despacho del ministro de Guerra, general Basilio Pertiné, abuelo de la esposa del ex presidente Fernando De la Rúa. El juicio a Mac Hannaford, por casualidad muy casual, se inicio con la apertura de las negociaciones de límites entre Paraguay y Bolivia, y concluyó por las mismas fechas que dichas negociones finalizaban,  a fines de julio de 1938. Sabía demasiado, evidentemente, de como se habían malversado dinero del pueblo argentino en una guerra solo para que un oleoducto pase por su territorio. 


Mac Hannaford se negó a la alternativa ofrecida de suicidarse, y fue condenado a cadena perpetua en lo que algunos consideran como el caso Dreyfus argentino. Lo indultarían luego de dos décadas, abatido y tuberculoso, para morir poco después. Ya por entonces habían triunfado los intereses norteamericanos sobre los argentinos en una negociación presidida por Spruille Braden, y concluida en 1938.  Braden reaparecía en la historia argentina en la década siguiente, en episodio bien conocido. 


Pero Franklin D. Roosevelt ya había perdido a su hombre de mayor confianza, su edecán Argentino había arruinado su carrera militar y su propia vida, y el Paraguay había entregado el territorio del Chaco mucho más acá del Parapiti.

Morir por el Chaco en Buenos Aires

En 1936, en la Buenos Aires de los treinta, el presidente Franklin Delano Roosevelt desembarcó de un acorazado y no precisamente para hacer turismo
Luis Agüero Wagner
lunes, 5 de julio de 2021, 09:13 h (CET)

Acababa de finalizar la última guerra de Sudamérica, la guerra por el Chaco Boreal entre Paraguay y Bolivia, que había sido ignorada en la mayor parte de su desarrollo por la prensa mundial. Nadie pensaba que el entonces presidente de Estados Unidos, un icono de aquel tiempo con su Nuevo Trato, su discapacidad para moverse y hoy recordado como uno de los artífices de la victoria sobre la Alemania Nazi y el Japón Imperial en la Segunda Guerra Mundial, podría tener algún interés en una guerra entre las dos más miserables republiquetas de América. 


Una guerra de soldados descalzos y desnudos, habían etiquetado célebres escritores y periodistas de la época a esta matanza entre las cenicientas de América.  El Senador norteamericano Huey Long denuncio en Washington que era una guerra por recursos del subsuelo, en la cual Rockefeller y los amos de las finanzas de Wall Street habían alquilado en Sudamérica sus asesinos. Ya no estaría para interferir en las negociaciones que se iniciaron en Buenos Aires en 1936, pues asesinos hasta el día de hoy desconocidos, lo sacaron de en medio en septiembre de 1935. 


Roosevelt llegaría a la Buenos Aires de una Argentina por aquel entonces con delirios de potencia mundial, que se suponía con el peso específico en la región, y capaz de enfrentar la arremetida del imperio norteamericano en el Sub Continente.  El viaje en el acorazado Indianápolis, luego hundido por los japoneses en la guerra del Pacifico, demuestra que existía un enigmático interés estadounidense en resolver la disputa entre dos países expoliados, miserables y mediterráneos de Sudamérica. El viaje tendría un alto costo para el presidente norteamericano. 


En este viaje de FDR, que no era precisamente para recorrer Caminito o bailar tango, su hombre de mayor confianza, August Adolph "Gus" Gennerich, quien lo sostenía del brazo en apariciones públicas y empujaba su silla de ruedas, falleció de un supuesto ataque cardiaco. De apenas 49 años y en buena forma, Gennerich había sido tentado por sus colegas de la Policía Federal Argentina para conocer mujeres y locales bailables de la lujuriosa Buenos Aires. Había completado la asignación de protección de su día, que incluía proteger al presidente Franklin D. Roosevelt quien la  había pasado interactuando en lugares públicos con ciudadanos argentinos, dice la página oficial del servicio secreto norteamericano que lo considera un héroe. Estaba cenando con los agentes de inteligencia y seguridad argentinos  cuando colapsó y murió.


Luego de despedirse de Buenos Aires, tras haber perdido al hombre de mayor confianza de su servicio secreto,  el 16 de diciembre de 1936, FDR suspendería por un día sus actividades para dedicarlas a los funerales de Gennerich en la misma Casa Blanca. Al abandonar el ilustre visitante Buenos Aires, sería detenido su edecán e intérprete argentino, Guillermo MacHannaford, por una supuesta denuncia de la embajada paraguaya. Los argentinos atribuyen la protesta al coronel Torreani Vieira, agregado militar de la embajada de Paraguay. Era un secreto a voces que la Argentina había dado ayuda extraoficial a Paraguay porque rechazaba las pretensiones de Bolivia, y pretendía que un oleoducto discurra por su territorio. 


Pero no era Torreani Vieira el único responsable de la denuncia, pues fue Horacio Pita Oliver quien  mencionó al mayor Mac Hannaford, que era ayudante del jefe del Estado Mayor, el General Nicolás Accamé. Era toda una sorpresa: Mac Hannaford había sido, hasta dos días antes, uno de los edecanes argentinos del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, que había presidido en Buenos Aires la Conferencia Interamericana de la Paz. El caso Mac Hannaford comenzó el 3 de diciembre de 1936, en el despacho del ministro de Guerra, general Basilio Pertiné, abuelo de la esposa del ex presidente Fernando De la Rúa. El juicio a Mac Hannaford, por casualidad muy casual, se inicio con la apertura de las negociaciones de límites entre Paraguay y Bolivia, y concluyó por las mismas fechas que dichas negociones finalizaban,  a fines de julio de 1938. Sabía demasiado, evidentemente, de como se habían malversado dinero del pueblo argentino en una guerra solo para que un oleoducto pase por su territorio. 


Mac Hannaford se negó a la alternativa ofrecida de suicidarse, y fue condenado a cadena perpetua en lo que algunos consideran como el caso Dreyfus argentino. Lo indultarían luego de dos décadas, abatido y tuberculoso, para morir poco después. Ya por entonces habían triunfado los intereses norteamericanos sobre los argentinos en una negociación presidida por Spruille Braden, y concluida en 1938.  Braden reaparecía en la historia argentina en la década siguiente, en episodio bien conocido. 


Pero Franklin D. Roosevelt ya había perdido a su hombre de mayor confianza, su edecán Argentino había arruinado su carrera militar y su propia vida, y el Paraguay había entregado el territorio del Chaco mucho más acá del Parapiti.

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