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Opinión
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¿Estarían los españoles dispuestos a participar en una guerra formando parte de la OTAN?

La nada absoluta como meta

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Es evidente que cada día la gente piensa más en lo cotidiano que en lo que le deparará el futuro. Lo estamos viendo este verano en el que, pese a los anuncios, repetidos e insistentes, de que se nos acerca un otoño caliente, en el que es posible que nos veamos obligados a apretarnos los cinturones, sin embargo, la explosión de personas que han decidido irse de vacaciones, viajar, hospedarse en hoteles costosos y frecuentar lugares en los que el hecho de tomarse un refresco ya supone un gasto elevado; parece que ha superado las expectativas de los que viven del negocio del turismo.


Los sociólogos tendrán numerosas explicaciones para justificar semejante comportamiento, y es posible que las más sencillas sean, a la vez, las más acertadas como, por ejemplo, el hartazgo de los confinamientos y prohibiciones que los ciudadanos tuvimos que sufrir como consecuencia de la pandemia del Covid19 y la imposibilidad de gastarse el dinero que se tenía reservado para unas vacaciones, que no pudieron llevarse a cabo.


Pero, cada día que pasa se le ven con más nitidez las orejas de este lobo que, al parecer, nos está acechando para este otoño. Puede que sea una intuición, algo que se respira en el ambiente o, simplemente, sumar dos más dos, igual a cuatro. 


Una guerra en la que los desengaños y frustraciones de las partes que, directa o indirectamente participan en ella, como es el caso de la batalla que tiene lugar en Ucrania, puede dar lugar a un enconamiento peligroso en el que, los protagonistas, intenten conseguir una victoria decisiva y, en consecuencia, la escalada en armamento sofisticado y en personal militar tienda a que el conflicto no sólo se enquiste, sino que vaya extendiéndose a medida en que las consecuencias del enfrentamiento y sus secuelas se vayan haciendo más insoportables.


Rusia juega sus bazas de someter a Europa a una escasez de combustibles, que ya se ve que está empezando a llevar a cabo mediante la supresión de suministro de combustibles a determinadas naciones de su entorno, que dependen de ellos para paliar los efectos de un invierno que, en aquellas latitudes, suele ser riguroso. La UE, a su vez, va intensificando las medidas de aislamiento económico que va aumentando a medida que la guerra se prolongue y, los gastos inherentes a su desarrollo van afectando, con mayor intensidad, a cada una de las partes. Ninguna de las naciones implicadas en el conflicto parece tener muy claro el tiempo que vaya a durar y, tampoco, que efectos va a tener en la población civil rusa y europea, si llegase el momento en el que se tuviera que proceder a un ajuste severo del gasto ciudadano para poder seguir la lucha.


Como ya hemos comentado en otras ocasiones, la solución a los diversos conflictos que están teniendo lugar, en estos momentos, en diversas localizaciones de la geografía mundial, le da un toque morboso a la situación, debido a que todos ellos son importantes, tienen secuelas que pueden afectar a distintas naciones y, por añadidura, algunos de ellos amenazan con la posibilidad de que acaben en una verdadera guerra mundial, en la que se juegue la supremacía de alguno de los bloques más poderosos del establishment mundial. 


Nos referimos a la posible entente entre Rusia y China para apoyarse mutuamente en sus respectivos intentos de anexionarse Ucrania y la isla de Taype. La pregunta queda en el aire, pero la disyuntiva no puede ser más preocupante. ¿Estará la poderosa nación americana en condiciones de soportar el ataque conjunto de las dos potencias comunista?, ¿En caso de que se produjera una conflagración de dimensiones mundiales, estarán Europa, con su OTAN, y el resto de países de occidente, dispuestos a formar parte de quienes defendieran la democracia o, llegado el momento, como parece que empieza a suceder en Europa, algunas de ellas darían señales de flojear?


Lo cierto es que los EE.UU de América no parece que estén, en estos momentos de su historia, en lo que respeta a su política interna, bajo el mando del presidente Biden y con la baja estima que le dan las encuestas de aquella nación, en el momento dulce que le permita embarcar en una guerra a la gran nación americana. No decimos que su potencial de guerra no sea extraordinario, sino que las circunstancias interiores y los enfrentamientos a cara de perro entre demócratas y republicanos, no son precisamente lo que más favorezca a la unidad precisa de toda la nación para asumir el riesgo de una guerra de las dimensiones de la que estamos hablando.


Tampoco nos creamos que entre rusos y chinos todo sean flores y cariños. Es obvio que Putín buscará, en sus posible aliado un cliente, para la venta de sus combustibles y para su arsenal militar lo que, por otra parte, puede quedar contrarrestado por el apoyo que le van a exigir los chinos en sus intentos de ir ampliando cada día más la influencia comercial y económica que ya viene poniendo en marcha desde hace años,tanto en Hispano-américa como en el continente africano. Do ut des que, en último caso, como sucede en todas las alianzas basadas en compromisos de mutuo apoyo militar, es muy posible que, en concluyendo las hostilidades, empiecen a surgir los desencuentros entre los socios.


Lo que nos lleva a una situación que no barrunta nada bueno para nuestra nación y, sin duda, para el resto de la CE. Los europeos llevamos años sin que hayamos participado en guerras importantes. Si ha habido escaramuzas, conflictos terroristas, naciones que han intentado luchar para conseguir una independencia, o intentos de separase de una nación como es el caso de Cataluña, en España, Córcega en Francia o la misma isla de Chipre, entre Grecia y Turquía. 


Hemos estado acostumbrado a que cuando ha sido preciso, como en el caso de las dosguerras mundiales, siempre han acabado por ser los americanos quienes nos han sacado las castañas del fuego. Incluso en el caso de Irak, con Hasan Husein, fue el ejército americano con los ingleses quienes solventaron la situación. Es por ello que nos preguntamos ¿estarían los españoles dispuestos a participar en una guerra formando parte de la OTAN? No hablo del ejército que, por supuesto que sí, me refiero a las izquierdas, a la población civil y a quienes siempre se han mostrado en contra del ejército. Lo dudamos. No tenemos un gobierno que nos garantice que se comprometiera a entrar en una conflagración para ayudar el resto de nuestros vecinos europeos.


Y es que, si nos preguntásemos o lo hiciéramos a nuestros conciudadanos, ¿cuál es la meta que esperan para España?, con toda seguridad pocos serían capaces de encontrar una respuesta lógica. Muchos nos dirían que no lo sabían, otros que veían un porvenir oscuro y la mayoría respondería que no sabe o declinaría contestar.


La mayoría de españoles reniega de la dictadura del general Franco. Incluso quienes nos gobiernan, de las izquierdas, han convertido en un delito cualquier intento de reivindicar la figura del general. Pero los que tenemos edad suficiente para recordar aquellos tiempos y no estamos influidos por una propaganda demoledora que se ha venido haciendo por comunistas y socialistas  contra la persona de Franco y, pasmados, contemplamos a lo que nos está conduciendo esta seudo democracia que nos hemos dado; les puedo asegurar que, prescindiendo de lo que fueron los respectivos comportamientos de la República y la Dictadura en relación con la víctimas de ambos bandos, hay momentos en los que muchos recordamos aquellos tiempos con añoranza.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la molesta intuición de que se nos viene encima algo tan grande que no sabemos si, en realidad, en España estaremos a la altura para poderlo superar.

La nada absoluta como meta

¿Estarían los españoles dispuestos a participar en una guerra formando parte de la OTAN?
Miguel Massanet
sábado, 13 de agosto de 2022, 09:31 h (CET)

Es evidente que cada día la gente piensa más en lo cotidiano que en lo que le deparará el futuro. Lo estamos viendo este verano en el que, pese a los anuncios, repetidos e insistentes, de que se nos acerca un otoño caliente, en el que es posible que nos veamos obligados a apretarnos los cinturones, sin embargo, la explosión de personas que han decidido irse de vacaciones, viajar, hospedarse en hoteles costosos y frecuentar lugares en los que el hecho de tomarse un refresco ya supone un gasto elevado; parece que ha superado las expectativas de los que viven del negocio del turismo.


Los sociólogos tendrán numerosas explicaciones para justificar semejante comportamiento, y es posible que las más sencillas sean, a la vez, las más acertadas como, por ejemplo, el hartazgo de los confinamientos y prohibiciones que los ciudadanos tuvimos que sufrir como consecuencia de la pandemia del Covid19 y la imposibilidad de gastarse el dinero que se tenía reservado para unas vacaciones, que no pudieron llevarse a cabo.


Pero, cada día que pasa se le ven con más nitidez las orejas de este lobo que, al parecer, nos está acechando para este otoño. Puede que sea una intuición, algo que se respira en el ambiente o, simplemente, sumar dos más dos, igual a cuatro. 


Una guerra en la que los desengaños y frustraciones de las partes que, directa o indirectamente participan en ella, como es el caso de la batalla que tiene lugar en Ucrania, puede dar lugar a un enconamiento peligroso en el que, los protagonistas, intenten conseguir una victoria decisiva y, en consecuencia, la escalada en armamento sofisticado y en personal militar tienda a que el conflicto no sólo se enquiste, sino que vaya extendiéndose a medida en que las consecuencias del enfrentamiento y sus secuelas se vayan haciendo más insoportables.


Rusia juega sus bazas de someter a Europa a una escasez de combustibles, que ya se ve que está empezando a llevar a cabo mediante la supresión de suministro de combustibles a determinadas naciones de su entorno, que dependen de ellos para paliar los efectos de un invierno que, en aquellas latitudes, suele ser riguroso. La UE, a su vez, va intensificando las medidas de aislamiento económico que va aumentando a medida que la guerra se prolongue y, los gastos inherentes a su desarrollo van afectando, con mayor intensidad, a cada una de las partes. Ninguna de las naciones implicadas en el conflicto parece tener muy claro el tiempo que vaya a durar y, tampoco, que efectos va a tener en la población civil rusa y europea, si llegase el momento en el que se tuviera que proceder a un ajuste severo del gasto ciudadano para poder seguir la lucha.


Como ya hemos comentado en otras ocasiones, la solución a los diversos conflictos que están teniendo lugar, en estos momentos, en diversas localizaciones de la geografía mundial, le da un toque morboso a la situación, debido a que todos ellos son importantes, tienen secuelas que pueden afectar a distintas naciones y, por añadidura, algunos de ellos amenazan con la posibilidad de que acaben en una verdadera guerra mundial, en la que se juegue la supremacía de alguno de los bloques más poderosos del establishment mundial. 


Nos referimos a la posible entente entre Rusia y China para apoyarse mutuamente en sus respectivos intentos de anexionarse Ucrania y la isla de Taype. La pregunta queda en el aire, pero la disyuntiva no puede ser más preocupante. ¿Estará la poderosa nación americana en condiciones de soportar el ataque conjunto de las dos potencias comunista?, ¿En caso de que se produjera una conflagración de dimensiones mundiales, estarán Europa, con su OTAN, y el resto de países de occidente, dispuestos a formar parte de quienes defendieran la democracia o, llegado el momento, como parece que empieza a suceder en Europa, algunas de ellas darían señales de flojear?


Lo cierto es que los EE.UU de América no parece que estén, en estos momentos de su historia, en lo que respeta a su política interna, bajo el mando del presidente Biden y con la baja estima que le dan las encuestas de aquella nación, en el momento dulce que le permita embarcar en una guerra a la gran nación americana. No decimos que su potencial de guerra no sea extraordinario, sino que las circunstancias interiores y los enfrentamientos a cara de perro entre demócratas y republicanos, no son precisamente lo que más favorezca a la unidad precisa de toda la nación para asumir el riesgo de una guerra de las dimensiones de la que estamos hablando.


Tampoco nos creamos que entre rusos y chinos todo sean flores y cariños. Es obvio que Putín buscará, en sus posible aliado un cliente, para la venta de sus combustibles y para su arsenal militar lo que, por otra parte, puede quedar contrarrestado por el apoyo que le van a exigir los chinos en sus intentos de ir ampliando cada día más la influencia comercial y económica que ya viene poniendo en marcha desde hace años,tanto en Hispano-américa como en el continente africano. Do ut des que, en último caso, como sucede en todas las alianzas basadas en compromisos de mutuo apoyo militar, es muy posible que, en concluyendo las hostilidades, empiecen a surgir los desencuentros entre los socios.


Lo que nos lleva a una situación que no barrunta nada bueno para nuestra nación y, sin duda, para el resto de la CE. Los europeos llevamos años sin que hayamos participado en guerras importantes. Si ha habido escaramuzas, conflictos terroristas, naciones que han intentado luchar para conseguir una independencia, o intentos de separase de una nación como es el caso de Cataluña, en España, Córcega en Francia o la misma isla de Chipre, entre Grecia y Turquía. 


Hemos estado acostumbrado a que cuando ha sido preciso, como en el caso de las dosguerras mundiales, siempre han acabado por ser los americanos quienes nos han sacado las castañas del fuego. Incluso en el caso de Irak, con Hasan Husein, fue el ejército americano con los ingleses quienes solventaron la situación. Es por ello que nos preguntamos ¿estarían los españoles dispuestos a participar en una guerra formando parte de la OTAN? No hablo del ejército que, por supuesto que sí, me refiero a las izquierdas, a la población civil y a quienes siempre se han mostrado en contra del ejército. Lo dudamos. No tenemos un gobierno que nos garantice que se comprometiera a entrar en una conflagración para ayudar el resto de nuestros vecinos europeos.


Y es que, si nos preguntásemos o lo hiciéramos a nuestros conciudadanos, ¿cuál es la meta que esperan para España?, con toda seguridad pocos serían capaces de encontrar una respuesta lógica. Muchos nos dirían que no lo sabían, otros que veían un porvenir oscuro y la mayoría respondería que no sabe o declinaría contestar.


La mayoría de españoles reniega de la dictadura del general Franco. Incluso quienes nos gobiernan, de las izquierdas, han convertido en un delito cualquier intento de reivindicar la figura del general. Pero los que tenemos edad suficiente para recordar aquellos tiempos y no estamos influidos por una propaganda demoledora que se ha venido haciendo por comunistas y socialistas  contra la persona de Franco y, pasmados, contemplamos a lo que nos está conduciendo esta seudo democracia que nos hemos dado; les puedo asegurar que, prescindiendo de lo que fueron los respectivos comportamientos de la República y la Dictadura en relación con la víctimas de ambos bandos, hay momentos en los que muchos recordamos aquellos tiempos con añoranza.


O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la molesta intuición de que se nos viene encima algo tan grande que no sabemos si, en realidad, en España estaremos a la altura para poderlo superar.

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