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El cuidarse unos de otros es el mejor camino de paz

Rectitud y clemencia

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Todos necesitamos el aire de la rectitud y de la clemencia para poder subsistir en un mundo que continua despojando a los pobres de sus derechos, que no se esfuerza en trabajar por las exigencias del bien colectivo, ni por activar los quehaceres de servicio, cultivando el raciocinio y ejercitando la ética. 


Ciertamente, causa verdadero pánico la deshumanización y la inhumanidad que nos gobierna, al desatendernos como especie globalizada de la fuerza del auténtico amor, y dejarlo todo en manos de las potencias capitalistas, que suelen actuar en la mayoría de los casos, movidos por sus intereses mundanos. De esta situación, tenemos que despertar, para instaurar estructuras ecuánimes e instituciones vigilantes que nos refuercen hacia otros caminos más imparciales, que sepan administrar mejor los recursos y compartirlos sin discriminación. En este sentido, nos alegra que Europa quiera ser el primer continente climáticamente neutro y para ello trabaja en convertirse en una economía moderna y eficiente en el uso de los recursos. Ya veremos si lo consigue; puesto que sería bueno para todos, ya que aumentaría el bienestar y mejoraría la salud de los actuales ciudadanos y también las generaciones futuras.


En cualquier caso, tenemos que reivindicar el verdadero amor entre sí. Es verdad que nos hemos globalizado, pero por esa ausencia de afecto, hay una fragmentación  social que aviva todo tipo de conflictos. No se trata de colonizarnos unos a otros, sino de querernos y sentirnos familia, preservando la identidad; porque el ser humano, más allá de un coraje cabal, tendrá siempre deseos de amar y de sentirse amado. Sin duda, no hay como ejercitar la estima para divisar los horizontes clareados. En el fondo, es el único sol de justicia, que nos fortalece de las oscuridades. Al fin y al cabo, no lo olvidemos tampoco, lo importante es salir del estado de confusión, con la honestidad y la tolerancia necesaria, pero sin dejarse hundir por el miedo. 


A propósito, quiero recordarme de esas gentes que son víctimas del bochornoso mercado de compra-venta. En demasiadas ocasiones, están  sumamente influenciadas por los traficantes. Tienen un sentido de amor o lealtad hacia ellos, o han sido adoctrinadas para contar cierta historia, que nos desvirtúan la acción y nos dejan sin palabras. Sea como fuere, no debemos debilitarnos. Unidos es cómo podemos luchar contra la trata de personas y toda forma de esclavitud y de explotación. Indudablemente, hemos de solidarizarnos con tanto impulso decaído y doliente. Que no nos falte el valor para hacerlo. Téngase presente, que una economía sin tráfico es una economía humanizada y esto ya es un gran avance.


Compasión y moralidad han de estar presentes en todos los contextos sociales, para poder estar juntos, convivir y trabajar unidos por el planetario hogar, que hoy más que nunca requiere de corazones disponibles para socorrer al prójimo necesitado. El cuidarse unos de otros es el mejor camino de paz. Porque, además, la dura realidad tampoco la podemos omitir, la inflación, los eventos climáticos extremos y la guerra de Ucrania, van a elevar el costo de las importaciones de alimentos este año a un récord de 1,8 billones de dólares. En consecuencia, la comida que recibirán las naciones compradoras será menos, alerta un reciente estudio de la ONU. Desde luego, estos son signos espantosos, porque estaríamos retrocediendo en cuestiones de seguridad alimentaria, tanto en el continente africano, como en Asia o en América latina y el Caribe. Lógicamente, el mundo se nos ha quedado pequeño y todos estamos llamados a remar próximos, porque nadie camina personalmente y todo es de todos. El individualismo y el endiosamiento tenemos que desterrarlo del acontecer diario. Inevitablemente, la consideración de cada cual consigo mismo y con los demás, es la mejor receta para la sanación del bien común y la salvaguardia de la creación.


También las cuestiones sociales y de empleo son las principales preocupaciones de los europeos; no en vano, el Fondo Social Europeo, viene promoviendo la inclusión social  para quienes se han quedado sin trabajo o han sufrido recortes en sus sueldos, proporcionando ayuda básica y alimentaria a las personas más desfavorecidas.  


Naturalmente, el mundo entero tiene que practicar mucho más ese espíritu solidario, cooperante y colaborador, para que domine el respeto de los derechos, especialmente de los más carentes, los desheredados de cualquier Estado social y de los indefensos. De ahí, lo positivo que es practicar la rectitud y la clemencia ante tantas situaciones de poder injusto, que hunde vidas y amortaja existencias. La verdad que no se puede promover el bienestar, sin tomar conciencia de la necesidad de la humanización del mundo, lo que nos exige comportarse de otro modo más humanitario. Nadie estamos a salvo. Nos tememos que lo peor está por llegar. Son tantas las crisis, y tan diversas en este mundo global, que nos faltan abrazos para dar consuelo, lo que ha de convertirse en una entrega permanente de comprensión y compasión. 

Rectitud y clemencia

El cuidarse unos de otros es el mejor camino de paz
Víctor Corcoba
lunes, 13 de junio de 2022, 09:02 h (CET)

Todos necesitamos el aire de la rectitud y de la clemencia para poder subsistir en un mundo que continua despojando a los pobres de sus derechos, que no se esfuerza en trabajar por las exigencias del bien colectivo, ni por activar los quehaceres de servicio, cultivando el raciocinio y ejercitando la ética. 


Ciertamente, causa verdadero pánico la deshumanización y la inhumanidad que nos gobierna, al desatendernos como especie globalizada de la fuerza del auténtico amor, y dejarlo todo en manos de las potencias capitalistas, que suelen actuar en la mayoría de los casos, movidos por sus intereses mundanos. De esta situación, tenemos que despertar, para instaurar estructuras ecuánimes e instituciones vigilantes que nos refuercen hacia otros caminos más imparciales, que sepan administrar mejor los recursos y compartirlos sin discriminación. En este sentido, nos alegra que Europa quiera ser el primer continente climáticamente neutro y para ello trabaja en convertirse en una economía moderna y eficiente en el uso de los recursos. Ya veremos si lo consigue; puesto que sería bueno para todos, ya que aumentaría el bienestar y mejoraría la salud de los actuales ciudadanos y también las generaciones futuras.


En cualquier caso, tenemos que reivindicar el verdadero amor entre sí. Es verdad que nos hemos globalizado, pero por esa ausencia de afecto, hay una fragmentación  social que aviva todo tipo de conflictos. No se trata de colonizarnos unos a otros, sino de querernos y sentirnos familia, preservando la identidad; porque el ser humano, más allá de un coraje cabal, tendrá siempre deseos de amar y de sentirse amado. Sin duda, no hay como ejercitar la estima para divisar los horizontes clareados. En el fondo, es el único sol de justicia, que nos fortalece de las oscuridades. Al fin y al cabo, no lo olvidemos tampoco, lo importante es salir del estado de confusión, con la honestidad y la tolerancia necesaria, pero sin dejarse hundir por el miedo. 


A propósito, quiero recordarme de esas gentes que son víctimas del bochornoso mercado de compra-venta. En demasiadas ocasiones, están  sumamente influenciadas por los traficantes. Tienen un sentido de amor o lealtad hacia ellos, o han sido adoctrinadas para contar cierta historia, que nos desvirtúan la acción y nos dejan sin palabras. Sea como fuere, no debemos debilitarnos. Unidos es cómo podemos luchar contra la trata de personas y toda forma de esclavitud y de explotación. Indudablemente, hemos de solidarizarnos con tanto impulso decaído y doliente. Que no nos falte el valor para hacerlo. Téngase presente, que una economía sin tráfico es una economía humanizada y esto ya es un gran avance.


Compasión y moralidad han de estar presentes en todos los contextos sociales, para poder estar juntos, convivir y trabajar unidos por el planetario hogar, que hoy más que nunca requiere de corazones disponibles para socorrer al prójimo necesitado. El cuidarse unos de otros es el mejor camino de paz. Porque, además, la dura realidad tampoco la podemos omitir, la inflación, los eventos climáticos extremos y la guerra de Ucrania, van a elevar el costo de las importaciones de alimentos este año a un récord de 1,8 billones de dólares. En consecuencia, la comida que recibirán las naciones compradoras será menos, alerta un reciente estudio de la ONU. Desde luego, estos son signos espantosos, porque estaríamos retrocediendo en cuestiones de seguridad alimentaria, tanto en el continente africano, como en Asia o en América latina y el Caribe. Lógicamente, el mundo se nos ha quedado pequeño y todos estamos llamados a remar próximos, porque nadie camina personalmente y todo es de todos. El individualismo y el endiosamiento tenemos que desterrarlo del acontecer diario. Inevitablemente, la consideración de cada cual consigo mismo y con los demás, es la mejor receta para la sanación del bien común y la salvaguardia de la creación.


También las cuestiones sociales y de empleo son las principales preocupaciones de los europeos; no en vano, el Fondo Social Europeo, viene promoviendo la inclusión social  para quienes se han quedado sin trabajo o han sufrido recortes en sus sueldos, proporcionando ayuda básica y alimentaria a las personas más desfavorecidas.  


Naturalmente, el mundo entero tiene que practicar mucho más ese espíritu solidario, cooperante y colaborador, para que domine el respeto de los derechos, especialmente de los más carentes, los desheredados de cualquier Estado social y de los indefensos. De ahí, lo positivo que es practicar la rectitud y la clemencia ante tantas situaciones de poder injusto, que hunde vidas y amortaja existencias. La verdad que no se puede promover el bienestar, sin tomar conciencia de la necesidad de la humanización del mundo, lo que nos exige comportarse de otro modo más humanitario. Nadie estamos a salvo. Nos tememos que lo peor está por llegar. Son tantas las crisis, y tan diversas en este mundo global, que nos faltan abrazos para dar consuelo, lo que ha de convertirse en una entrega permanente de comprensión y compasión. 

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