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Ayuda a sanar heridas psicológicas y emocionales, y a comprender con nuevos ojos el ayer

Poesía, vía para modificar el pasado desde el presente

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Andar otra vez el pasado, mirarlo con nuevos ojos, desahogarse, soltar, perdonar, recordar detalles y, de forma diferente, asumir una postura nueva desde la posibilidad de la reconstrucción cerebral –la cual termina siendo la realidad del pasado para el individuo de hoy–, es lo que la poesía facilita para quien se atreve a modificar lo sucedido desde la mirada del presente.


La degustación y generación poética es una excelente ruta para ver, portar y soltar el pasado desde otra posición, de tal manera que lo sucedido hecho está, pero, al menos la perspectiva desde el presente, sí puede ser otra y ésta puede ser modificada cuántas veces se desee.


Hace un par de años me ocupé de la poesiterapia en uno de mis artículos[1], en el cual abordé los beneficios de sumergirse a fondo en la poesía, en aquella ocasión me referí a los provechos en sí, ahora lo hago como ruta para modificar el pasado desde el presente.


Hay abundantes testimonios provenientes de terapeutas, trabajadores sociales, psicólogos, facilitadores, capacitadores, etc., en el sentido de que escribir y leer poesía sirvió como auxiliar para sanar heridas psicológicas y emocionales del pasado y comprender con nuevos ojos el ayer.

Al escribir este artículo no pude evitar remontarme al caso de mi madre y su sabia práctica de hacernos recoger flores del jardín y luego, acudir al río más cercano para arrojarlas y ver cómo se alejaban abriéndose paso entre los obstáculos naturales.


Primero, en agosto del 2020 escribí un poema titulado Flores al río, a través del cual me permití reconstruir poéticamente un pasaje muy significativo de mi infancia:

Tomados de la mano / arrojábamos flores al río / para que con ellas / se fuera / nuestra tristeza, / la pesadumbre, / las preocupaciones. / Ver cómo la corriente / se las llevaba consigo, / atestiguar su extravío a lo lejos, / sin reparar que con ellas / –en efecto–, / se iba lo que nos aquejaba. / La madre poeta curaba así, / nuestras aflicciones de niño.


En aquella ocasión traje a mi mesa poética episodios de mi vida que cada vez recuerdo con menos claridad, pero plasmarlos en versos cobran una calidez distinta. Los sinteticé en una sola experiencia, pude ver otras dimensiones, por ejemplo, que posiblemente mi madre se daba terapia a sí misma a través de propiciárnosla a nosotros.


Específicamente esa posibilidad me impactó, me cimbró ver otra dimensión humana de mi madre, poder imaginar un poco el dolor que padeció una mujer con escasos recursos materiales, casi nulos estudios formales, muchos hijos y unida a un alcohólico.


Cuando escribí y reviví esos episodios, fue evidente que era imposible cambiar mucho de lo sucedido, como revivir a mis padres y a mi hermana mayor, al río que ahora es un drenaje al aire libre o volver a ser niño. Pero sí me fue posible modificar lo acontecido a partir de mi presente de agosto del 2020, el cual sobra decir, es ahora mi pasado. Le seguí dando vueltas al asunto, la modificación de mi pasado desde el presente siguió su curso, causando efectos y reconstituyéndome.


En octubre del año pasado –cosa curiosa, todo dentro de la pandemia del COVID– volví al asunto y reflexioné  nuevamente, pero ahora en formato de artículo[2]. En aquel entonces sinteticé y rematé con las siguientes líneas:

El tiempo pasó, todos crecimos, mi madre trascendió a otra dimensión, el riachuelo trocó en un caudal de aguas negras.

Las condiciones de ese mundo desaparecieron.

Menos en nuestro interior.

Aún en mí, en mis hermanos y en mis sobrinos fluye ese universo.

Esa magia sigue viviendo en mí, en nosotros. Sigue cumpliendo su labor terapéutica.


En efecto, esa magia, por llamarle así a lo positivo y formativo de la experiencia, sigue viviendo en mí y mis familiares; lo negativo del entorno y la experiencia cruda de una mujer en las condiciones de mi madre, fueron quizá matizadas como una forma de mitigar cierto dolor.


Pero esto no ha quedado ahí, revisar nuevamente el pasaje hace que afloren más dimensiones útiles para quien trata de responderse: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿para dónde voy? Entrar a estos terrenos es caminar en el autoconocimiento, en ciertas etapas del despertar al mundo interno.

He ahí el componente decisivo y esclarecedor para quien se pregunte a estas alturas la utilidad práctica de todo esto: toda nuestra vida es tocada por los hilos invisibles de la modificabilidad del pasado.


En ese contexto es donde se ve que el pasado no es estático, también es activo y está en constante cambio, aunque, claro, siempre con el matiz latente de que no es en sí mismo, sino en relación con la dinamia del presente y la prospectiva futurista. No es estático porque, visto desde el funcionamiento cerebral, la memoria reconstruye el pasado combinando la ficción personal y la colectiva.


Oportuno es citarla siguiente reflexión del periodista y escritor colombiano Nicolás Rocha, frente a la pregunta “¿por qué los seres humanos nos empecinamos en quedarnos aferrados al pasado?”[3]:

Básicamente porque creemos que el pasado es un lugar seguro, pero no lo es. El pasado es ficción, el pasado no existe. Lo que recordamos realmente no lo recordamos tal y como sucedió, sino tenemos una versión embelesada de todas las cosas. Siempre terminamos construyendo ficciones que hacen que ese relato vaya cambiando alrededor del tiempo.


Es terapéutico escribir nuestro pasado, porque da la oportunidad de modificarlo a través de nuestra percepción de lo sucedido. Con su enorme riqueza simbólica, la poesía es una excelente vía para modificar nuestra percepción del pasado, entendiendo que hay elementos, circunstancias y condiciones inmodificables, pero sí en cuanto a esa que vive en nuestro interior y, finalmente, aquella que nos sirve para vivir, para relacionarnos y para constituir nuestra cosmovisión.





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Referencias

Adorna Castro, Reyes. Practicando la escritura terapéutica. 79 ejercicios. Consultable en: https://www.edesclee.co[1] Pérez Rojas, Abel. Poesiterapia: la poesía cura y sana. México. 2020. Consultado el 21 de mayo de 2022 en: https://www.sabersinfin.com/articulos/educacion/24825-poesiterapia-la-poesia-cura-y-sana-articulo

[2] Pérez Rojas, Abel. El poder sanador de arrojar flores al río. México. 2022. Consultado el 21 de mayo de 2022 en:https://www.sabersinfin.com/articulos/educacion/28596-el-poder-sanador-de-arrojar-flores-al-rio-articulo-y-videos

[3] Chafyrtth, Elena. Nicolás Rocha: “No puedes cambiar tu pasado, pero puedes hacer algo bueno con tu presente”. 2022. HJCK. Consultado el 21 de mayo de 2022 en: https://hjck.com/libros/nicolas-rocha-no-puedes-cambiar-tu-pasado-pero-puedes-hacer-algo-bueno-con-tu-presente-ex40

Poesía, vía para modificar el pasado desde el presente

Ayuda a sanar heridas psicológicas y emocionales, y a comprender con nuevos ojos el ayer
Abel Pérez Rojas
lunes, 23 de mayo de 2022, 10:02 h (CET)

Andar otra vez el pasado, mirarlo con nuevos ojos, desahogarse, soltar, perdonar, recordar detalles y, de forma diferente, asumir una postura nueva desde la posibilidad de la reconstrucción cerebral –la cual termina siendo la realidad del pasado para el individuo de hoy–, es lo que la poesía facilita para quien se atreve a modificar lo sucedido desde la mirada del presente.


La degustación y generación poética es una excelente ruta para ver, portar y soltar el pasado desde otra posición, de tal manera que lo sucedido hecho está, pero, al menos la perspectiva desde el presente, sí puede ser otra y ésta puede ser modificada cuántas veces se desee.


Hace un par de años me ocupé de la poesiterapia en uno de mis artículos[1], en el cual abordé los beneficios de sumergirse a fondo en la poesía, en aquella ocasión me referí a los provechos en sí, ahora lo hago como ruta para modificar el pasado desde el presente.


Hay abundantes testimonios provenientes de terapeutas, trabajadores sociales, psicólogos, facilitadores, capacitadores, etc., en el sentido de que escribir y leer poesía sirvió como auxiliar para sanar heridas psicológicas y emocionales del pasado y comprender con nuevos ojos el ayer.

Al escribir este artículo no pude evitar remontarme al caso de mi madre y su sabia práctica de hacernos recoger flores del jardín y luego, acudir al río más cercano para arrojarlas y ver cómo se alejaban abriéndose paso entre los obstáculos naturales.


Primero, en agosto del 2020 escribí un poema titulado Flores al río, a través del cual me permití reconstruir poéticamente un pasaje muy significativo de mi infancia:

Tomados de la mano / arrojábamos flores al río / para que con ellas / se fuera / nuestra tristeza, / la pesadumbre, / las preocupaciones. / Ver cómo la corriente / se las llevaba consigo, / atestiguar su extravío a lo lejos, / sin reparar que con ellas / –en efecto–, / se iba lo que nos aquejaba. / La madre poeta curaba así, / nuestras aflicciones de niño.


En aquella ocasión traje a mi mesa poética episodios de mi vida que cada vez recuerdo con menos claridad, pero plasmarlos en versos cobran una calidez distinta. Los sinteticé en una sola experiencia, pude ver otras dimensiones, por ejemplo, que posiblemente mi madre se daba terapia a sí misma a través de propiciárnosla a nosotros.


Específicamente esa posibilidad me impactó, me cimbró ver otra dimensión humana de mi madre, poder imaginar un poco el dolor que padeció una mujer con escasos recursos materiales, casi nulos estudios formales, muchos hijos y unida a un alcohólico.


Cuando escribí y reviví esos episodios, fue evidente que era imposible cambiar mucho de lo sucedido, como revivir a mis padres y a mi hermana mayor, al río que ahora es un drenaje al aire libre o volver a ser niño. Pero sí me fue posible modificar lo acontecido a partir de mi presente de agosto del 2020, el cual sobra decir, es ahora mi pasado. Le seguí dando vueltas al asunto, la modificación de mi pasado desde el presente siguió su curso, causando efectos y reconstituyéndome.


En octubre del año pasado –cosa curiosa, todo dentro de la pandemia del COVID– volví al asunto y reflexioné  nuevamente, pero ahora en formato de artículo[2]. En aquel entonces sinteticé y rematé con las siguientes líneas:

El tiempo pasó, todos crecimos, mi madre trascendió a otra dimensión, el riachuelo trocó en un caudal de aguas negras.

Las condiciones de ese mundo desaparecieron.

Menos en nuestro interior.

Aún en mí, en mis hermanos y en mis sobrinos fluye ese universo.

Esa magia sigue viviendo en mí, en nosotros. Sigue cumpliendo su labor terapéutica.


En efecto, esa magia, por llamarle así a lo positivo y formativo de la experiencia, sigue viviendo en mí y mis familiares; lo negativo del entorno y la experiencia cruda de una mujer en las condiciones de mi madre, fueron quizá matizadas como una forma de mitigar cierto dolor.


Pero esto no ha quedado ahí, revisar nuevamente el pasaje hace que afloren más dimensiones útiles para quien trata de responderse: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿para dónde voy? Entrar a estos terrenos es caminar en el autoconocimiento, en ciertas etapas del despertar al mundo interno.

He ahí el componente decisivo y esclarecedor para quien se pregunte a estas alturas la utilidad práctica de todo esto: toda nuestra vida es tocada por los hilos invisibles de la modificabilidad del pasado.


En ese contexto es donde se ve que el pasado no es estático, también es activo y está en constante cambio, aunque, claro, siempre con el matiz latente de que no es en sí mismo, sino en relación con la dinamia del presente y la prospectiva futurista. No es estático porque, visto desde el funcionamiento cerebral, la memoria reconstruye el pasado combinando la ficción personal y la colectiva.


Oportuno es citarla siguiente reflexión del periodista y escritor colombiano Nicolás Rocha, frente a la pregunta “¿por qué los seres humanos nos empecinamos en quedarnos aferrados al pasado?”[3]:

Básicamente porque creemos que el pasado es un lugar seguro, pero no lo es. El pasado es ficción, el pasado no existe. Lo que recordamos realmente no lo recordamos tal y como sucedió, sino tenemos una versión embelesada de todas las cosas. Siempre terminamos construyendo ficciones que hacen que ese relato vaya cambiando alrededor del tiempo.


Es terapéutico escribir nuestro pasado, porque da la oportunidad de modificarlo a través de nuestra percepción de lo sucedido. Con su enorme riqueza simbólica, la poesía es una excelente vía para modificar nuestra percepción del pasado, entendiendo que hay elementos, circunstancias y condiciones inmodificables, pero sí en cuanto a esa que vive en nuestro interior y, finalmente, aquella que nos sirve para vivir, para relacionarnos y para constituir nuestra cosmovisión.





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Referencias

Adorna Castro, Reyes. Practicando la escritura terapéutica. 79 ejercicios. Consultable en: https://www.edesclee.co[1] Pérez Rojas, Abel. Poesiterapia: la poesía cura y sana. México. 2020. Consultado el 21 de mayo de 2022 en: https://www.sabersinfin.com/articulos/educacion/24825-poesiterapia-la-poesia-cura-y-sana-articulo

[2] Pérez Rojas, Abel. El poder sanador de arrojar flores al río. México. 2022. Consultado el 21 de mayo de 2022 en:https://www.sabersinfin.com/articulos/educacion/28596-el-poder-sanador-de-arrojar-flores-al-rio-articulo-y-videos

[3] Chafyrtth, Elena. Nicolás Rocha: “No puedes cambiar tu pasado, pero puedes hacer algo bueno con tu presente”. 2022. HJCK. Consultado el 21 de mayo de 2022 en: https://hjck.com/libros/nicolas-rocha-no-puedes-cambiar-tu-pasado-pero-puedes-hacer-algo-bueno-con-tu-presente-ex40

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