Esta semana tuve el agrado de participar y ser parte del equipo organizador del Encuentro Internacional de Colectivos Culturales ECOS 2025, evento que se llevó a cabo en la Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC) de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Fueron dos jornadas que recargaron mi corazón y mi mente con nuevos bríos en torno a la participación social de quienes nos asumimos como gestores del retoñar del tejido social en nuestro país.
Quienes participamos —cada quien desde su trinchera, desde su personalísima experiencia y trayectoria— confluimos en la oportunidad de dialogar con respeto y comprensión desde la mente-corazón, dejando momentáneamente de lado nuestros referentes teóricos y, en parte, nuestra ideología, para permitir que hablara nuestra esencia.
Escuché con atención cómo una de las compañeras se ha sumergido en las danzas originarias y en el estudio de las religiones como vía para hallar respuestas a las interrogantes que le plantea la preocupante situación que ha logrado comprender a través de distintas experiencias en igual número de latitudes marginadas y violentadas de México.
Me conmovió conocer las actividades culturales que realiza un colectivo en el suroriente de la ciudad de Puebla, una zona marcada por la desintegración familiar y las bandas delincuenciales del llamado crimen organizado.
Otra compañera habló de la poesía como vía para sanar, trabajando con mujeres víctimas de violencia, y de la conformación de círculos de contención para continuar resistiendo frente a la adversidad.
El segundo día me recreé en el diálogo que sostuvimos a la distancia con Wüsüwül Wirka a pana (N. G. Daniel Huircapan), perteneciente al pueblo originario Günün a küna, en Argentina. Él compartió con nosotros la lucha de su comunidad, que fue declarada extinta hace años, pero que, a partir de la documentación y visibilización de su lengua y sus costumbres, ha logrado revertir aquella declaratoria.
La conversación con el director teatral, actor, comunicador, escritor y gestor cultural chileno Carlos Gray fue igualmente enriquecedora, pues nos compartió su visión sobre el entorno cultural y la resistencia del pueblo mapuche en la región de la Araucanía, en Chile.
En fin, me sentí jubiloso de retomar —gracias a los buenos oficios de mis entrañables amigos Jesús “Capi” Esparza y Rubén Zeleny— un eje de trabajo que, hace cerca de diez años, por iniciativa de otra gran amiga, la fraterna Judith Castillo, me brindó la oportunidad de conversar, aprender y caminar junto a poco más de cien organizaciones de la sociedad civil.
Rememoré lo que es sentarse en torno a la imaginaria fogata de la otredad, que da vida y sustento al hogar del “nosotros”.
Sé que vendrán más encuentros, acciones y compromisos nacidos de poner por delante el corazón ante las murallas del individualismo.
Sé que lo que hagamos es insuficiente, pero me consuela saber que muchas más personas se prodigan en favor de las mejores causas de este mundo. No somos los únicos ni estamos solos. Lo sé.
Para concluir, les comparto un poema que escribí inspirado por todo lo anterior.
Fogata del nosotros
Abrí las puertas del pecho como quien alza la tienda en medio del alba, voces incendiaban la noche y el aire sabía a hogaza recién horneada. Sobre la invisible mesa redonda dejamos afuera credos y teorías; con la mente-corazón desnuda nos asumimos puente, latido a latido, mientras las danzas antiguas alzaban su relámpago en medio de la pradera imaginaria. Escuché el latido de los girasoles, su resistencia de barrio herido, y la poesía en rebeldía como sal que cierra las llagas, en cada sílaba, otro hilo se añadió al tejido.
Entonces comprendí, el fuego que arde entre todos no necesita más leña que el gesto compartido; su lumbre seguirá prendida cuando las murallas del egoísmo se derrumben bajo la lluvia suave del nosotros.
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