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Solo los muertos ven el final de una guerra, pero las batallas siguen para quienes sobreviven y sus descendientes

Licencia genocida al servicio de su majestad

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En el cenit del Imperio británico triunfante ante el imperio ruso en la guerra de Crimea, se presentó en Sudamérica un eficaz  agente inglés al servicio de su majestad y con licencia para encender la chispa de un genocidio. 


En 1859 la República Argentina se encontró en una encrucijada decisiva de guerra entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires. Tanto el  ministro plenipotenciario del gobierno de Estados Unidos Benjamin Yancey, como el ministro francés ante la Confederación Lefèbvre de Bécour serían rechazados como mediadores del contencioso que dividía a los argentinos. 


La Baring Brothers y Rothschild de Londres, así como la Brath de París, solicitaron a sus gobiernos intervenir. Edward Thornton también ofreció su mediación e incluso fue invitado el gobierno brasileño.


Luego de ser rechazados como mediadores Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Brasil, a fines de agosto se aceptó la mediación del Paraguay. 


Luego Alberdi recordará a los argentinos  que prefirieron a esta república sudamericana antes que a las grandes potencias europeas y americanas para lograr la paz.


El inglés desairado entonces, Edward Thornton, se había iniciado  en 1842 como agregado al consulado en Turín.  Hijo de un diplomático destacado ante Portugal, heredaría el título nobiliario de Conde de Cassilhas. 


En  México impulsó  la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, de triste memoria  pues significó la renuncia de este país latinoamericano a millones de kilómetros cuadrados que hoy son territorio estadounidense. 


Francisco Solano López, entonces ministro de guerra de su padre el presidente Carlos Antonio López, a quien prefirieron como mediador los argentinos, lograría finalmente un acuerdo entre los beligerantes conocido como Pacto de San José de Flores. 


Este pacto salvó a Buenos Aires, según profusa historiografía, de ser aniquilado por las fuerzas de Urquiza, y le valió al mediador paraguayo entusiastas aclamaciones y reconocimientos. 


Recibió López entonces agasajos, aclamaciones en plena calle Florida y un libro firmado por notables Porteños,  incluido el mismo Bartolomé Mitre.  Urquiza le obsequió el sable que ciñó en Cepeda. 


Cuando López se disponía a regresar, el resentido Thornton ordenó a la Royal Navy impedir la navegación de buques de bandera paraguaya más allá del río Paraná hasta que varios litigios pendientes con Paraguay hubieran sido arreglados, principalmente el causado por la detención del ciudadano británico Santiago Cannstatt. El 29 de noviembre de ese año las cañoneras británicas HMS Buzzard y HMS Grappler atacaron  al vapor de guerra paraguayo Tacuarí con López a bordo. 


Solano López protestó el 30 de noviembre de 1859, y exigió a los argentinos a responder si se responsabilizaba de la “inviolabilidad de su rada”.  Las autoridades argentinas vacilaron, y el diplomático Carlos Tejedor contestó displicentemente que los argentinos “no conocían el estado de las relaciones entre el Paraguay y el reino de Inglaterra”.


Antes de volver al Paraguay por tierra,  Solano López presentó el 11 de diciembre una enérgica y profética protesta diciendo entre otras verdades que “Hollando los derechos internacional y marítimo, marinos ingleses impiden el paso y con sus cañones resuelven en aguas argentinas que la soberanía de esta república (Argentina) se resolverá el día que los marinos ingleses tengan la bondad de dispensarla”.


Vale recordar que más de ciento sesenta años después, la presencia inglesa en Malvinas mantienen vigentes las palabras de López. 


Tiempo después, el almirante Lushington debió claudicar ante la imposibilidad de navegar el Paraná agua arriba, como antes lo hizo una expedición punitiva enviada por el gobierno de Estados Unidos. 


Cuando se produjo la guerra civil uruguaya, Thornton no dudó en apoyar a los insurgentes. 


Su participación en el enredo uruguayo es conocida, pues contradijo a su reemplazante interino Sir William Doria (sustituto de  Thornton entre agosto de 1862 y diciembre de 1863), en la cuestión.  Doria había dispuesto interceptar toda ayuda naval a Flores, orden que sería dejada sin efecto. 


El Ministro francés Martín Maillefer, asignado como Encargado de Negocios ante el Uruguay, informó a París que Thornton hablaba "tranquilamente" de una guerra que incendiaría el continente mucho antes que Paraguay se viera obligado a participar. 


Luego participará de las mismas reuniones del gabinete del presidente argentino Bartolomé Mitre en las que se decidiría el trágico destino de Paraguay.  Si hay algún consenso en aquella guerra del siglo XIX, es que dejó a los cuatro países que participaron más endeudados y dependientes de Inglaterra. 


Valgan esta puntualización final para recordar que sólo los muertos ven el final de una guerra, pero las batallas siguen para quienes sobreviven y sus descendientes. 

Licencia genocida al servicio de su majestad

Solo los muertos ven el final de una guerra, pero las batallas siguen para quienes sobreviven y sus descendientes
Luis Agüero Wagner
sábado, 26 de marzo de 2022, 11:33 h (CET)

En el cenit del Imperio británico triunfante ante el imperio ruso en la guerra de Crimea, se presentó en Sudamérica un eficaz  agente inglés al servicio de su majestad y con licencia para encender la chispa de un genocidio. 


En 1859 la República Argentina se encontró en una encrucijada decisiva de guerra entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires. Tanto el  ministro plenipotenciario del gobierno de Estados Unidos Benjamin Yancey, como el ministro francés ante la Confederación Lefèbvre de Bécour serían rechazados como mediadores del contencioso que dividía a los argentinos. 


La Baring Brothers y Rothschild de Londres, así como la Brath de París, solicitaron a sus gobiernos intervenir. Edward Thornton también ofreció su mediación e incluso fue invitado el gobierno brasileño.


Luego de ser rechazados como mediadores Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Brasil, a fines de agosto se aceptó la mediación del Paraguay. 


Luego Alberdi recordará a los argentinos  que prefirieron a esta república sudamericana antes que a las grandes potencias europeas y americanas para lograr la paz.


El inglés desairado entonces, Edward Thornton, se había iniciado  en 1842 como agregado al consulado en Turín.  Hijo de un diplomático destacado ante Portugal, heredaría el título nobiliario de Conde de Cassilhas. 


En  México impulsó  la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, de triste memoria  pues significó la renuncia de este país latinoamericano a millones de kilómetros cuadrados que hoy son territorio estadounidense. 


Francisco Solano López, entonces ministro de guerra de su padre el presidente Carlos Antonio López, a quien prefirieron como mediador los argentinos, lograría finalmente un acuerdo entre los beligerantes conocido como Pacto de San José de Flores. 


Este pacto salvó a Buenos Aires, según profusa historiografía, de ser aniquilado por las fuerzas de Urquiza, y le valió al mediador paraguayo entusiastas aclamaciones y reconocimientos. 


Recibió López entonces agasajos, aclamaciones en plena calle Florida y un libro firmado por notables Porteños,  incluido el mismo Bartolomé Mitre.  Urquiza le obsequió el sable que ciñó en Cepeda. 


Cuando López se disponía a regresar, el resentido Thornton ordenó a la Royal Navy impedir la navegación de buques de bandera paraguaya más allá del río Paraná hasta que varios litigios pendientes con Paraguay hubieran sido arreglados, principalmente el causado por la detención del ciudadano británico Santiago Cannstatt. El 29 de noviembre de ese año las cañoneras británicas HMS Buzzard y HMS Grappler atacaron  al vapor de guerra paraguayo Tacuarí con López a bordo. 


Solano López protestó el 30 de noviembre de 1859, y exigió a los argentinos a responder si se responsabilizaba de la “inviolabilidad de su rada”.  Las autoridades argentinas vacilaron, y el diplomático Carlos Tejedor contestó displicentemente que los argentinos “no conocían el estado de las relaciones entre el Paraguay y el reino de Inglaterra”.


Antes de volver al Paraguay por tierra,  Solano López presentó el 11 de diciembre una enérgica y profética protesta diciendo entre otras verdades que “Hollando los derechos internacional y marítimo, marinos ingleses impiden el paso y con sus cañones resuelven en aguas argentinas que la soberanía de esta república (Argentina) se resolverá el día que los marinos ingleses tengan la bondad de dispensarla”.


Vale recordar que más de ciento sesenta años después, la presencia inglesa en Malvinas mantienen vigentes las palabras de López. 


Tiempo después, el almirante Lushington debió claudicar ante la imposibilidad de navegar el Paraná agua arriba, como antes lo hizo una expedición punitiva enviada por el gobierno de Estados Unidos. 


Cuando se produjo la guerra civil uruguaya, Thornton no dudó en apoyar a los insurgentes. 


Su participación en el enredo uruguayo es conocida, pues contradijo a su reemplazante interino Sir William Doria (sustituto de  Thornton entre agosto de 1862 y diciembre de 1863), en la cuestión.  Doria había dispuesto interceptar toda ayuda naval a Flores, orden que sería dejada sin efecto. 


El Ministro francés Martín Maillefer, asignado como Encargado de Negocios ante el Uruguay, informó a París que Thornton hablaba "tranquilamente" de una guerra que incendiaría el continente mucho antes que Paraguay se viera obligado a participar. 


Luego participará de las mismas reuniones del gabinete del presidente argentino Bartolomé Mitre en las que se decidiría el trágico destino de Paraguay.  Si hay algún consenso en aquella guerra del siglo XIX, es que dejó a los cuatro países que participaron más endeudados y dependientes de Inglaterra. 


Valgan esta puntualización final para recordar que sólo los muertos ven el final de una guerra, pero las batallas siguen para quienes sobreviven y sus descendientes. 

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