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Con sangre en mis manos,
miré al enemigo,
Odio, ira, no me reconozco.
¿Quién soy?
¿en quién me he convertido?
Perdí mi humanidad con el tercer herido,
cuando te hacen comprender
que debes matar,
que no son amigos.
Entonces…
nuestras miradas se cruzaron,
y supe que estaba perdido,
era mi amigo,
aquel hombre al que había herido,
era mi amigo,
estuvo estudiando conmigo,
él era mi amigo,
prometimos que nos visitaríamos,
pero por falta de tiempo,
nunca lo hicimos.
Olvidé al soldado,
olvidé que debía matar
al hombre que sangraba en aquel camino.
Olvidé mi bandera,
solo era un trozo de tela,
y aquello, una guerra sin sentido.
Me arrodillé junto él,
pedí perdón por seguir órdenes
de un desaprensivo,
de alguien que firma una guerra,
y se mancha las manos
con la sangre de nuestros vecinos.
Pedí perdón por ser sicario,
por cerrar los ojos,
por disparar sin pensar, porque soy soldado,
y los soldados no preguntan,
solo ponen sus vidas en peligro
para salvar a su país
de cualquier amenaza,
defender la tierra
en la que han nacido.
Pero nosotros éramos los malos,
los que perturbábamos,
los que matábamos a inocentes,
los que sin pestañear disparábamos.
Su vida se fue entre mis brazos,
mis lágrimas borraron
al soldado.
Bajo la lluvia
tan solo quedaron
dos amigos abrazados,
destruidos por un sistema de odio
que ninguno de los dos
había buscado.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
En el finísimo camino del hilo casi invisible / la araña desafíala terca gravedad y la engañosa distancia, / el hierro se desgastacon el frotar de la ventana, / casi una imperceptible sinfonía endulza el ambiente / cuando el viento transitaentre las grietas de la madera, / al mismo tiempo, / dos enamorados entregan su saliva el uno al otro / como si fueran enfermos recibiendo una transfusión.
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