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Gonzalo G. Velasco

"La Niebla de Stephen King": Terror en el supermercado

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Frank Darabont, realizador de Cadena Perpetua y La Milla Verde, ya había demostrado con creces en ambas películas que el tándem creativo que forma con el escritor Stephen King funciona a las mil maravillas casi si necesidad de que ninguno de los dos pedalee. En su última obra al alimón, La Niebla (nada que ver con el film homónimo de John Carpenter ni mucho menos con su aciago remake estrenado el año pasado), la conjunción de talentos se confirma hasta obtener como fruto una criatura audiovisual muy por encima de la media de calidad del cine de terror contemporáneo.

Eso no quiere decir que La Niebla supere la calculada emotividad con giro de guión final de Cadena Perpetua o la perfecta simbiosis entre drama y fantasía de La Milla Verde, pues, en líneas generales, el estreno que nos ocupa no pasa de ser un fluido ejercicio de horror a caballo entre los relatos más pringosos de Lovecraft y la atmósfera claustrofóbica e insana de Los Pájaros de Alfred Hitchcock o Zombi de George A. Romero. Sin embargo, hay algo en este relato de una comunidad cercada por una amenaza de naturaleza incierta que trasciende su calidad de mero entretenimiento bien ejecutado para convertirlo en algo de mayor enjundia dramática.

En primer lugar, la trama contiene una evidente vocación metafórica donde cada personaje, además de cumplir su función narrativa de rigor, representa, tal vez de un modo un tanto ingenuo, aunque no por ello inválido, una forma de concebir el mundo desde el punto de vista norteamericano, con sus miserias y sus grandezas, con sus disyuntivas y sus conflictos morales, con sus contradicciones y su sustrato común; en segundo lugar, ya sin ingenuidades de ningún tipo, La Niebla cuenta con uno de los finales más atípicos y arriesgados paridos por la industria hollywoodiense en los últimos años. Tanto es así que incluso aquellos espectadores que, como un servidor, ya estamos curados de espantos en lo que a desenlaces supuestamente imprevisibles se refiere, hemos de reconocer, siquiera por lo bajini, que, esta vez sí, el espanto ha hecho mella en nuestras retinas de sabelotodo. Por su crudeza, por su valentía, por su irreverencia con respecto a los códigos tradicionales del género y, por encima de todo, porque a efectos temáticos no existía una mejor resolución para expresar lo que la historia, debajo de sus efectos especiales, sus obligadas escenas de sangre y suspense, y algún que otro cliché, realmente desea que retengamos en nuestra memoria: un mensaje de esperanza verbalizado desde las mismas entrañas del horror pero de una forma en absoluto complaciente.

Es decir, que las fronteras entre el final feliz y el final triste se diluyen por completo y lo que queda de ellas no da lugar a un desenlace ambiguo y/o abierto, sino a un novedoso y revolucionario modo de cerrar una historia que, independientemente de su género y de su tono, así como de las preferencias éticas y estéticas de cada uno, no deja indiferente a ningún espectador con un mínimo de sensibilidad. El hecho de que el propio Stephen King haya confesado que el tramo final del film, muy diferente al que él había escrito años atrás en el relato original, supera con creces tanto en calidad como en solvencia al suyo propio, da la medida de hasta qué punto el guión de Darabont ha pulido las imperfecciones de la obra del escritor.

Por lo demás, La Niebla es una competente muestra de cine sangriento que da fe de que, cuando se le echan agallas a la asunto y uno no se arredra a la hora de contar las cosas de la forma en la que esas mismas cosas exigen ser contadas, incluso las propuestas más convencionales pueden llegar a disipar la bruma pestilente de un género, como es el del terror, esquilmado en los últimos años por hordas de cineastas sin nada qué decir. Este no es el caso de Darabont. Esperemos que siga la racha por mucho tiempo y que King guarde en la recámara muchas más historias, grandes o pequeñas, con tentáculos o sin ellos, dignas de una adaptación apocalíptica… en todas las acepciones de la palabra, por supuesto.

"La Niebla de Stephen King": Terror en el supermercado

Gonzalo G. Velasco
Gonzalo G. Velasco
jueves, 7 de agosto de 2008, 15:50 h (CET)
Frank Darabont, realizador de Cadena Perpetua y La Milla Verde, ya había demostrado con creces en ambas películas que el tándem creativo que forma con el escritor Stephen King funciona a las mil maravillas casi si necesidad de que ninguno de los dos pedalee. En su última obra al alimón, La Niebla (nada que ver con el film homónimo de John Carpenter ni mucho menos con su aciago remake estrenado el año pasado), la conjunción de talentos se confirma hasta obtener como fruto una criatura audiovisual muy por encima de la media de calidad del cine de terror contemporáneo.

Eso no quiere decir que La Niebla supere la calculada emotividad con giro de guión final de Cadena Perpetua o la perfecta simbiosis entre drama y fantasía de La Milla Verde, pues, en líneas generales, el estreno que nos ocupa no pasa de ser un fluido ejercicio de horror a caballo entre los relatos más pringosos de Lovecraft y la atmósfera claustrofóbica e insana de Los Pájaros de Alfred Hitchcock o Zombi de George A. Romero. Sin embargo, hay algo en este relato de una comunidad cercada por una amenaza de naturaleza incierta que trasciende su calidad de mero entretenimiento bien ejecutado para convertirlo en algo de mayor enjundia dramática.

En primer lugar, la trama contiene una evidente vocación metafórica donde cada personaje, además de cumplir su función narrativa de rigor, representa, tal vez de un modo un tanto ingenuo, aunque no por ello inválido, una forma de concebir el mundo desde el punto de vista norteamericano, con sus miserias y sus grandezas, con sus disyuntivas y sus conflictos morales, con sus contradicciones y su sustrato común; en segundo lugar, ya sin ingenuidades de ningún tipo, La Niebla cuenta con uno de los finales más atípicos y arriesgados paridos por la industria hollywoodiense en los últimos años. Tanto es así que incluso aquellos espectadores que, como un servidor, ya estamos curados de espantos en lo que a desenlaces supuestamente imprevisibles se refiere, hemos de reconocer, siquiera por lo bajini, que, esta vez sí, el espanto ha hecho mella en nuestras retinas de sabelotodo. Por su crudeza, por su valentía, por su irreverencia con respecto a los códigos tradicionales del género y, por encima de todo, porque a efectos temáticos no existía una mejor resolución para expresar lo que la historia, debajo de sus efectos especiales, sus obligadas escenas de sangre y suspense, y algún que otro cliché, realmente desea que retengamos en nuestra memoria: un mensaje de esperanza verbalizado desde las mismas entrañas del horror pero de una forma en absoluto complaciente.

Es decir, que las fronteras entre el final feliz y el final triste se diluyen por completo y lo que queda de ellas no da lugar a un desenlace ambiguo y/o abierto, sino a un novedoso y revolucionario modo de cerrar una historia que, independientemente de su género y de su tono, así como de las preferencias éticas y estéticas de cada uno, no deja indiferente a ningún espectador con un mínimo de sensibilidad. El hecho de que el propio Stephen King haya confesado que el tramo final del film, muy diferente al que él había escrito años atrás en el relato original, supera con creces tanto en calidad como en solvencia al suyo propio, da la medida de hasta qué punto el guión de Darabont ha pulido las imperfecciones de la obra del escritor.

Por lo demás, La Niebla es una competente muestra de cine sangriento que da fe de que, cuando se le echan agallas a la asunto y uno no se arredra a la hora de contar las cosas de la forma en la que esas mismas cosas exigen ser contadas, incluso las propuestas más convencionales pueden llegar a disipar la bruma pestilente de un género, como es el del terror, esquilmado en los últimos años por hordas de cineastas sin nada qué decir. Este no es el caso de Darabont. Esperemos que siga la racha por mucho tiempo y que King guarde en la recámara muchas más historias, grandes o pequeñas, con tentáculos o sin ellos, dignas de una adaptación apocalíptica… en todas las acepciones de la palabra, por supuesto.

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