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Uno tiene que aprender a reprenderse, como primera obligación moral, para retomar la vía del corazón; que es la mejor ruta de avance, en aras del bienestar común, con el que todos soñamos

La confianza en uno mismo

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Ahora, que nuestro itinerario viviente está inmerso en la era digital, constituye un requisito previo la confianza en uno mismo, ya no sólo para la futura competitividad global, sino también para salvaguardar principios y valores como la igualdad, la democracia y el estado de derecho. No podemos caminar con esta frialdad de espíritu, en parte porque nos deshumaniza por completo; pero, además, al desarrollo tecnológico hay que ponerle alma, si en verdad queremos activar una cultura del abrazo que ayude a ver la realidad, bajo otro horizonte de  auténtica seguridad.


Para empezar, creo que es necesario frenar la espiral del miedo y romper el círculo vicioso de los malos modales, que tanto proliferan por las redes sociales, para adentrarnos en otro acontecer menos doloroso y más complaciente internamente, antes de que caigamos en la incitación de adormecernos pasivamente o de caer en la desesperación. Con desconfianza nada se consigue. Quizás tengamos que interrogarnos más y estar abiertos a todas las preguntas. Lo importante es activar la creatividad en la comunicación, favoreciendo una actitud positiva y responsable, que es lo que aviva la unión para reconstruirse.


La confianza se gana con el diario de nuestra propio transcurrir existencial, con la coherencia sembrada a nuestro alrededor, que es lo que suscita órganos capaces de entusiasmarse y conmoverse; pues, son como faros en medio de la oscuridad de este mundo. En cualquier caso, nunca es tarde para construir un nuevo pacto social que brinde protección, certidumbre y amistad entre moradores. Puede que sea nuestra gran tarea pendiente, hallar el modo de sustituir el desequilibrio sembrado con el terror, por el equilibrio inherente a nuestra familiaridad social. De ahí, lo trascendente de hacer familia, con el estímulo de abandonar fronteras  e inútiles frentes.


Los lideres, con sus gobiernos al frente, han de respetar ese clamor popular para generar ilusión y compañía, máxime en un tiempo en el que cada vez más ciudadanos necesitan asistencia humanitaria. Por desgracia, nuestra debilidad se acrecienta precisamente por esa falta de colaboración entre unos y otros, fruto de una ignorancia tremenda que nos deja sin palabras. Pienso, que debemos centrarnos más en las personas y concentrarnos en ese común espíritu creativo, que va más allá de la endiosada realidad virtual. Sólo así, activaremos la mirada hacia delante, con empleos decentes y crecimiento económico inclusivo.


La cuestión radica en perseverar en dicha acción, ganaremos confianza, y parte del horizonte abrazado se deberá a nuestro tesón. Sin duda, el porvenir es nuestro. Cualquier tiempo vivido, por consiguiente, ha de servirnos como una oportunidad más para ahondar en nosotros, en las libertades fundamentales y en los derechos humanos, a fin de restablecer esa confianza perdida, que nos está dejando en la cuneta de los despropósitos. Uno tiene que aprender a reprenderse, como primera obligación moral, para retomar la vía del corazón; que es la mejor ruta de avance, en aras del bienestar común, con el que todos soñamos.  

                

Indudablemente, los anhelos son vitales para no retroceder en humildad y concordia, lo que nos exige la mano tendida para poder cerrar brechas, que han ahondado en las diferencias sociales con un marcado rostro doliente. Todos, en realidad, tenemos nuestro espacio de expresión y crecimiento. Lo cardinal radica en un trabajar conjunto y en un compartir fraterno. Esto será lo que dará fin a esos espíritus insensibles, dispuestos siempre a cerrar puertas y a discriminar por egoísmo.


En consecuencia, los Estados tienen que fomentar la confianza mediante instituciones nacionales inclusivas y representativas de todas las personas, no únicamente de los suyos y de sus seguidores en las políticas. Repensemos, en lo primordial que son los sistemas de justicia independientes, que se han de aplicar a toda la ciudadanía por igual, independientemente de su poderío o de su pedestal de mando. Lo que significa dar fuerza a las instituciones que impiden el abuso de poder y los aires corruptos, para que no se desmorone lo cimentado en los principios de integridad, transparencia y rendición de cuentas. 

La confianza en uno mismo

Uno tiene que aprender a reprenderse, como primera obligación moral, para retomar la vía del corazón; que es la mejor ruta de avance, en aras del bienestar común, con el que todos soñamos
Víctor Corcoba
lunes, 14 de febrero de 2022, 08:53 h (CET)

Ahora, que nuestro itinerario viviente está inmerso en la era digital, constituye un requisito previo la confianza en uno mismo, ya no sólo para la futura competitividad global, sino también para salvaguardar principios y valores como la igualdad, la democracia y el estado de derecho. No podemos caminar con esta frialdad de espíritu, en parte porque nos deshumaniza por completo; pero, además, al desarrollo tecnológico hay que ponerle alma, si en verdad queremos activar una cultura del abrazo que ayude a ver la realidad, bajo otro horizonte de  auténtica seguridad.


Para empezar, creo que es necesario frenar la espiral del miedo y romper el círculo vicioso de los malos modales, que tanto proliferan por las redes sociales, para adentrarnos en otro acontecer menos doloroso y más complaciente internamente, antes de que caigamos en la incitación de adormecernos pasivamente o de caer en la desesperación. Con desconfianza nada se consigue. Quizás tengamos que interrogarnos más y estar abiertos a todas las preguntas. Lo importante es activar la creatividad en la comunicación, favoreciendo una actitud positiva y responsable, que es lo que aviva la unión para reconstruirse.


La confianza se gana con el diario de nuestra propio transcurrir existencial, con la coherencia sembrada a nuestro alrededor, que es lo que suscita órganos capaces de entusiasmarse y conmoverse; pues, son como faros en medio de la oscuridad de este mundo. En cualquier caso, nunca es tarde para construir un nuevo pacto social que brinde protección, certidumbre y amistad entre moradores. Puede que sea nuestra gran tarea pendiente, hallar el modo de sustituir el desequilibrio sembrado con el terror, por el equilibrio inherente a nuestra familiaridad social. De ahí, lo trascendente de hacer familia, con el estímulo de abandonar fronteras  e inútiles frentes.


Los lideres, con sus gobiernos al frente, han de respetar ese clamor popular para generar ilusión y compañía, máxime en un tiempo en el que cada vez más ciudadanos necesitan asistencia humanitaria. Por desgracia, nuestra debilidad se acrecienta precisamente por esa falta de colaboración entre unos y otros, fruto de una ignorancia tremenda que nos deja sin palabras. Pienso, que debemos centrarnos más en las personas y concentrarnos en ese común espíritu creativo, que va más allá de la endiosada realidad virtual. Sólo así, activaremos la mirada hacia delante, con empleos decentes y crecimiento económico inclusivo.


La cuestión radica en perseverar en dicha acción, ganaremos confianza, y parte del horizonte abrazado se deberá a nuestro tesón. Sin duda, el porvenir es nuestro. Cualquier tiempo vivido, por consiguiente, ha de servirnos como una oportunidad más para ahondar en nosotros, en las libertades fundamentales y en los derechos humanos, a fin de restablecer esa confianza perdida, que nos está dejando en la cuneta de los despropósitos. Uno tiene que aprender a reprenderse, como primera obligación moral, para retomar la vía del corazón; que es la mejor ruta de avance, en aras del bienestar común, con el que todos soñamos.  

                

Indudablemente, los anhelos son vitales para no retroceder en humildad y concordia, lo que nos exige la mano tendida para poder cerrar brechas, que han ahondado en las diferencias sociales con un marcado rostro doliente. Todos, en realidad, tenemos nuestro espacio de expresión y crecimiento. Lo cardinal radica en un trabajar conjunto y en un compartir fraterno. Esto será lo que dará fin a esos espíritus insensibles, dispuestos siempre a cerrar puertas y a discriminar por egoísmo.


En consecuencia, los Estados tienen que fomentar la confianza mediante instituciones nacionales inclusivas y representativas de todas las personas, no únicamente de los suyos y de sus seguidores en las políticas. Repensemos, en lo primordial que son los sistemas de justicia independientes, que se han de aplicar a toda la ciudadanía por igual, independientemente de su poderío o de su pedestal de mando. Lo que significa dar fuerza a las instituciones que impiden el abuso de poder y los aires corruptos, para que no se desmorone lo cimentado en los principios de integridad, transparencia y rendición de cuentas. 

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