A menudo, el mundo nos dice que para ser felices tenemos que ser ricos, poderosos, siempre jóvenes y tener fama y éxito. Ser santos, en cambio, requiere de esa pobreza espiritual que consiste en vaciarse de uno mismo para dejar espacio a Dios. Quien se cree rico, exitoso y seguro, lo basa todo en sí mismo y se cierra a Dios y a sus hermanos.
Sin embargo, quien es consciente de ser pobre y de no bastarse a sí mismo, permanece abierto a Dios y al prójimo. Las Bienaventuranzas se convierten así en su hoja de ruta, en la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir, el de aquel que, con mansedumbre, trabaja incansablemente por la justicia y por la paz, en vez de alimentar, incluso con la connivencia, injusticias y desigualdades.
Considero que el tiempo de Adviento es muy bueno para que nos planteemos vivir según las Bienaventuranzas.
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