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Desde el primer día que la oí, quedé prendado de esta frase pregonada en francés: “La joie de vivre”

La alegría de vivir

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Cuando se llega a esa edad en la que te consideras perteneciente al “segmento de plata”, descubres la cantidad de posibilidades que tiene este estado de disfrutar de “la alegría de vivir”. Pertenecemos a una generación –por lo menos, este es mi caso- que ha vivido angustiada pendiente del porvenir. Primero, los estudios que te permitían cursar en Málaga -lo que reducía considerablemente las posibilidades-, segundo, la dichosa “mili” –en mi caso, tres veranos seguidos en las Milicias Universitarias-, en tercer lugar, el encuentro de un trabajo que te permitiera independizarte de tus padres y forjarte un porvenir, después la novia, el piso y el matrimonio.

      

Cuando parecía que todo estaba totalmente estabilizado, aparecen los hijos con los correspondientes aumentos de gastos, lo que te obliga a la apertura de horizontes laborales y económicos -en mi caso, abandonar la seguridad para embarcarme en un trabajo como Agente Comercial del ramo textil-. Temporada tras temporada pendiente de conseguir ventas, ampliar clientes, estar pendientes del cobro, de las devoluciones, etc. Toda una aventura que se iniciaba cada año el 1 de enero y concluía el 31 de diciembre.

        

Llegó la ansiada –y prematura- jubilación. Había que seguir viviendo. Vuelta a la universidad y a un montón de años de temores a los exámenes y la intención de dar la talla. Finalmente el meter la cabeza –aunque de forma semi-amateur- en el proceloso mundo de la comunicación.

       

¡¡Por fin ha llegado la liberación!! He roto con todas las ataduras y por primera vez, después de tres cuartos de siglo, no me preocupa en absoluto el porvenir. ¡Ya era hora! Me levanto cada día sin la espada de Damocles encima de mi cabeza pendiente del futuro cercano. Me dedico a escribir lo que me gusta, hacer radio y al voluntariado.

       

Estimo que ya he recorrido la parte del camino más tortuosa. Hemos superado casi dos años de una pandemia que ha dejado en la cuneta a muchos de nuestros congéneres, lo que me anima a vivir y convivir con más dedicación la vida con mi familia y mis amigos.

      

Parece ser que muchos piensan como yo. Ayer mismo se presentó en mi domicilio una familia, muy querida por mí, con la que no nos habíamos reunido desde hace varios años a consecuencia de la lejanía geográfica y el maldito covid 19. Una maravillosa oportunidad de compartir recuerdos y reactivar amistades.

      

Definitivamente. Estoy viviendo una extraordinaria etapa de mi vida que quiero compartir con mis lectores. A los que quiero transmitir “La alegría de vivir”; “La joie de vivre”;  “Joy of living” o “La gioia di vivire”. Da lo mismo el idioma. Todos pensamos lo mismo. Así es. 

La alegría de vivir

Desde el primer día que la oí, quedé prendado de esta frase pregonada en francés: “La joie de vivre”
Manuel Montes Cleries
jueves, 11 de noviembre de 2021, 12:22 h (CET)

Cuando se llega a esa edad en la que te consideras perteneciente al “segmento de plata”, descubres la cantidad de posibilidades que tiene este estado de disfrutar de “la alegría de vivir”. Pertenecemos a una generación –por lo menos, este es mi caso- que ha vivido angustiada pendiente del porvenir. Primero, los estudios que te permitían cursar en Málaga -lo que reducía considerablemente las posibilidades-, segundo, la dichosa “mili” –en mi caso, tres veranos seguidos en las Milicias Universitarias-, en tercer lugar, el encuentro de un trabajo que te permitiera independizarte de tus padres y forjarte un porvenir, después la novia, el piso y el matrimonio.

      

Cuando parecía que todo estaba totalmente estabilizado, aparecen los hijos con los correspondientes aumentos de gastos, lo que te obliga a la apertura de horizontes laborales y económicos -en mi caso, abandonar la seguridad para embarcarme en un trabajo como Agente Comercial del ramo textil-. Temporada tras temporada pendiente de conseguir ventas, ampliar clientes, estar pendientes del cobro, de las devoluciones, etc. Toda una aventura que se iniciaba cada año el 1 de enero y concluía el 31 de diciembre.

        

Llegó la ansiada –y prematura- jubilación. Había que seguir viviendo. Vuelta a la universidad y a un montón de años de temores a los exámenes y la intención de dar la talla. Finalmente el meter la cabeza –aunque de forma semi-amateur- en el proceloso mundo de la comunicación.

       

¡¡Por fin ha llegado la liberación!! He roto con todas las ataduras y por primera vez, después de tres cuartos de siglo, no me preocupa en absoluto el porvenir. ¡Ya era hora! Me levanto cada día sin la espada de Damocles encima de mi cabeza pendiente del futuro cercano. Me dedico a escribir lo que me gusta, hacer radio y al voluntariado.

       

Estimo que ya he recorrido la parte del camino más tortuosa. Hemos superado casi dos años de una pandemia que ha dejado en la cuneta a muchos de nuestros congéneres, lo que me anima a vivir y convivir con más dedicación la vida con mi familia y mis amigos.

      

Parece ser que muchos piensan como yo. Ayer mismo se presentó en mi domicilio una familia, muy querida por mí, con la que no nos habíamos reunido desde hace varios años a consecuencia de la lejanía geográfica y el maldito covid 19. Una maravillosa oportunidad de compartir recuerdos y reactivar amistades.

      

Definitivamente. Estoy viviendo una extraordinaria etapa de mi vida que quiero compartir con mis lectores. A los que quiero transmitir “La alegría de vivir”; “La joie de vivre”;  “Joy of living” o “La gioia di vivire”. Da lo mismo el idioma. Todos pensamos lo mismo. Así es. 

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